Gonzalo Guerrica-Echevarría está encantado con la maquinita que maneja desde hace cuatro años para controlar su nivel de anticoagulación en la sangre desde casa. De hecho, este donostiarra medicado con Sintrom no ve más que ventajas. «La mayor ventaja es la del autocontrol, ... me da mucha más tranquilidad, además de que reduce significativamente los riesgos», asegura.
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A sus 52 años, lleva cuatro tomando «de manera crónica» Sintrom. Sin embargo, todo comenzó dos años antes. «Tuve una TVP, una trombosis venosa profunda en una pierna por causas desconocidas. El tratamiento es la anticoagulación hasta que desaparece. Sin embargo, si la causa del trombo es desconocida queda la duda de si hay que permanecer con el tratamiento o no. Yo decidí no seguir», explica este profesor universitario de la UPV/EHU.
Desafortunadamente, dos años después de dejar el Sintrom, los problemas volvieron a reproducirse. «Estuve en serio riesgo de fallecer», admite de forma tajante. «Cabe la posibilidad de que el trombo se traslade a los pulmones y puede llegar a bloquearlos si no se coge a tiempo». Desde entonces, vive 'atado' al fármaco. «Cuando te enfrentas a una situación así, que te digan que existe un tratamiento lo tomas como un mal menor, lo asumes casi sin demasiados problemas a pesar de los riesgos que también tiene el Sintrom. Tienes que asumir que vas a vivir anticoagulado toda la vida», dice.
Toma el anticoagulante cada día y hasta hace cuatro años acudía a su centro de salud «cada tres o cuatro semanas» para que su médico le midiese la velocidad de coagulación de la sangre y le indicase la cantidad óptima de Sintrom a ingerir. Y es que este fármaco no interacciona bien ni con otros medicamentos ni con la dieta que sigue el paciente.
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Desde 2019, Guerrica-Echevarría es uno de los casi 800 guipuzcoanos que se controla el nivel de coagulación desde la comodidad de su domicilio. «La diferencia es que puedo corregir la dosis de medicación enseguida, lo que también reduce considerablemente los riesgos de trombo», apunta. Ahora todo es mucho más ágil y sencillo. «Me mido el rango cada siete días», dice. Así, una vez por semana él mismo se pincha en casa en el dedo y extrae una gota de sangre. La introduce en el coagulómetro y enseguida obtiene el resultado.
El donostiarra reconoce que todo ello ha sido posible también gracias al apoyo que ha obtenido desde Agiac, la Asociación Vasca de Personas Antocoaguladas, que acaba de cumplir su décimo aniversario. «Te dan la formación necesaria para iniciarte con la máquina y, además, tienen un soporte médico las 24 horas del día, de manera que hay un teléfono donde puedes llamar si tienes cualquier duda o problema», relata.
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El cambio ha sido considerable. «Me ha ido muy bien, apenas me salgo del rango y si lo hago lo puedo corregir enseguida. Además, a eso se suma la tranquilidad de saber que si me pasa algo tengo un teléfono al que puedo llamar en cualquier momento», añade Gonzalo, que sigue disfrutando de las salidas en bicicleta por el monte. «Cuando pasas por algo así tienes dos maneras de afrontarlo. O cerrarte al hecho de que vives en un constante riesgo o asumir que la vida en sí misma ya es un riesgo. Yo soy de los segundos», admite.
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