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En 1570 un terremoto destruyó Ferrara y dejó docenas de muertos. El papa Pío V levantó el dedito para señalar culpas: «Ya advertimos al duque de Ferrara de que debía expulsar a los judíos. Ante la presencia de hombres malvados en la ciudad, el Señor ... permite desastres». No hay nada como una buena catástrofe de vez en cuando, para cargársela a las personas que queremos quitarnos de enmedio. Durante los disturbios de estos días (dicen que por las restricciones contra el virus: yo aún no sé leer mensajes en las llamas de los contenedores), en Barcelona pintaron insultos a los judíos, estrellas de David tachadas y la frase «Europa, despierta». Giovanni Toti, gobernador de Liguria, tuiteó que 22 de los 25 muertos por el virus el día anterior en su región eran «jubilados que no son indispensables para el esfuerzo productivo del país». Cada vez más gente señala quién le sobra: viejos, judíos, cristianos, menas y lo que siga.
El duque de Ferrara reunió a expertos para que analizaran las causas de los terremotos. Estudiaron las réplicas, descartaron hipótesis, escribieron los primeros tratados de sismología, incluso diseñaron un ensanche de la ciudad con edificios antisísmicos, vías amplias, parques y plazas. Este trabajo científico sirvió para construir la primera ciudad racional de Europa y para responder al papa que la culpa de los terremotos no era de los judíos. Me conformaría si esta pandemia sirviera para repasar lecciones de hace quinientos años.
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