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David González
Viernes, 29 de noviembre 2024, 08:20
No es la primera que mata. El ahora detenido por acabar con la vida de otra paciente de la residencia Igurco Araba ya sobresaltó a ... los ciudadanos de Vitoria por otro hecho similar. En diciembre de 1987, cuando era un treintañero, asesinó a su propio padre. Los más veteranos de la calle Rioja, donde ocurrieron los hechos, todavía recuerdan aquel parricidio.
Según reflejó una crónica de DV, durante la primavera de 1988 se cerró la investigación judicial tras la contundencia de los informes médicos sometidos al entonces sospechoso de asesinato. La entonces Audiencia Provincial de Vitoria –hoy, de Álava– le absolvió «en base a la estimación de la eximente completa de enajenación mental» provocada por una esquizofrenia diagnosticada.
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Cometió su primer crimen con 33 años. Y la decisión del tribunal fue su «internado en un establecimiento cerrado destinado a enfermos psíquicos, del que no podrá salir sin autorización». La sentencia recogía en último extremo una indemnización de cinco millones de pesetas (30.050 euros) en favor de la madre del procesado y viuda de la víctima.
El fallo, al que ha tenido acceso este periódico, constató «la participación directa y material del acusado en la comisión del delito». Pero también proclamó que «los hechos no pueden ser imputados a su autor porque éste carece de voluntad para romper el marco de la realidad ficticia en la que está sumido y alterar sus propias decisiones». O sea, que no sabía lo que hacía, dictó aquella resolución.
Los médicos le diagnosticaron una «esquizofrenia paranoide, que determina totalmente su voluntad y capacidad a los efectos de sus relaciones con el mundo exterior». Aparte, sufría «un delirio de persecución frente a la persona de su padre, al que achaca todos y cada uno de los males padecidos a lo largo de su vida, construye su mundo y su realidad sobre la base v la necesidad de liberarse de dicha carga».
Con este antecedente mortal, cuya cuya pena ya cumplió, ertzainas participantes en la investigación se preguntaban ayer en voz alta «¿qué hacía en el mismo edificio que decenas de personas mayores, la mayoría de ellas indefensas?».
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