Mónica de la Llana vivió en la casa cuartel del barrio de Belaskoenea hasta que se mudó a los 25 años

Mónica la Vasca, como era conocida, era de salud delicada y odiaba estar sola. Había compartido piso en Valls hasta que decidió mudarse hace poco tiempo con Carlos, su pareja desde hacía ocho meses, a un pequeño pueblo del Priorat, La Morera de Montsant, con poco más de un centenar de habitantes.

La relación entre ambos era bastante tóxica. Relatan amigos de la víctima que un día habría llegado a tirarla por las escaleras, mientras que en otra ocasión la dejó tirada en una gasolinera de un pueblo limítrofe. También discutieron de manera airada la noche anterior a la desaparición en un bar de Cornudella de Montsant.

Mónica no tenía trabajo, aunque de forma esporádica ejercía como camarera en algún restaurante. Aquel fin de semana, cuando se le perdió el rastro, tenía apalabrado un turno en un bar de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). También tenía un piso en alquiler que le permitía contar con una pequeña renta tras pagar la hipoteca.

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Le gustaba salir de fiesta, la música alternativa y componer temas con un ordenador que tampoco ha aparecido. También le gustaba el submarinismo, una actividad que había practicado unos días antes de su desaparición con su exnovio.

Su hijo Unai, que actualmente tiene 22 años y que nació el mismo día que su madre, se ha criado con sus abuelos. Desde la desaparición está en tratamiento psicológico y ha perdido toda esperanza de encontrarla con vida.