La conciencia de los graves riesgos que cualquier persona corre solo con ponerse a los mandos de un coche no parece que acabe de calar entre los españoles más jóvenes. Los malos hábitos al volante entre quienes acaban de sacar el carné o están en ... sus primeros años de conducción no van a peor, pero el grado de mejora de su comportamiento es muy escaso, según lo demuestra el estudio realizado por Fundación Mutua Madrileña y la organización de prevención de los accidentes Aesleme, que entre 2022 y 2023 entrevistaron a 1.900 chicos de 18 a 25 años de doce campus universitarios de todo el país y compararon su perfil de conductores con el de sus homólogos de hace casi una década.
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Un primer dato impacta. Un tercio, uno de cada tres de estos jóvenes, confiesa que revisa mensajes del móvil de los muchos chat en los que participa mientras va conduciendo. El manejo de 'smartphones' mientras se está al volante, que es una infracción grave del código de circulación desde 2022, es hace varios años la causa principal de accidentes graves y mortales en España.
Varios estudios apuntan a que este claro elemento de distracción es el responsable de directo de hasta uno de cada cinco siniestros letales en España. Provoca cada año varios miles de accidentes y no menos de 300 fallecidos. Es el motivo por el que Tráfico centró en este hábito de riesgo muchas de sus últimas campañas preventivas, incluida una parte de la actual de Semana Santa, cuando se esperan más de 16 millones de desplazamientos, y por el que sancionó con la pérdida de seis puntos y una multa de 200 euros el simple hecho de conducir con un móvil en la mano.
No es la única distracción tecnológica que confiesan los jóvenes conductores. Casi uno de cada cuatro, el 22,8%, admite haber realizado en alguna ocasión una llamada con su teléfono móvil mientras conducía y sin disponer para ello de la ayuda del manos libres.
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El segundo elemento de preocupación que subraya 'Hábitos de los jóvenes al volante' es la alta tasa de jóvenes que mezclan alcohol o drogas y conducción. Cuando a cada universitario se le pregunta directamente si lo hace confiesan que sí solo uno de cada cinco, el 21%, pero es evidente que no son del todo sinceros. De hecho, cuando se les vuelve a preguntar lo mismo pero con otra fórmula con menor desgaste personal la evidencia es abrumadora. El 76,5%, más de dos de cada tres, han visto como compañeros y amigos se ponían en alguna ocasión al volante después de haber bebido o de ingerir algún tipo de sustancia estupefaciente.
El único resquicio positivo en la confesión de este peligro hábito es que hasta seis de cada diez de estos mismos chicos aseguran que en alguna ocasión han intervenido para impedir que un amigo condujera drogado o borracho por percibir el alto riesgo.
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No parece tampoco que entre ellos funcionen las soluciones alternativas. Las que permiten compatibilizar una noche de fiesta e ingestión de alcohol con seguridad al volante. La campaña de prevención 'Agárrate a la vida'-al final de cuyas charlas en los campus se completan estos cuestionarios-, propone desde hace tiempo con poco éxito la fórmula paliativa del «conductor alternativo». Se trata de que todos los amigos salgan a divertirse en un solo coche y que se turnen para que quien ese día se encargue de conducir no pruebe el alcohol. Solo practican alguna vez esta fórmula menos de un tercio. No solo es que sean pocos, sino que cada vez toman esta medida paliativa menos. Hace una década era frecuente entre el 39%, ocho puntos más que hoy.
La tercera confesión de los jóvenes conductores tampoco es muy alentadora. Al menos uno de cada cinco, así lo reconoce abiertamente el 21%, no respeta los límites de velocidad en carreteras y núcleos urbanos. El exceso de velocidad está desde hace décadas vinculado a prácticamente un tercio de las muertes al volante en España. Ha sido durante mucho tiempo junto al alcohol la principal causa de decesos en carretera y aún hoy compite abiertamente con las distracciones ocasionadas por el móvil y las pantallas digitales como primera causa de los siniestros letales.
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El único elemento positivo del estudio es que los resultados son algo menos malos que los que se obtuvieron en una investigación equivalente realizada con las respuestas de los conductores universitarios entre 2014 y 2016. Hay una evolución positiva, pero muy lejos de poder considerarla una mejora drástica. Entonces admitieron haber conducido alguna vez tras ingerir alcohol o drogas un 27% (seis puntos más) y haber visto hacer lo mismo a un amigo o conocido un 80% (cuatro puntos más). También fueron bastantes más, el 30%, quienes hacían llamadas al volante sin disponer de dispositivo manos libres, siete puntos más que hoy día. Quienes han impedido en alguna ocasión que un conocido cogiese el coche tras beber o drogarse no han variado y los que usan la técnica del «conductor alternativo» van a peor, ocho puntos menos.
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