Dos tipos geniales, un gusano y la química del cerebro
El árbol de la ciencia ·
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Recientemente han fallecido dos neurocientíficos extraordinarios cuyos trabajos merecieron el Nobel. Sydney Brenner pasó su vida estudiando primero el código genético y luego el desarrollo celular, el sistema nervioso y el comportamiento del gusano que más ha contribuido al progreso científico, el Caenorhabditis Elegans (se ... conoce como C. Elegans porque su nombre de pila es impronunciable). Este minúsculo organismo de 1mm posee 959 células y se utiliza para averiguar cualquier cuestión sobre biología. Armado con un microscopio electrónico (lo más avanzado de la época), Brenner describió todas las conexiones existentes entre las 302 neuronas del nematodo transparente, un hito de gran interés para el estudio de patologías neurológicas. Uno de los mejores proyectos científicos de la actualidad persigue el objetivo de dibujar el entramado de trillones de conexiones de las 86.000 millones de neuronas que componen un cerebro humano. A pesar de que los investigadores disponen de tecnología más sofisticada que un microscopio electrónico, es una tarea colosal que se apoya en los hombros de Brenner. Además, su análisis de la regulación genética del desarrollo y la muerte celular ha sido esencial para entender mejor el funcionamiento del genoma, algo que todavía estamos lejos de conocer en su totalidad. Y ya han pasado 20 años. Brenner visitó Donostia invitado por Pedro Miguel Etxenike. Su conferencia fue una lección magistral y su charla posterior una demostración de humildad, atributo que acompaña a muchos premios Nobel. Su frase sobre el papel de la acumulación de ignorancia en el avance de la ciencia es mítica. «Soy un firme creyente en que la ignorancia es importante para la ciencia. Si sabes demasiado, empiezas a ver por qué las cosas no funcionarán. Por eso es importante cambiar de campo de trabajo, para acumular ignorancia».
El otro personaje que se nos ha ido es Paul Greengard. Biofísico de formación y muy interesado en el funcionamiento del cerebro, descubrió que las neuronas no se comunicaban solo mediante electricidad, sino que el impulso eléctrico viaja por una neurona hasta llegar a su extremo, donde unas vesículas cargadas de mensajeros químicos vierten su contenido a la sinapsis, al espacio entre célula y célula. Allí, la siguiente neurona capta esas moléculas y se desencadena una cadena de reacciones que, a su vez, provocan otra señal eléctrica. Y así fluye el impulso nervioso. La visión de que todo lo que emana del cerebro es fruto de esa comunicación electroquímica era revolucionaria. Desde entonces, la química es parte consustancial de la neurobiología de la conducta humana normal y patológica, desde el raciocinio, la emocionalidad y el pensamiento, hasta las enfermedades mentales y neurodegenerativas. Greengard abrió el camino a la búsqueda de dianas terapéuticas para el desarrollo de fármacos para enfermedades neuropsiquiátricas. Destinó todo el dinero del Nobel a la creación de un premio para mujeres científicas excelentes en la investigación biomédica, haciendo visible la dificultad añadida que supone ser mujer en el mundo de la ciencia.
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