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La Radio Futura de Santiago Auserón cantaba en los 80 «No tocarte o quizás podría devorarte». No pretendía ser premonitorio de lo que está sucediendo porque se refería a algo bien distinto, pero lo cierto es que el virus puede devorarte por tocar, por mantener ... un contacto estrecho con una persona infectada. La distancia social es uno de los pilares de contención de su propagación, junto con la mascarilla, el lavado de manos y la ventilación. Y esta carencia de tacto nos afecta.
El tacto es el sentido mediante el cual se percibe el contacto o la presión de los objetos sobre la piel y se distinguen sus cualidades (forma, tamaño, rugosidad, dureza o temperatura). Hay millones de receptores táctiles localizados en la piel (en la mano hay 17.000). Los hay específicos para la presión, la temperatura y el tacto. Transforman los estímulos del exterior en información susceptible de ser interpretada por el cerebro. Tras ello, se transmite con extraordinaria precisión hasta la corteza cerebral parietal, donde es procesada y desde donde se informa al resto del cerebro y del organismo. Así se construye una sensación de placer sublime, dolor insoportable, frío, calor o presión. En ocasiones, el sistema no funciona adecuadamente y la información que debería transmitirse y procesarse como normal o placentera es tergiversada y se traduce en una sensación distorsionada (hormigueo, cosquilleo, quemazón), en un dolor profundo y continuo o, simplemente, impide sentir las caricias o identificar objetos. Hay zonas del cuerpo especialmente sensibles al tacto como la punta de los dedos, la boca y los genitales y su representación en la corteza sensorial parietal es mayor que la de otras partes del cuerpo. Esto no es casual. Son las zonas de cuya función correcta depende el logro de los dos grandes objetivos evolutivos del ser humano: sobrevivir y reproducirse.
Somos animales visuales, pero el tacto es trascendental para sobrevivir física, psicológica y socialmente. Se puede vivir ciego, sordo y sin gusto ni olfato, pero es imposible hacerlo sin tacto. Es el sentido más importante en los primeros meses de vida. Las caricias proporcionan tranquilidad y seguridad al bebé y su ausencia conduce a una vida de ansiedad y agresividad. El tacto informa de la situación de nuestro cuerpo respecto al mundo y constituye un sistema de alarma. Tocarse es parte esencial de la relación social. Una leve presión en el brazo o una palmada en la espalda de otra persona hacen que su conducta hacia nosotros sea más benévola y solícita. El modo de tocar a otra persona revela nuestros sentimientos y emociones básicas (ira, asco, tristeza, alegría, miedo y sorpresa) con tanta efectividad como lo hace el observar el rostro. Un apretón de manos transmite información sensible sobre nosotros mismos. Un estudio comprobó que tras haber estrechado la mano de una persona, nos olemos la mano el doble de veces que cuando no hemos saludado a nadie. Sobre todo lo hacemos si se trata de alguien de nuestro mismo sexo. Es decir, su función no es reproductiva, como tal vez sea el caso de otras secreciones (sudor, lágrimas) o de las feromonas en el reino animal, sino recabar información de otra índole. Este sentido es también objetivo del marketing. El tacto del volante o del botón del cuadro de control del vehículo se estudian minuciosamente porque condicionan su venta. Ni la gastronomía escapa a su poder. Al fin y al cabo, boca y labios están plagados de receptores táctiles.
Tocar es la quintaesencia de la comunicación no verbal, la expresión última de cercanía, confianza, compromiso o jerarquía entre dos personas. Un eslogan del Mayo del 68 decía 'Prohibido prohibir'. Una adaptación artística es 'Prohibido no tocar'. Cuando la ciencia derrote al virus, seremos arte andante y compensaremos con creces la actual ausencia de apretones de manos, palmadas en la espalda y, sobre todo, besos y abrazos. Mientras tanto, utilice la fuerza de la palabra para decir lo que no puede transmitir con el tacto. Es momento de sustituir un abrazo por un te quiero.
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