Nunca he conocido a un fotógrafo con tan poca prisa por sacar la cámara. Viajábamos por Colombia preparando reportajes sobre crímenes militares y sobre la violencia sexual como estrategia de guerra, nos reuníamos con víctimas que revivían un sufrimiento atroz, y él, el fotógrafo argentino ... Pablo Tosco, escuchaba en silencio, escuchaba un buen rato, escuchaba con toda su atención. Sabía cuándo preguntar y cuándo callarse, cuándo decir un comentario cariñoso o una broma que alivia, sabía acercarse y sabía alejarse. Debía sacar fotos y grabar vídeos para un documental, pero esperaba sin ansias hasta ganarse el momento. No era un pusilánime: conseguía resultados magníficos.
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Pablo es un corazón con patas, ojos y barba roja. El resto del día hablaba con todo el mundo y hablaba sin parar: con el taxista, la camarera, el vendedor callejero, los niños, el policía, daba conversación a todo el mundo, vacilaba a todo el mundo, todo el mundo le miraba un poco extrañado y todos acababan con ataques de risa. Si nos clasificaran según el número de personas a las que hacemos sonreír al cabo del día, Pablo sería campeón. Ahora le han dado otro título menos importante: el World Press Photo, por la imagen de una poderosa pescadora yemení con burka. En este mundillo de cazadores de historias con poco escrúpulo, da una alegría tremenda que premien el trabajo de la buena gente. Porque confirman que el respeto es la manera adecuada, incluso la más eficaz, de mirar al prójimo.
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