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Hiroshima siempre será una prueba de la capacidad de destrucción humana. De cómo se puede hacer el máximo daño en el menor tiempo posible. ... En 2020 se cumplirán 75 años del lanzamiento de la bomba atómica que convirtió en polvo 13 kilómetros cuadrados de la urbe japonesa y mató a unas 140.000 personas. Muy poco de la ciudad quedó en pie, apenas 85 edificios. El más emblemático sigue siendo el Genbaku, una torre circular de estilo europeo y 25 metros de altura junto al río Ota. Hoy es Patrimonio Mundial de la Unesco y Monumento a la Paz, por ser el que mejor resistió el impacto y estaba más cerca de la 'zona cero'.
Pero hay un conjunto de cuatro edificios situados a 2,7 kilómetros de ese punto que también sobrevivieron. Ahora dos de ellos peligran por la decisión de las autoridades de derribarlos. Lo que no lograron los 16 kilotones de potencia destructiva de 'Little Boy' (nombre de pila de la bomba) lo están consiguiendo el paso del tiempo y, sobre todo, la falta de fondos públicos para conservar los edificios. Los técnicos de la prefectura local insisten en que estos inmuebles envejecen y corren el riesgo de desplomarse.
En un país azotado por violentas sacudidas telúricas, los sismólogos los sometieron a un test de resistencia en 2017. La conclusión es que no serían capaces de soportar un movimiento de escala entre 6 y 7 (intensidad moderada-alta). Su sentencia deberá cumplirse antes de 2022. «No hubo opción para que evitáramos tomar medidas, ya que su caída podría dañar a los residentes del vecindario», explicó un funcionario anónimo a France Press.
Pero el argumento no es suficiente para muchos japoneses. En solo unos días la campaña de firmas que se oponen al derribo ha superado las 15.000. Y no deja de subir. La suscriben personas de argumentos difíciles de rebatir, como el anciano Iwao Nakanishi (89 años). Tenía solo 15 cuando cayó 'Little Boy' y estaba dentro, precisamente, de uno de los edificios ahora condenados a la piqueta. «Considerando la importancia histórica de contar la tragedia a las generaciones futuras, no podemos aceptar su demolición. Nos oponemos firmemente», insistió en el diario local 'Mainichi'.
A Nakanishi le quedan fuerzas para ponerse, si es necesario, delante de las excavadoras: «Las instalaciones pueden utilizarse para promover la abolición de las armas nucleares», propone. Pero en el otro lado de la balanza está la economía. Preservar los cuatro edificios supervivientes pero maltrechos de la zona costaría 8.400 millones de yenes(casi 70 millones de euros). La alternativa que parece más viable es el derribo de los dos en peor estado y apuntalar los otros. Costaría la tercera parte de fondos.
Son construcciones que han cumplido un siglo de vida. Cuando se levantaron, en 1913, esta zona se conocía como Deshio Nippon Express y jugó un papel destacado en su tiempo. Los cuatro edificios de tres pisos de ladrillo rojo eran fábricas y almacenes de ropa militar cuando se produjo el ataque el 6 de agosto de 1945. De forma urgente, se reconvirtieron en hospital de campaña. Después fueron centro educativo, almacén de reparto y residencia universitaria.
Cuando se produjo el impacto nuclear, una gran parte de la ciudad era de madera. Pero estos edificios resistieron precisamente porque fueron construidos con hormigón y ladrillo. Durante todas estas décadas han conservado un aire industrial anglosajón, como esas viejas naves que tan bien saben recuperar los británicos de su particular 'arqueología' urbana.
Un día negro: Esta fecha figura entre los capítulos más tristes de los conflictos humanos. 'Little Boy', la primera bomba atómica lanzada sobre objetivos civiles, mató a unas 140.000 personas.
13 kilómetros cuadrados de ciudad desaparecieron del mapa. Apenas quedaron en pie 85 edificios.
Defender la memoria Más de 15.000 vecinos de Hiroshima han apoyado con su firma la necesidad de preservar en pie los edificios que sobrevivieron al ataque atómico.
En ellos aún se pueden apreciar las bisagras de las ventanas que se deformaron en la explosión. La noticia del derribo llega a los habitantes de Hiroshima cuando aún tienen fresco el mensaje del Papa Francisco, que reiteró en su visita a Japón hace unas semanas que «el uso de la energía atómica para la guerra es un crimen».
La decisión de las autoridades niponas invita a reabrir el permanente debate sobre la necesidad de la preservación de los memoriales de la maldad humana. ¿Habría que haber eliminado los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau? ¿Qué hacemos aquí con el Valle de los Caídos?
En el caso de Hiroshima, la respuesta la empezó a dar el geólogo vasco Marc de Urreiztieta. Hace unos años, examinó muestras de arena de las playas de Motoujina, en las afueras de Hiroshima. Encontró «partículas extrañas, aerodinámicas, vítreas y redondeadas». Un material creado a altísimas temperaturas. Junto a su colega Mario Wannier, experto en arenales del mundo, determinaron que en las playas del extrarradio de la ciudad podría haber hasta 36.000 toneladas de partículas de lo que un día fue Hiroshima.
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