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Alba Cárcamo
Lunes, 12 de febrero 2024, 11:20
Cuando tenía 5 años, Iren Ibisate pensó que era «un chico». Entonces su nombre era otro. Y su identidad, un secreto. No se lo contó ... a nadie porque creía que «era algo malo». Ahora, con 26, «me miro al espejo y me veo a mí», asegura. Este bilbaíno comenzó su transición pasada la veintena, y el año pasado fue uno de los primeros vizcaínos en rectificar su sexo registral tras la entrada en vigor de la conocida como 'ley trans'. No tuvo una buena experiencia en el Registro Civil, pero celebra que la norma simplifique el proceso al que había que someterse antes. Y, frente al «ruido» que han provocado «los pocos casos» de intento de fraude, reivindica «el bien que está haciendo» esta normativa a muchas personas.
Lo hace con ejemplos propios, con lo vivido en los últimos años y con lo que no quiere que otros padezcan. Cosas cotidianas, como ir a Correos a recoger un paquete, se convertían «en situaciones superviolentas». «Me pedían el DNI y ponía que era mujer, pero mi aspecto era masculino», explica. Tuvo problemas también con las prácticas del carné de conducir, porque el examinador creía que se presentaba bajo una «identidad falsa». Incluso, estudiando un FP para ser integrador social, una docente se refería siempre a él -entonces ya tenía barba pero no se había cambiado el sexo registral- como «ella». «Intenté que hablara de mí como un chico, pero no había forma», censura.
En su trabajo, las nóminas le llegaban como mujer, algo que les sucede a otras muchas personas que tienen dificultades, por ejemplo, «si tienen que presentarlas como aval para el contrato de un piso». También, como su sexo oficial era el femenino, en el trabajo le enviaban uniforme para ese sexo. Desde que su físico y su identificación dicen lo mismo, «mi vida es otra; no tengo que estar dando explicaciones constantemente».
Pero las quiere dar. No por él, sino por los que vengan detrás. «A los 20 años, mientras estudiaba Derecho, asumí que era un hombre, pero tardé tres años en dar el paso y comenzar con las hormonas por miedo», recuerda. «Estaba esa idea que te mete la sociedad de que nadie te va querer, de que si cambias no vas a encontrar trabajo...», evoca. Y se dio cuenta de que «había perdido tres años» retrasándolo, porque lo único que había conseguido es «estar mal anímicamente». Por eso anima a no dejarse llevar por el temor a los demás. Aunque el camino no ha sido -ni sigue siendo- fácil. «En mi infancia me llamaban marimacho y el otro día por la calle me llamaron maricón», denuncia. Pero él solo es Iren, pacífico en euskera.
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