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Imagínese que la nevera le manda un 'Whatsapp' para avisarle de que falta brócoli o que ya es hora de sacar la gelatina si la quiere para cenar. Imagínese también que la luz cambia sola de intensidad en función de la oscuridad del habitáculo. No ... les hablo de programación, sino de que los electrodomésticos aprendan nuestras costumbres y se adapten. Nosotros solo tendríamos que vigilar cómo están todos los dispositivos desde el móvil. Podríamos activar y desactivar la lavadora a distancia. Tender todavía no. Por la privacidad, si les preocupa, no se alarmen porque dicen que no se puede jaquear y que nadie usa sus datos. Sea como fuere, este tipo de viviendas inteligentes no ha llegado, por ahora, a San Sebastián, pero no tardarán. Ya nos acostumbramos en su día a ver a gente hablando a la pantalla del móvil para evitar teclear. Ya sabe que las prisas, el auto corrector o sabe Dios qué hacía que escribiéramos cosas como obesos por besos o cojones por cojines. Parecía que escribir con todas las letras quitaba tiempo y era más fácil presionar un botón y que una máquina escribiera lo que creía escuchar. Lo malo es que entraba en juego la pronunciación y la buena dicción. A veces tocaba pedir incluso perdón y echar la culpa al auto corrector. A quién si no. Igual es porque mis conversaciones suelen ser cara a cara y con un té de fondo, porque me siento más 'influencer' al conectar sin necesidad de conexión o porque al hablar me equivoco menos que al escribir, pero la tecnología, a veces, me da miedo.
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