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Las tragedias suelen incluir episodios grotescos que acaban resultando hasta cómicos cuando pasan los años, y ahora que la Vuelta a España ha empezado en Irun, recuerdo uno de ellos: la peculiar obsesión de ETA contra el ciclismo. A partir de 1978, la Vuelta evitó ... el País Vasco porque existía la tradición de sembrar clavos, derramar aceite, levantar barricadas y enviar cartas amenazantes a ciclistas destacados. ETA, prolongando la costumbre, reventó dos bombas durante la etapa de Logroño a Pamplona en 1990. Sus simpatizantes quemaron coches del Tour de 1992 en Donostia y pusieron dos bombas en Belagua al paso del Tour de 2007. Cuando la Vuelta regresó a Bilbao en 2011, la izquierda abertzale manifestó su rechazo porque la consideraba una imposición españolista. No ocurría nada parecido con otros deportes. La Liga española de fútbol venía a los estadios vascos semana tras semana, año tras año, y no solo no la atacaban, sino que muchos de quienes defendían el boicoteo al ciclismo asistían a la Liga, la celebraban y pagaban para sostenerla. Quizá porque el fútbol facilita representaciones de «nosotros contra el enemigo» que en el ciclismo, por suerte, casi nunca suceden.
Cuando el Tour de 1996 entró en Zuberoa, varios manifestantes se cruzaron con una pancarta y pararon al escapado: un australiano residente en Gipuzkoa cuyos hijos hablan euskera. Podían haberle dejado pasar y haber cortado el paso a sus perseguidores, si querían hacerlo más patriótico y memorable.
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