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Ya había visto esa mirada. Y es que nunca se olvida. A veces, va y vuelve. Y cuando vuelve, cómo vuelve. Ayer fue la de ese niño de pantalón negro y jersey. Ese niño que no sabe lo que pasa y que solo oye gritos ... y siente miedo. Esos ojos, que sin quererlo lo dicen todo sin querer decir nada. Ese niño que de pronto nota cómo unas manos ajenas se apresuran y le cogen. Le salvan pero él no entiende. Ese niño es solo uno de los cientos de menores que se suben, en el mejor de los casos junto a un familiar, en una embarcación en mitad de la noche y esperan poder llegar a alguna costa lejana de Libia. Algunos lo consiguen, pero otros no. Y se quedan ahí, en ese mar convertido en un cementerio.
El drama de los refugiados sigue y seguirá. El lunes el 'Aita Mari' rescató a 65 personas. El domingo, a 93 personas, entre ellas 37 menores de edad y tres mujeres embarazadas, pero no pudo llegar a otro aviso. «Estaban lejos del lugar. No sabemos qué ha pasado con ellos, nos les localizan», relata desde el barco el fotógrafo Pablo García. Quién sabe si alguna otra oenegé pudo acudir a la llamada o si esas personas no corrieron la misma suerte y mañana aparecerán en alguna estadística.
994 migrantes han muerto o desaparecido, de enero a septiembre de 2019, en las aguas del Mediterráneo en su camino hacia Europa, según datos del proyecto Missing Migrants de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)
Estas personas rescatadas seguramente podrán llegar a Europa. Irán a algún campo de refugiados y esperarán. Y esperarán. Y esperarán. Las islas y da igual que sea Lampedusa, Sicilia, Chíos o Lesbos se encuentran en las mismas condiciones de precariedad y saturación. En el campo de Moria, en Lesbos, se acumulan solo en las instalaciones oficiales, que tienen capacidad para 2.200, más de 18.300 migrantes. La situación es insostenible. De hecho, la semana pasada se vivieron momentos de tensión en Mitilene, la capital, cuando los migrantes se dirigían desde el campo hasta el centro de la ciudad para pedir la salida de la isla y protestar contra la insuficiente calidad de vida que hay en estos campos.
Y ese mismo día mientras los refugiados protestaban en la calle en los despachos italianos se llegaba a un nuevo acuerdo de renovación con el Gobierno libio para mantener el Memorando que firmaron en 2017. En dicho pacto, Italia se comprometía a entrenar, equipar y apoyar a la Guardia Costera y otras autoridades libias con el objetivo de permitirles interceptar a las personas en el mar y devolverlas a tierra. El objetivo era reducir el flujo migratorio hacia las costas italianas y europeas y retener a los migrantes en un país sumido en la violencia y la guerra desde la caída del dictador Muamar el Gadafi en 2011 y donde operan las mafias de traficantes de seres humanos.
Y yo veo a ese niño y me pregunto qué será de él dentro de unos años. Qué pasará con todas esas personas que se han quedado sin educación y condenadas a ser refugiadas en una Europa colapsada y desbordada que sigue sin ofrecer una alternativa. La solución no llega ni parece que vaya a llegar y donde más se padece es en los campos y en la calle. Se espera y se espera mientras se intenta sobrevivir. En la calle no es sencillo. Hay peleas por todo porque la tensión cada vez es mayor. La desesperación por no saber qué pasará hace mella. Reina, en muchos sitios, la ley del más fuerte y, entonces, aparece la violencia. Y cuando nos afecte a nosotros, ciudadanos europeos, nos echaremos las manos a la cabeza, pero el problema ya estaba ahí.
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