
El tomate que se siembra con una app
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Diferentes aplicaciones online permiten a los horticultores controlar sus plantaciones de principio a fin, optimizando el trabajo, el rendimiento y el resultado de sus cosechasEsta es la historia de un tomate. De un tomate cultivado con el mimo de siempre y las tecnologías del futuro que ya son presente. Es la historia también de un 'renovarse o morir': es este caso, la del campo vasco en el cibernético siglo XXI. Un tiempo en el que tablets, móviles de última generación, apps y todo tipo de aperos tecnológicos marcan nuestro día a día, también en el ámbito agrícola. Apostar por el caserío como forma de vida exige, como nunca, una revolución en un terreno que ha permanecido durante generaciones casi inalterado. Una adaptación acelerada que está resultando clave para la supervivencia de aquellas explotaciones que prosiguen con el legado familiar afrontado retos que hace un par de décadas eran impensables. Inimaginables para los baserritarras y para el resto de sectores que investigan en torno a la agricultura del futuro.
Apps para controlar el riego, placas solares o un sistema calefactado por biomasa, la implantación de CO2 para el engorde del tomate, bombillas led destinadas al proceso de fotosíntesis de la planta... son las nuevas herramientas de los agricultores, que desde su teléfono pueden controlar la temperatura del interior de sus invernaderos o la cantidad de agua de riego, la humedad y las horas solares que disfrutan y necesitan sus plantaciones, optimizando así al máximo el rendimiento de su trabajo e inversión. Xabier Alberro es uno de esos jóvenes baserritarras que mantienen una herencia de décadas reorientándola hacia el cultivo cibernético.
Alberro produce todo tipo de hortalizas en las tres hectáreas de terreno que tiene distribuidas entre Urnieta, Astigarraga y Hernani. El cultivo de tomates, guindillas de Ibarra y pimientos de Gernika centra el trabajo en sus invernaderos. Representan una parte de su negocio, que el astigarratarra cuida y controla al máximo: es su forma de vida. Mientras repasa la historia de su familia, entregada a la agricultura desde hace varias generaciones, Alberro no deja de mostrar en su teléfono móvil las aplicaciones que le permiten, desde cualquier lugar y en cualquier momento, mejorar el rendimiento de sus plantas.
Desde el desconocimiento absoluto, y sobre todo comprobando que el fruto no ha variado en su forma, uno piensa que los cultivos se siguen trabajando como hace décadas, con los secretos que los Alberro guardan para lograr la exquisitez de sus rojos tomates o esas piperras y pimientos que tan ricos acompañan a cualquier plato. Xabier no suelta prenda al hablar de esa sabiduría familiar, pero sí de su 'doctorado' tecnológico. «Esa transformación también ha llegado al proceso de cultivo de cualquier producto hortícola. Hoy en día, todo el proceso de cultivo en un invernadero está digitalizado y todos los invernaderos están monitorizados a tiempo real», relata. «Podemos controlar el cultivo de cualquier planta desde cualquier sitio, a través del móvil o de la tablet, con unos programas específicos. Así, somos capaces de controlar siempre los parámetros de riego, de clima, de calefacción, de radiación solar... gracias a las apps. Si se produce algún tipo de alarma, por una avería o cualquier otra cuestión, automáticamente la aplicación te avisa a tu smartphone. Y desde donde tú estés puedes solucionarlo al segundo».
Volvamos al tomate. A la tecnología punta para el cultivo de tomate hidropónico. Un método en el cual las plantas se desarrollan sobre un sustrato inerte o, directamente, en una disolución mineral acuosa. Generalmente, dependiendo del porte de la especie, se necesitan estructuras para la sujeción aérea de las mismas. Es decir, nuestro tomate en el aire.
«El ciclo de ese cultivo se asemeja al cultivo de suelo. Desde que es plantado hasta que se recolecta, un tomate necesita aproximadamente entre dos meses y medio y tres meses para su desarrollo y punto óptimo de maduración», detalla Alberro, que sigue con 'la clase' sobre la horticultura del hoy y del mañana. «La tecnología nos ayuda a controlar en todo momento el proceso de maduración del fruto, porque sabemos que en verano los días son más largos, son más calurosos y hay más luminosidad, pero en invierno no. Entonces, nos valemos de la tecnología para ofrecer al fruto las cantidades de luz o de calor que necesita».
No es este el único factor que influye en el cultivo del tomate. En el caso del hidropónico, «es la única solución que tenemos en este momento aquí», precisa el protagonista de este reportaje. «Este sistema nos permite producir tomate cuando las tierras no son arables y no se pueden cultivar». A su vez, resulta muy ecológico porque «el agua no se desecha. Se regenera y utiliza de manera continuada.Además, toda la lluvia que cae sobre la cubierta de los invernaderos es recogida en un depósito y, después, es utilizada por el sistema de regadío mediante una app que controlamos desde el móvil».
El sustrato más 'cool' y extendido en el cultivo del tomate es la fibra de coco en mangas, el que mayores ventajas y facilidades ofrece. Es el que utiliza Alberro en sus instalaciones. «Este sustrato mantiene la humedad y ofrece un buen drenaje, de forma que da a las plantas una medida justa de agua, reteniendo una parte pequeña de humedad que le ayuda a aguantar entre riegos, pero sin provocar encharcamientos perjudiciales».
Aunque nunca llueve a gusto de todos, en el caso de los baserritarras que buscan una buena cosecha controlar la cantidad de agua que reciben sus plantas resulta fundamental a la hora de minimizar pérdidas; por ello, es clave la instalación de mecanismos de regadío automático. «El tomate necesita agua, pero en una medida justa. Poder regular la cantidad gracias a las aplicaciones de nuestros móviles permite no desperdiciarla y asegurar que la planta se nutre de ella dependiendo también del calor que se ha registrado ese día». Junto a la modulación del agua, el horticultor puede abrir y cerrar las ventanas del invernadero para que entre aire y se oxigene el espacio.
Y luego está la altura de los invernaderos. Cuanto más bajos son, «más ahogada está la planta porque la humedad relativa es más alta. Por ello, cuanta más altura tenga esta instalación la planta se encuentra en un hábitat más favorable, más natural», continúa Alberro. «Nuestros invernaderos son más altos y con cubierta de policarbonato para que la transmisión de luz sea la más idónea para rentabilizar el cultivo».
Junto a toda la tecnología más innovadora del momento en el sector, los Alberro cuentan con otros colaboradores activos en su plantaciones: la fauna auxiliar. «Ciertos bichos son muy efectivos para aplacar las plagas. Por eso, los incluimos dentro del sistema 'eco' del campo para que hagan frente a las enfermedades. Por ejemplo, las mariquitas comen piojos. También incluimos abejas en el invernadero para que hagan polinización».
Pero el gran aliado de los horticultores es el Nesidiocoris Tenuis. «Es un depredador autóctono, de una generación que ha nacido aquí, que puede controlar de manera espontánea mosca blanca, tuta absoluta, araña roja, trips, minadores y huevos de lepidópteros. Es el insecto auxiliar más utilizado en el control biológico en el cultivo de tomate, pues sus largas patas le permiten moverse con libertad sorteando los pelos glandulosos del tallo», describe Alberro. «Se come las huevas de las plagas que acechan a nuestras plantaciones. Interrumpen el ciclo de esos insectos invasores e impiden que proliferen, desapareciendo así del invernadero en el que se encuentran y salvando, a su vez, nuestras cosechas», detalla.
La apuesta por la modernización de la producción por parte de los Alberro va pareja a una calidad sostenible. Todas las hortalizas que producen en sus explotaciones son autóctonas. «Por eso tenemos los certificados Eusko Label y Euskal Baserri. Eusko Label indica, también, calidad».El horticultor subraya que la obtención de estos certificados resulta tan importante como la inversión en tecnología. «La gente tiene que saber que son autóctonos. Los clientes deben ver esta particularidad. Los baserritarras profesionales necesitamos el sello para diferenciarnos del resto».
Desde el siglo XIX la familia Alberro-Arregi trabaja la tierra contribuyendo con su aportación al sostenimiento del ecosistema y el medio rural de la comarca de Donostialdea. Dos siglos lleva la saga del baserritarra Xabier Alberro cultivando el caserío Juanguitenea en Astigarraga, desde que el marqués de Valdespina lo arrendara a sus antepasados. Afincado inicialmente a orillas del río Urumea, en el barrio de Ergobia en Astigarraga, en la actualidad trabaja con algunas de las mejores tierras agronómicas de Euskadi.Así, los Alberro cuentan con diferentes instalaciones de cultivo repartidas en diferentes puntos. Concretamente en Ergobia, pasado el puente, 7.000 metros cuadrados; en la agroaldea de Astigarraga, 4.200 (invernadero); en la zona de Ventas de Astigarraga, 10.000; en Hernani, 4.000 y 5.000; y en la agroaldea de Urnieta, 8.400 (también invernadero).
Los horticultores de Astigarraga han apostado por la marca Euskal Baserri que surgió en 1993, incluidos en la llamada producción integrada. «Muchos no saben lo que es eso. Es una nueva alternativa para poder producir alimentos más seguros y sanos, respetando el medio ambiente. Apostamos por un mayor uso de los recursos y mecanismos de producción natural. Y todo está supervisado por técnicos que se encargan del control. Por nuestra parte, tenemos que rellenar un 'cuaderno de campo'. El reconocimiento de la calidad de los productos por los clientes compensa el esfuerzo que realizamos», afirman.
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