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Es un arte. No hay duda. Tocar el tambor o el barril es una cosa y hacerlo bien es otra bien diferente. No hay que confundirse. Quien lo haya experimentado lo entenderá. Hay que saber dominar los palillos y no dejar que ellos lleven el ... mando porque luego pasa lo que pasa y se escuchan redobles cuando no tocaban. Claro que estos suelen venir acompañados de risas y entonces todo merece la pena. Como todo, saber tocar requiere tiempo y dedicación. Lo de tener un oído musical nunca está de más, pero no es imprescindible.
Es un arte que se aprende. Lo mejor es ir descubriendo la técnica desde pequeños e ir, año a año, mejorando. Sin prisa. Porque sin darte cuenta llega el lapsus y a la primera de cambio la emoción rompe los palillos. La clave es fijarse en los que saben. Ver a qué altura colocan los brazos, cómo siguen el compás de la banda sin adelantarse ni retrasarse y, sobre todo, cómo disfrutan de la fiesta y contagian a todo el mundo. Si una cosa ha quedado clara este año es que cada vez más donostiarras, de nacimiento y de adopción, quieren aprender este arte centenario y hacer disfrutar a los ciudadanos de las marchas de Sarriegui. No en vano 151 compañías de adultos desfilaron por todos los rincones de San Sebastián durante las 24 horas más mágicas del año.
Tras el arte hay un sentimiento. No hay duda. Bastaba con prestar atención a los rostros de niños y mayores para saber que todo nace de dentro. Y si no que se lo digan a los integrantes de la Unión Artesana que se emocionaron en la 'Consti'. Y ahora que todo ha acabado es momento de esperar para volver a disfrutar.
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