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Pocos matrimonios habrá en Gipuzkoa que sumen más de 200 años, y menos que lleguen a 210. El que forman Emiliana García y Vicente Vega ... sigue desafiando las leyes del envejecimiento y suma desde este domingo un año más. Emiliana acaba de cumplir nada menos que 108 y sigue ostentando el título de la amona de Goierri, aunque es más que probable que también lo sea de Gipuzkoa. Lo celebró en su casa de Beasain, rodeada de sus dos hijas: Nati, con la que vive, y Puri, además de su yerno, cuatro nietos y seis biznietos. También recibió la visita de la alcaldesa de la villa vagonera, Leire Artola, que le entregó un ramo de flores a modo de felicitación de todos los beasaindarras. «Lo pasamos muy bien», cuenta Nati mientras pasea con su madre.
«Sí, sí, seguimos dando una vuelta al lado de casa, aunque si algún día ella dice no, es que no», explica la hija de esta burgalesa de Pradoluengo que ni de lejos aparenta la edad que aparece en su DNI y que sigue atesorando una longevidad envidiable, sin deterioro cognitivo ni enfermedad destacable. Solo muchos años. «Cada vez está más torpe y utiliza un taca-taca. Tiene buena cabeza», relata la hija, quien bromea que «yo estoy más empastillada que ella» al ser preguntada por los medicamentos que toma la centenaria. Y que se resumen en una pastilla para la hipertensión y otra para dormir. Vicente tampoco tiene un botiquín muy grande: sintrom y tratamiento para una angina de pecho que sufrió hace un par de años.
Antes de la pandemia El DIARIO VASCO visitó a los Vega-García en su vivienda de Beasain. Entonces ya relataron una anécdota que suele salir a colación al hablar de la salud de hierro de Emiliana. Resulta que hace diez años, cuando tenía 98, le llevaron al hospital de Zumarraga por una subida de tensión «y nos decían 'no puede ser que no lo tengamos, no encontramos su historia'. ¡Es que nunca lo había tenido!», relata su hija.
La juventud de Emiliana, como la de la otros coetáneos, no fue fácil. En casa eran seis hermanos y a ella y a Simona les tocó ir a servir a Barcelona. Se emplearon en distintas casas. En el caso de Emiliana, en el de un matrimonio con dos hijos. El marido era consignatario de buques, pero tuvieron que exiliarse. Ella y la cocinera se quedaron en casa solas al cuidado de un cuñado. «Estábamos en casa y un día venían dos y otro cuatro a registrar. Miraban todo, buscaban papeles, abrían cajones... Cogían lo que les parecía. Y nosotros a callar», recordaba en aquel reportaje la centenaria. Comían más bien poco, algunos días pan racionado. Se echó novio, pero este murió de una pulmonía.
Tras la guerra, Emiliana regresó a Pradoluengo con sus padres y, como el resto de vecinos de esta municipio con una rica industria textil se puso a coser calcetines. Por aquel entonces Vicente, cántabro de Potes, había ido a Burgos a plantar pinos. Acabó trabajando en una cantera de yeso y conquistando a Emiliana. Se casaron el 29 de octubre de 1955 en Pradoluengo en una sencilla ceremonia sin apenas fastos en el que la novia iba de negro. Tuvieron dos hijas y cuando la pequeña tenía seis años, se vinieron a Gipuzkoa. Vicente encontró trabajo en Apellániz. La nave industrial estaba en Ordizia, donde se instalaron al principio aunque luego se mudaron a Beasain. Allí siguen sumando años, en una vivienda donde disfrutan de unas bonitas vistas al Txindoki y siguen con su rutina, cumpliendo años.
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