«Fui la primera mujer que llevó pantalón en Aduna»

A Bibiana Tejeria, 'Bibi' como le conoce todo el mundo, solo el carnet de identidad se atreve a decirle que ya ha cumplido los ochenta años. Quienes la conocen la describen por su vitalidad y se quedan pasmados cuando les revela su verdadera edad. Nada le frena y su cuerpo le pide seguir activa. De ahí que continúe trabajando en la cocina de la misma sagardotegi en la que entró hace ya más de 30 años y, por el momento, no tiene la mínim intención de dejarlo de lado.

Precisamente, su trabajo y su familia le han llevado a vivir a caballo entre Villabona y su pueblo natal, aunque cuando alguien le pregunta de dónde es, ella no duda en dejar claro que es «de Aduna, de Aduna. De toda la vida».

Pese a que se compromete a «subir al menos una vez por semana» a su pueblo natal, es llegar a la cima donde se encuentra, avistar al fondo la iglesia y el caserío en el que nació y algo se remueve en su interior. De forma instantánea, deja atrás sus ochenta años y afloran todos los recuerdos de «sus tiempos mozos». «Como mis nueve hermanos mayores, nací y crecí en ese caserío de ahí. El que está en medio de la plaza del pueblo, al lado del ayuntamiento», reconoce mientras sonríe y presume por poder matizar que «mi casa estaba antes de que se levantase el consistorio».

Desde el balcón de su caserío, ha sido testigo de la evolución del pueblo durante el tiempo. «Aduna ha cambiado mucho. Está la eskola, el frontón moderno, los bloques de casas...». Hace tiempo que dejó de ser aquella localidad formada por una «treintena de caseríos en medio del monte», aunque no por ello ha perdido «ese encanto que me enamora».

«Si tuviera que quedarse con algún lugar de Aduna, ¿cuál sería?». Bibi no tarda un segundo en responder. Ni siquiera necesita escuchar toda la pregunta: la plaza del pueblo, la misma que tiene a los pies del balcón de su hogar. «Ventajas de vivir en el meollo». Ahí ha bailado, jugado con la cuerda y ha sido una más en los interminables partidos de pelota. «Estábamos todo el día en la calle. De cría me llegaban a echar la bronca porque pasaba mucho rato con los chicos. ¡Como si eso fuera malo! Siempre he hecho un poco lo que he querido. He sido la primera mujer en llevar pantalones en Aduna», presume hoy en día de una vida vinculada a su pueblo. «La de horas que he pasado yo aquí -dice señalando a la iglesia-. Ayudando al párroco, limpiando e incluso tocando las campanas los fines de semana. Eso sí que era costoso».

Pero si hay algo que destaca y hace que considere Aduna como «el mejor lugar del mundo» es la paz que le rodea. «Es un pueblo pequeño en el que nos conocemos todos y vivimos de forma tranquila. Tenemos Gipuzkoa a nuestros pies. Estamos al lado de Villabona, Zizurkil o Donostia, pero sin el barullo. Más bonito que Aduna no hay nada». Y nadie se atreve a llevarle la contraria a esta mujer.

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