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Las monjas clarisas se van de TolosaLa falta de 'relevo generacional' también llega a las monjas de clausura. Tras más de 400 años de permanencia en Tolosa, las clarisas se van de Santa Clara y dejarán vacío su bello convento, cuyo futuro es una incógnita. Las monjas dicen adiós 'con pena y dolor', pero aseguran no tener otro remedio. Su número ha ido reduciéndose paulatinamente, y hoy ya sólo quedan cuatro religiosas, que se trasladarán al convento San Antonio, de Vitoria, en un plazo breve. ¿Cuándo? Ahora han notificado la decisión a los estamentos superiores y están pidiendo las licencias o dispensas oportunas, pero no parece que el plazo se dilate mucho en el tiempo. Cuando se confirme el traslado, se organizará un acto oficial de despedido abierto a la ciudadanía.
El historiador tolosarra Paco Lizarralde relata que la historia de las clarisas se remonta al año 1612, cuando el licenciado Miguel P. Mendiola y su esposa, Magdalena Unanue, pusieron a disposición de la citada orden su casa torre de Iturriza, para que fundaran allí su primera comunidad religiosa, que se mantuvo hasta el año 1666. «Pero el reducido tamaño, la incomodidad de la casa y los ruidos existentes en el meollo de la Parte Vieja, empujaron a la congregación de 36 monjas a trasladarse a otro emplazamiento, que es el actual», escribe Lizarralde.
En el año 1666 se fundó, por tanto, el actual convento, de estilo barroco. La anexa iglesia fue erigida posteriormente entre 1711-1732. En ella destaca el retablo mayor, con tallas policromadas del siglo XVIII, realizadas por el azpeitiarra Ignacio Ibero, destacado retablista y famoso arquitecto de la época. En 1964 fue declarado, todo el conjunto, Monumento Histórico-Artístico.
El convento poseía, además, unas bien cuidadas huertas, de donde procedían todas las hortalizas que se consumían en el refectorio de la comunidad.
Paco Lizarralde habló con la actual abadesa, Genoveva Zabala, y con la anterior, Micaela Urroz. Ambas le contaron que la comunidad se trasladó, en 1808, a Alkiza, donde permanecieron alrededor de seis años, porque el convento había sido ocupado por las tropas napoleónicas y lo habían convertido en un hospital de campaña.
«También querían reseñar que la comunidad de Tolosa, que en los años 60-70 del siglo pasado había tenido hasta 40 monjas, ante la la penuria de otros cenobios, había contribuido a la no desaparición de los mismos y había mandado monjas a ciertos conventos. Concretamente a Medina de Rioseco (3 hermanas), Fitero (2 hermanas) y también, en entre otros, a San Martín de Don. Se acordaban, todavía, de una hermana de Ondarroa, sor Pilar Iriondo, que fue un prodigio de la música y una virtuosa organista que recorrió muchos conventos de la orden enseñando a interpretar y tocar los himnos eclesiásticos», escribe Lizarralde.
Las monjas de la comunidad se dedicaban, hasta hace poco, a la limpieza, reparación y planchado de ropa, y también al bordado. «Enfatizaban sobre el buen aspecto que presentan el convento y la iglesia, y decían que era debido al gran celo con que se prodigaban las hermanas en la reparación, conservación y limpieza de dichos inmuebles, haciendo incluso de albañiles», explica el historiador tolosarra.
La historia de las clarisas estaba relaciona con una costumbre muy arraigada en Tolosa, que consistía en llevar los parientes de la novia una docena de huevos al convento, para que las monjas intercedieran con sus rezos y no lloviera el día de la boda.
En 2012, las clarisas celebraron sus «400 años» de presencia en la villa papelera y, aprovechando la efemérides, tuvimos la ocasión de hablar con la entonces abadesa, Sor Micaela Urroz. Las religiosas aceptaron compartir con DV un día de su vida cotidiana. Fue uno de los trabajos periodísticos más bonitos y recordados para quien firma estas líneas. Las clarisas abrieron las dependencias de su magnífico, casi desconocido, edificio barroco que es el monasterio de Santa Clara, incluyendo aposentos que no solían enseñar habitualmente, y nos permitieron así intercambiar con ellas vivencias e inquietudes.
«Cuando recibes la llamada del Señor, no la puedes rechazar. Estamos enamoradas de Él. Somos felices porque tomamos la decisión acertada, la clausura es nuestra manera de servir a Dios y a la humanidad», aseguraban las Hermanas con total convencimiento y pasión.
¿Cómo es el día a día de las clarisas? Tras el aseo personal, a las 7.30 horas, se celebra la primera reunión de oración: el Angelus, al que siguen las Laudes y la eucaristía. A las 9 tiene lugar el oficio de lectura y media hora más tarde se sirve el desayuno. Después, cada religiosa acude a sus quehaceres: planchado, lavado de ropa, cuidado de la huerta, de los animales, la cocina...
Tras la comida, las monjas dedican un tiempo al estudio de formación y después siguen con sus cometidos cotidianos, antes de volver al recogimiento: rezo del rosario y bendición del Santísimo. Cenan a las ocho y después tienen un poco de tiempo libre. Ven las noticias de las nueve en la televisión (siempre en ETB 2), y a continuación charlan «de todo un poco» para culminar la jornada con las Completas. A las 22.15 están ya acostadas. Su dormitorio es austero pero luminoso.
«¿Aburrirnos nosotras? No sabemos lo que es esta palabra», nos decía entonces Sor Micaela. «Nos divertimos mucho, estamos en paz con nosotras mismas». ¿De qué viven?, le preguntamos. «Bueno, no gastamos mucho en ropa ni en consumo. Tenemos nuestra jubilación y también recibimos donativos. Además, atendemos encargos de planchado, lavado y arreglo de ropa».
Otra pregunta inevitable. ¿Cómo surge una vocación que les lleva a encerrarse de por vida entre las paredes de un monasterio? «Es que nosotras no lo vemos así», aseguraban las religiosas. «Recibimos la llamada del Señor, y esta llamada es tan fuerte, que ya no tienes ninguna duda. Es como estar enamorada. Todas dejamos vidas anteriores con la convicción de que estamos haciendo lo correcto. Nuestra elección está marcada por el amor del Señor, no hay vuelta atrás, no puedes rechazar su llamada».
Las clarisas tienen mayor contacto con el exterior que antaño. No 'salen por salir' ni sienten tampoco la necesidad de hacerlo, pero sí que se turnan para ir al ambulatorio o a hacer la compra. «Y también utilizamos el ordenador para guardar documentos y enviar emails», nos confesaba orgullosa la entonces abadesa.
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