AINGERU MUNGUÍA
Martes, 20 de julio 2010, 10:00
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Jon, Andoni, Pablo, Iñaki y Juan Carlos querían ver la final del Mundial. Chavales donostiarras de entre 9 y 11 años, a quienes sus padres apuntaron a unas colonias organizadas por la Diputación en un albergue de Orio. Al parecer, su pretensión era una barbaridad. Los chicos estaban ilusionados con la final, pero eso de darse un alegrón con la probable victoria de España era anatema. El problema no debía ser la norma que prohibía ver televisión durante la semana de colonias. Les cuento: los niños, ansiosos de noticias, preguntaron a los monitores cómo había acabado el partido y estos les dijeron que había ganado Holanda, que Robben había metido el gol de la victoria. La cosa estaba clara: prohibir el partido, impedir dar ánimos a la selección española, desbaratar el gustazo de los chavales de ver cómo su equipo ganaba el Campeonato del Mundo, y de postre propinar unas gotas de amargura haciéndoles pensar que habían perdido la final. Hombre, estos ases de la pedagogía no les pusieron un saco de piedras a la espalda, pero les hicieron algo peor: frustrarles una ilusión de todo punto entendible. ¿Se imaginan que pasara esto en unas colonias en Albacete?, ¿No, verdad? ¿Se habría guardado con tanto celo la norma de no ver la tele si la final del Mundial la hubieran jugado Euskadi y Brasil... o más bien habría habido toque de corneta para asistir al evento? Yo extraigo algo positivo: Estos chavales, antes que después, sacarán a gorrazos a nuestros talibanes locales. Pero la Diputación haría bien en replantearse a quién contrata: Cualquiera no vale. Primero hay que curarse las enfermedades, sobre todo si son mentales.
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