Secciones
Servicios
Destacamos
Leire Escalada
Lunes, 27 de septiembre 2010, 04:56
SAN SEBASTIÁN. Algunos son adoptados con tan sólo unas horas de vida. Otros ya tienen unos años cuando llegan a su familia adoptiva. En cualquier caso, una adopción siempre parte de un abandono. Y asumir esta situación supone reconocer y afrontar esa herida. Muchos viven el dolor en silencio, sintiendo que les faltan piezas para reconstruir su historia o que no acaban de encajar el puzzle de su vida. Por eso, asociaciones como Ume Alai Gipuzkoa buscan ayudar a estas personas y a sus familias a superar algunas dificultades
El sábado, la asociación organizó en Txara 1, en San Sebastián, una jornada entre hijos y padres adoptivos donde se pusieron en común distintos conflictos que pueden surgir en una adopción. Bajo el título Hablan los adoptados, cuatro personas relataron su experiencia. La mesa redonda estuvo moderada por Javier Múgica y Alberto Rodríguez, psicólogos de Agintzari.
David Azcona Adoptado con seis años
«Veía a mi madre como una oenegé con patas»
David nunca se ha atrevido a pedirle a su madre que le diese una coca-cola del frigorífico. «Me daba pánico escuchar un no de ella y de cualquiera». El joven, de 22 años y nacido en Madrid, pasó por trece centros antes de ser adoptado. «Me abandonaron trece veces». Cuando por fin fue adoptado, él tenía 6 años y su madre adoptiva, trabajadora social en un centro donde se encontraba, 23. A pesar de la nueva situación, la vida continuó poniéndole obstáculos. «Fui a un colegio muy conservador de Navarra y me he criado escuchando que tenía que besar por donde pasaba mi madre y agradecer lo que había hecho por mí. En vez de una madre, veía una oenegé con patas».
Cuando David cumplió 15 años, su madre se casó. Después, llegaron sus hermanas, dos adoptadas procedentes de China y una biológica, de las que estaba celoso. «Me sentía maltratado, que mi madre me había adoptado por abanderarse como una buena persona y no por sentimiento de amor hacia mí». Con este dolor profundo cargado a sus espaldas, a los 18 años se marchó de casa. Asegura que se ha sentido como «una marioneta rota, sin hilos». Relata que hasta los 15 años su madre fue cosiéndole ese hilo de unión entre ambos. Después ha tenido otros, como el trabajo o los amigos, aunque dice que ha ido destruyéndolos. «Siempre he dicho: si mi madre me abandonó, ¿quién no me va a abandonar». Sin embargo, «cuando toqué fondo había un hilo que seguía ahí y que por mucho que le intentaba pegar tijeretazos no se rompía». Era su madre adoptiva. «Si se hubiera cortado, no estaría aquí», reconoce. Volvió a casa y creó la web www.soyadoptado.es y la asociación La voz de los adoptados. Aun así, confiesa que su situación todavía es «muy dolorosa» y que le «queda muchísimo» para superarla.
Iolanda Serrano Adoptada al nacer
«Soy yo, estoy bien. No me busques»
Iolanda, que cumple 33 años esta semana, fue adoptada por sus padres a las cinco horas de nacer. Esta catalana nacida en Madrid, vicepresidenta de La voz de los adoptados, asegura que no se ha sentido «una niña y una adolescente abandonada». Sin embargo, el año pasado entró en una «espiral muy destructiva» en la que los conflictos con su madre y su pareja se mezclaron con el desempleo. Empezó a buscar respuestas y encontró La voz de los adoptados. «Entrar en contacto con otras personas adoptadas me ha permitido, de alguna forma, poner etiquetas a lo que estaba sintiendo». Ahora, confiesa, su entorno le comenta que ésta «mas dulce».
No obstante, aún tiene una espina clavada: encontrarse cara a cara con su madre biológica. «No busco una madre porque ya tengo una y es la mejor, pero sí completar mi historia». A través de su partida de nacimiento, consiguió su teléfono y su dirección y fue a buscarla. «No tengo la certeza de que la persona que vi fuera mi madre biológica, quiero pensar que sí. Pero no podía entrar así en su vida». Con ella iban dos niños pequeños. «Me hace pensar que tengo hermanos biológicos». Una vez la llamó por teléfono. «Sólo le dije: soy yo, estoy bien. No me busques. Me hace pensar que la he tenido 12 años sufriendo». El psicólogo Javier Mújica le asegura que «lleva sufriendo 33, porque las madres no olvidan. Tu frase le habrá dado una paz inmensa». Ahora, Iolanda afronta la búsqueda con ayuda de un mediador. «Estoy preparada para un rechazo».
Sejal Martínez Adoptada con 12 años en la India
«No guardo ningún tipo de rencor»
Sejal vivía con su familia, que se dedicaba al cultivo del arroz, en la India. «No éramos pobres. Teníamos nuestras tierras y siempre había comida en casa. Nunca nos faltaba nada y, sobre todo, teníamos cariño», recuerda la joven de 23 años. Cuando tenía cinco, murió su padre y después sus abuelos. Sus tíos decidieron internarlas a ella y a su hermana, que hoy tiene 21 años, en un colegio. «Nos dieron en adopción y nos pusimos en contacto con una monja, María. Estuvimos dos años en un orfanato». Allí estudiaban y recibían visitas de la familia «muy de vez en cuando». Sejal se intentó mentalizar de que no les vería más. «En 2000 vino mi madre [adoptiva] a buscarnos a mi hermana y a mí. Estuvimos todo el verano aprendiendo castellano». Después empezaron el colegio, donde les acogieron «con mucho cariño». Aquí mantiene el contacto con su familia india. «No les guardo ningún tipo de rencor», asegura. «Hace poco un amigo ha estado en India con mi familia. He visto fotos de mi hermano, que ya tiene 18 años, y del pueblo. El cambio el brutal. Espero que podamos verle pronto».
Mari Jose Gorrotxategi Madre adoptiva
«Respeto que mi hija conozca su pasado»
«¿Me vas a pegar?, le preguntaba cuando hacía algo mal. Ella me respondía: jamás te pondré la mano encima». Este es un fragmento de una carta que Larraitz escribió a su madre adoptiva, Mari Jose. En ella explica cómo su madre la educó desde el cariño. «Me enseñó que estar enfadados no tenía por qué cuestionar el vínculo y el afecto. El enfado era por las conductas, no por mí», cuenta Larraitz a través de su madre, que lee el texto en voz alta. La joven nació en Caracas y hasta los cinco años, cuando se escapó de casa con sus hermanos, sufrió malos tratos y abusos. Pasó tres años en un centro de menores y después fue adoptada por Mari Jose.
En Donostia afrontó momentos difíciles. «¿Por qué me has sacado de mi país? Me has quitado mis raíces. Se lo decía con mucha rabia y, a pesar de todo, ella nunca me recriminaba y mantenía la calma», escribe Larraitz. Ella quiso conocer su historia y Mari Jose la apoyó. «Siempre he respetado que mi hija quiera conocer su pasado». Cuando cumplió 18 años, viajaron juntas a Caracas, donde Larraitz no sintió «el cobijo que esperaba». Además, «se pudo dar el caso de conocer a algunos de mis familiares, pero creo no estábamos preparados para un encuentro. Aquella experiencia y que mi madre me ayudara a elaborarla me ayudó a comprender la adopción y lo feliz que era con ella».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Horarios, consejos y precauciones necesarias para ver el eclipse del sábado
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.