Que no te vean llorar

Intensidad emocional. La 59 edición llora a lágrima viva con La voz dormida, una película que arranca ya poniéndote el nudo en la garganta: unas presas temblorosas, y la monja leyendo la lista de las que esta misma noche serán fusiladas. «Que no te vean llorar, no les des el gusto...».

A lo largo de 128 minutos habrá más motivos para la emoción y el humedecimiento de ojos. Se dirá que puede ser fácil hacerlo así, con una reclusa embarazada condenada a muerte, «la mujer que iba a morir», describía Dulce Chacón en su novela a Tensi, pero no, el drama desgarrado tampoco es fácil. Igualmente, no le resultará sencillo a La voz dormida en su carrera comercial vencer el prejuicio de que ya hemos visto bastantes películas sobre la postguerra. Esta, en cualquier caso, merece la pena. Benito Zambrano ha adaptado respetuosamente el libro de Chacón, que falleció sin poder participar en su guión. Puede que, como en tantos pasos de la literatura a la pantalla, echemos en falta la poesía que en el libro envolvía los pesares, o algunos personajes y subtramas que han quedado encogidos o suprimidos. Pero la adaptación es ejemplar, sensible, arrolladora, y guarda lo esencial de la novela, la rabiosa tristeza de la represión, el punto de vista femenino y el personaje de Pepita, ajena al partido y a las ideologías pero fatalmente enredada en el bando perdedor.

En el haber, La voz dormida tiene la intensidad emocional, esas espléndidas secuencias de las visitas a la cárcel, y le añade a ella, María León, un animal escénico que ilumina la pantalla y que no desaprovecha un personaje que es un bombón. En el lado del debe, la endeblez de los personajes y actores masculinos, y un error:aunque ésta sea una historia sobre los sufrimientos del bando republicano, que, con una excepción, todas las monjas, carceleras y militares sean tan feos, desalmados y brutales le da un toque caricaturesco que distancia.