
JAVIER SADA
Domingo, 25 de septiembre 2011, 04:58
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En su primera página, tal día como el de hoy del año 1888, el periódico donostiarra 'El Fuerista' (Diario católico que tenía como lema 'Dios Patria y Rey') publicaba una larga relación de nombres correspondientes a las personas que se habían sumado a la protesta que dicho medio información había formulado por las blasfemias que un día sí y otro también se publicaban, a su juicio, en el también (impío) periódico donostiarra 'La Voz de Guipúzcoa' (republicano).
Y para conocer lo sucedido el día de ayer, 24 de septiembre de dicho año, en el barrio del Antiguo, con motivo de la colocación de la primera piedra de la nueva iglesia de San Sebastián, acudimos a ambos periódicos y al 'Eco de San Sebastián' (independiente liberal).
'La calle de la memoria' ya recordó en su momento (5-9-10) el carácter milenario de la iglesia que 'desde siempre' había permanecido en el actual parque de Miramar, dando origen, en su área de influencia, a la creación de la ciudad que conocemos como San Sebastián.
Y allí permaneció hasta que el 11 de julio de 1888 el alcalde, Gil Larrauri, se dirigió al obispo de la Diócesis pidiendo permiso para trasladarla con el fin de que en su lugar pudiera construirse lo que sería el Palacio de Miramar.
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La obra fue encargada al arquitecto municipal José Goicoa, quien la proyectó con un presupuesto cercano a las 50.000 pesetas y en el que se respetaba la torre, el reloj y los altares que se habían construido hacía poco tiempo. El terreno elegido estaba al pie de la pequeña loma donde hasta entonces había permanecido el templo y, nos cuenta Tomás Eceiza en su libro 'Glosas antiguotarras', era conocido como 'la huerta de Atorrasagasti'.
A la hora indicada allí estaba el presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo Sagasta, y numerosas autoridades cuando, procedente del Palacio de Ayete, llegó el rey, que contaba dos años de edad, en brazos de su ama y con él lo hicieron sus hermanas, todos precedidos por los batidores reales, siendo recibidos por los niños y niñas de las escuelas públicas del barrio. Los actos comenzaron a las nueve y media de la mañana con una misa en la iglesia llamada a desaparecer, en la que actuó la Gran Orquesta del Gran Casino y sus dos también grandes solistas Lamberty y Sauvaget.
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El vicario Aristizábal había echado el resto para tan solemne ceremonia y acudió ni más ni menos que a París para encargar el ramo de flores que la niña Mercedes Abrisqueta entregó a la princesita.
Terminada la misa, sin acompañamiento alguno, hizo su llegada la reina María Cristina dirigiéndose todos los presentes hasta el terreno donde se había instalado una gran cruz de madera y una mesa sobre la que reposaba el Acta notarial. La reina pidió al rey la paleta de plata y cogiendo argamasa la colocó sobre la caja de cinc que sería depositada en el fondo de la fosa abierta al efecto. En la caja se habían metido el último número de la 'Gaceta', los periódicos locales del día, un Boletín eclesiástico, un retrato de la reina con el rey y otro del Papa León XIII así como las monedas que circulaban en aquella época: dos de oro, una de 25 y otra de 10 pesetas; cuatro de plata, de 50 céntimos y de 1, 2 y 5 pesetas y 2 de cobre, de 5 y 10 céntimos. La iglesia fue bendecida el 7 de septiembre del año siguiente.
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