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Espectaculares vistas desde el balcón del Kapildui. Abajo a la izquierda, técnicos realizan labores de mantenimiento en la antena. :: RAFA GUTIÉRREZ
El vigilante de la lluvia
METEOROLOGÍA

El vigilante de la lluvia

El radar del monte Kapildui detecta las precipitaciones que se acercan a Euskadi. Permite saber dónde y cuándo va a descargar con dos horas de antelación, algo esencial para prevenir inundaciones

MARÍA JOSÉ TOMÉ

Domingo, 22 de enero 2012, 03:29

El 26 de agosto de 1983, una tromba de agua provocada por una 'gota fría' causó el mayor desastre natural conocido del País Vasco. Una tormenta de proporciones insólitas descargó esa jornada hasta 503 litros por metros cuadrados, una cifra excepcional que se cobró su trágico tributo en vidas humanas: 34 muertos y cinco desaparecidos. Pese a la magnitud del fenómeno, ningún meteorólogo de la época pudo prever con antelación aquella catástrofe, lo que hubiese permitido desalojar a tiempo las zonas anegadas y minimizar el negro balance.

Hoy en día, tres décadas después, el espectacular desarrollo experimentado por la ciencia meteorológica en general y por las técnicas de predicción en particular ya hacen posible anticipar estas situaciones. Muy probablemente, el radar Kapildui hubiese permitido evitar muchas de las víctimas mortales ocurridas aquel viernes negro.

Su espectacular figura, estilizada y futurista, surge imponente tras la ascensión a la cima más elevada de los Montes de Vitoria. En el Kapildui, un privilegiado observatorio a 1.162 metros de altitud, se alza el radar meteorológico de la Agencia Vasca de Meteorología (Euskalmet), una torre de casi 60 metros provista de la más avanzada tecnología que permite afinar los pronósticos con hasta seis horas de antelación. Es capaz de localizar con precisión milimétrica dónde se sitúan las precipitaciones con un radio de 300 kilómetros en torno a Euskadi, su intensidad, su evolución y su trayectoria; una información esencial para prever inundaciones. Además, es el único radar de España capaz de conocer la naturaleza de las precipitaciones -si se trata de lluvia, nieve, granizo...- gracias a su tecnología de polarización dual, que emite ondas en dos direcciones.

«En las inundaciones del 83 no se sabía nada: ni dónde iba a llover, ni cuanto estaba lloviendo, ni en qué zonas... Nada. Hoy en día, con aquel mismo escenario, seguiríamos hablando de catástrofe, los daños materiales habrían sido cuantiosos porque en las zonas inundables son las que son; pero, sin duda, la tragedia hubiese sido mucho menor», opina el jefe de Meteorología de Euskalmet, José Antonio Aranda. Aquel 26 de agosto, la previsión para Euskadi eran «tormentas dispersas». Las autoridades jamás alertaron a la población civil, entre otras cosas porque nadie sabía lo que iba a suceder. Por poner solo un ejemplo, el recinto festivo de Bilbao, en plena Aste Nagusia, fue desalojado por las propias comparsas cuando ya la ría se había desbordado.

Como un escáner

Esa situación sería impensable hoy en día. La virtud del radar del Kapildui es, precisamente, su precisión a corto plazo. «Para pronósticos con más de seis horas de antelación no sirve», admite Aranda. ¿Cómo lo hace? En la gran bola que corona la torre, llamada radomo, se esconde el transmisor de ondas electromagnéticas y la enorme antena parabólica, de 6 metros de diámetro. Esas señales, emitidas en varios niveles, rebotan cuando encuentran una nube cargada de precipitaciones, devolviendo la información en decibelios al Kapildui. El 'cerebro' del radar guarda esos datos en un fichero cada diez minutos y los envía a Euskalmet, que los recoge y procesa. Prácticamente al mismo tiempo, la información se vuelca en la web (www.euskalmet.euskadi.net).

La imagen resultante de diseccionar las capas de la atmósfera como un escáner es un mapa donde es posible observar la evolución de los fenómenos meteorológicos prácticamente en el mismo instante en el que se está produciendo. Las señales que retornan al radar se representan en una escala cromática que va desde el azul y verde para los retornos más débiles o el magenta para los más fuertes, pasando por una gama de amarillos, naranjas y rojos. Así, una mancha sobre Burgos de color rosa fucsia puede representar que sobre la capital castellana está cayendo una fuerte tormenta de agua, granizo o nieve. «Es el único radar de todo el Estado capaz de distinguir el tipo de precipitación, gracias a que emite ondas con un sistema de polarización dual», recalca Aranda.

Pero, lo que es más importante, el radar meteo permite seguir la evolución de este fenómeno hasta saber en qué punto va a descargar esa tormenta localizada en Burgos, lo que permite realizar pronósticos muy concretos en un plazo de 30 a 60 minutos. Es lo que en el argot meteorológico se conoce como 'nowcasting'. «Lo que está claro es que, ante una situación como la de 1983, no nos cogería desprevenidos», resalta Aranda.

Los pronósticos del radar dejarían margen suficiente a las autoridades para activar los protocolos establecidos ante riesgo de inundaciones, tormentas o nevadas.

El radar lleva presidiendo la cima del Kapildui desde 2005, cuando lo inauguró el anterior lehendakari, Juan José Ibarretxe, tras una inversión de cinco millones de euros. Su ubicación no se dejó al azar.

Los entonces responsables del Gobierno Vasco barajaron hasta 230 emplazamientos posibles, que se redujeron a cinco tras descartar los que no cumplían dos premisas esenciales, al margen de las estrictamente meteorológicas: disponer de carretera hasta la cima con el fin de no causar daños medioambientales y contar con alimentación eléctrica. «El enclave ideal habría sido el Gorbea, pero eso era impensable», admite Aranda. En el Kapildui se aprovechó la infraestructura de una antigua torre de comunicaciones, cuyos servicios se volcaron en el nuevo equipamiento (interior, telefonía móvil...)

El terreno en el que se asienta la torre pertenece al término municipal alavés de Bernedo. Para acceder a la intrincada carretera que llega hasta su misma puerta hay que atravesar uno de los secretos más celosamente guardados por el Departamento de Interior: Berrozi, donde se adiestran las unidades de élite de la Ertzaintza. Una vez pasado el trámite de identificación necesario para rebasar este poblado policial, el visitante puede seguir la pista forestal que conduce hasta el radar, jalonada de altos postes de madera que permiten marcar el camino en las duras nevadas invernales.

Al llegar, el radar impone. Un ascensor comunica con la planta séptima donde, a través de unas escalerillas, se llega hasta la octava, donde está el 'cerebro' informático del radar y el acceso al balcón que rodea la torre, desde donde se pueden disfrutar de unas vistas panorámicas inigualables: el Gorbea, el Anboto, la sierra de Aralar... En los días más despejados, se otea hasta el Moncayo.

Desde esta planta, a través de una escala pegada a la pared, se accede al radomo. Construida en fibra de vidrio y foam, el único objetivo de esta gigantesca bola es proteger el transmisor y la antena, ya que estos materiales son transparentes a las ondas electromagnéticas. A pesar de su liviandad, es capaz de resistir vientos de hasta 250 kilómetros por hora.

El radar tiene sus puntos flacos; puede detectar un mosquito a 60 metros de distancia, pero no percibe el sirimiri. También se ha mostrado especialmente vulnerable a los rayos que impactaban en su radomo y que llegaron a inutilizarlo en varias ocasiones, hasta que hace tres años sus responsables decidieron modificar el sistema antirrayos. Fue necesario sustituir íntegramente la bola, muy deteriorada por los impactos eléctricos, con una gigantesca grúa que la ensambló en la torre como si de un mecano se tratase. El día que este periódico visitó la instalación tocaba mantenimiento general y dos operarios se descolgaron por el radomo con material de escalada para sellar con silicona unas fisuras detectadas en su cubierta exterior. Al término de la jornada, el radar quedó como nuevo, preparado para seguir persiguiendo a las borrascas durante un invierno más.

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