
IÑAKI ZARATA
Lunes, 30 de enero 2012, 04:42
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Dos años exactos después de su última visita al Kursaal (enero 2010), regresó anoche María Dolores Pradera con fiel continuismo a sí misma: domingo, primeros de año, mismo escenario. En aquella ocasión, inauguró la gira 'Homenaje', que rendía reconocimiento a los grandes autores que tantas décadas lleva interpretando. Pero esa lógica se había ya dado siempre y se sigue dando hoy: la Pradera nunca ha compuesto, es intérprete de grandes títulos ajenos.
Por gustos musicales y razones biológicas, María Dolores ha sido la gran encargada de popularizar y recrear en la memoria popular el rico capítulo que la canción en español vivió a mediados del pasado siglo. Una explosión creativa a tono con aquellos nuevos tiempos del reproductor discográfico y de las giras intercontinentes. Por eso, su bagaje es una pieza histórica de la canción en castellano. Quieran las musas que semejante legado no sea barrido del acerbo popular cuando sus protagonistas no existan ya sobre la tierra.
Donostia es plaza particular para la cantante, que posee familia aquí y parece tener mucho arrimo por la capital guipuzcoana, en la que ha cantado intensivamente en los últimos años. Y público entusiasta es lo que le sobra, como volvió a escenificarse anoche, con el papel vendido.
¿El repertorio? «El clásico, lo que mi público quiera oír», suele explicar. Coqueta y elegante, con su bien peinado moño y su extensa colección de estolas, chales, mantas o ponchos, la incombustible dama de los escenarios vistió esta vez de impoluto blanco y cantó durante hora y media larga con segura y bien templada voz.
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Las canciones guardaron un orden muy similar a sus últimas temporadas, particularmente en el arranque y finalización del recital, y con algún cambio a mitad de fiesta. Los despechos, desamores y vericuetos amorosos varios de la mayoría de sus títulos tuvieron, como suele ser habitual, comienzo con la charra 'Ojalá que te vaya bonito'.
Bajó después en la geografía hasta el Perú de Chabuca Granda con 'Fina estampa'. Y prosiguió su conocida excursión latinoamericana con 'Caballo viejo' (filosofía vital en clave equina del venezolano Simón Díaz) y 'Caballo prieto azabache', historia heroica en tiempos de Pancho Villa del mexicano Pepe Albarán. Para ese número, la señora vistió el primer accesorio de la noche: un poncho. Luego iría apareciendo el resto de vestuario de su colorista colección escénica.
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No podía faltar la bella 'Luna tucumana', del argentino Atahualpa Yupanqui. Y mucho menos el recuerdo al amigo ido, Carlos Cano, con la siempre emocionante 'Luna de abril'. El granadino volvió a estar presente con la alegría de 'Habaneras de Cádiz' y la tragedia seudo fado de 'María la portuguesa', de lo más aplaudido de la velada. El capítulo bolerista lo inauguró 'Camino verde', del bilbaíno Carmelo Larrea, y le siguieron 'Cómo han pasado los años' (que poularizara Rocío Durcal), 'Perfidia' y 'Toda una vida'.
Hubo de nuevo un guiño vasco con la primera estrofa de 'Goiko mendian'. Desempolvó Mª Dolores algún tema no habitual ('Tu tenías 20 años', de Vázquez Montalbán) y enfiló el fin de fiesta con una colección de canciones redondas: 'Te solté la rienda', 'La flor de la canela', 'El rosario de mi madre', 'El rey', 'Amarraditos' o el desdén alcohólico de 'Pa'todo el año'. Esta vez no prometió volver; habrá sido un olvido.
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