POLÍTICA

Agendas a la vasca

Los artífices de la conferencia de Aiete no han podido mantener ni el ritmo vivo que anunciaron ni la orientación de una iniciativa tan ventajosa para la izquierda abertzale

KEPA AULESTIA

Sábado, 25 de febrero 2012, 04:50

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El llamado 'conflicto vasco' se basa en una receta exitosa: la solución tiene que ser varias veces más complicada que el problema. Es la complejidad de las salidas propuestas, su multiplicidad y su reedición permanente lo que eleva de categoría el problema y lo vuelve eterno. Si el 'conflicto vasco' no se recreara a diario sería bien sencillo de solventar: bastaría con que ETA se disolviese y abandonara, literalmente, las armas. El principio según el cual la banda terrorista no puede desaparecer mientras sus presos continúen presos es en realidad la estratagema que ETA emplea para perpetuarse incluso cuando ha declarado el cese definitivo de su actividad violenta. Porque si de lo que se trata es de la defensa de las necesidades y aspiraciones personales de esos presos, está demostrado que ETA es su peor abogado. Difícilmente verán los presos de ETA que sus condenas se aligeran mientras la banda exista. La persistencia de ETA lo retrasa todo y hace de la organización armada un entorno delictivo que incrementa el volumen de las penas y la lista de los penados.

La izquierda abertzale no puede ambicionar un triunfo mayor que el que le han ofrecido o pueden depararle las urnas. Claro que podría redondear ese éxito -como ha apuntado Xabier Gurrutxaga- con su solicitud a ETA para que se disuelva, siempre que se asegure de que ésta le haga caso. Sería la demostración definitiva de que la izquierda abertzale ha decidido tomar las riendas de su propia historia hasta conminar a la banda terrorista a desaparecer. La suerte de los presos estaría en mejores manos en una asociación que pudiera representar sus intereses comunes, respetando siempre las opciones personales, que en los designios del carcelero etarra que hasta ayer mismo les ha impedido acceder a beneficios penitenciarios y hoy los pretende colectivos y a modo de trueque. Pero dado que se trata de realzar el 'conflicto vasco', ha de admitirse que la izquierda abertzale no está en condiciones ni de ejercer su autoridad sobre ETA ni de 'externalizar' la gestión del asunto de los presos.

De ahí que las agendas políticas de todas las formaciones se vuelvan especuladoras por empatía, contagio y competencia. Qué decir de esas otras agendas, correspondientes a las organizaciones atareadas en la resolución del conflicto mediante su inflado sistemático, cuando hay dos grupos de «facilitadores» internacionales dedicados a la cuestión sin que aclaren por encargo de quién lo hacen. Hasta la Iglesia católica se siente, con intermitencias y contradicciones, emplazada a hallar su particular puerta de salida al problema. Es la espiral de la palabra, infinitamente más llevadera que la violenta pero en cualquier caso muy cargante. Se especula con el 'monotema' a sabiendas de que ya no puede dar mucho rédito partidario. Pero el empeño resulta obligado para no quedarse al margen de las fluctuaciones del único valor que los partidos vascos creen poder controlar cuando todo lo demás se escapa de su alcance.

La rueda funciona del siguiente modo. La izquierda abertzale mantiene la inercia de pretender algo más que votos a cambio de la paz; bien sea porque todavía necesita brindar a ETA un ritual decoroso para su final, bien porque se ve incapaz de asumir la laicidad inherente a la política desarmada, ni siquiera mediante la recogida de basuras puerta a puerta. Esa fuerza inercial es suficiente para que PNV y PSE-EE se encadenen al perpetuo dilema de adivinar qué puede resultar más ventajoso para la izquierda abertzale, el victimismo porque se le niegue todo o el triunfalismo porque se le conceda algo sustantivo. Dilema que lleva a ambas formaciones a la búsqueda de un punto intermedio para, en realidad, describir un movimiento pendular, entre el acuerdo alcanzado esta semana en el Congreso y la periódica mención a esa «otra política penitenciaria». Aunque lo que importa es el marcaje mutuo. Hace tiempo que al lehendakari López no se le exige públicamente que asuma el liderazgo de la paz, pero ayer solicitó una comparecencia parlamentaria para ejercer ese liderazgo o, cuando menos, reclamar el espacio que cree corresponderle. Pronto asistiremos al desmarque, pendular, del PNV.

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Se ha abierto un nuevo tiempo dentro del nuevo tiempo al que dio lugar el comunicado de ETA del 20 de octubre pasado. La conferencia de Aiete, celebrada tres días antes y correspondida por el anuncio de la banda terrorista, pareció imprimir un ritmo más vivo y una orientación abiertamente favorable -por resumir- a los intereses de la izquierda abertzale. Sin embargo, sus artífices no han podido mantener la dinámica iniciada con tan notorio evento. En su camino se cruzó otra fecha, la de las elecciones generales del 20 de noviembre, cuyo resultado era previsible un mes antes pero cuyas consecuencias han desbaratado una 'hoja de ruta' diseñada como si el mundo entero se hubiese parado a contemplar el prodigio de una paz de manual para Euskal Herria.

Esta misma semana, a los dos días de la declaración suscrita por la inmensa mayoría de los grupos parlamentarios del Congreso, el presidente Rajoy respondía a una interpelación de Amaiur que Xabier Mikel Errekondo convirtió en exposición telegrafiada de todos sus argumentos. También esta semana se ha hecho evidente que la izquierda abertzale está necesitada de descubrir, entre los mensajes de los demás, indicios que corroboren la viabilidad de sus pretensiones. Pero a pesar de su disposición optimista comienza a percatarse de que no puede perseguir más que un nuevo éxito electoral. Lo que en otras condiciones se hubiese interpretado como un requerimiento formal de Rajoy para que Amaiur emplease su influencia a fin de que ETA anunciara su disolución se volvió, en el hemiciclo, en una respuesta desdeñosa e incluso desafiante hacia la autonomía real de la izquierda abertzale. Es lo que hay cuando la palabra «inmovilismo» ha caído en desuso como reproche al PP.

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