
KEPA OLIDEN
Domingo, 28 de octubre 2012, 12:10
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Siete momias han sido históricamente veneradas en Euskal Herria por su 'santidad' y sus 'propiedades curativas'. La mejor conservada de todas ellas corresponde a la oriunda mondragonesa Inés Ruiz de Otalora, fallecida en octubre de 1607 en Valladolid. Popularmente conocida con el apelativo familiar de Amandre Santa Inés, sus restos incorruptos reposan desde hace más de cuatrocientos años en la parroquial de San Juan Bautista. La 'milagrosa' preservación del cadáver, el fervor místico de la España imperial en declive del siglo XVII y algo tan simple como la rima fonética entre Inés y 'amets' (sueño, en euskera), alentaron un culto basado en la creencia popular de que Santa Inés protegía a sus devotos de pesadillas y trastornos, como el insomnio o el sonambulismo. «Protegía, a quienes se acogían bajo su tutela, de Inguma, genio nocturno del mal», escribían Lourdes Herrasti y Francisco Etxeberria en 'El nacimiento de un rito: Amandre Santa Inés en Arrasate', trabajo publicado por el Departamento de Antropología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi en 2004.
Permanecen aún muy presentes en la memoria histórica colectiva las letanías que se recitaban de noche antes de ir a la cama: 'Amandre Santa Ines /bart einjot amets, / ona bada, bion partez / eta txarra bada, inondako bez' (Señora madre Santa Inés / anoche he soñado / si para bien, sea para los dos / y si es para mal, para ninguno'). Existen diversas variantes de este rezo provenientes de distintas localidades como Bergara, Azkoitia, Ataun, Beizama, Garai o Bidania, como recogen Herrasti y Etxeberria en su investigación.
Durante siglos, la momia de la señora-madre Santa Inés ('ama-andrea' es la forma de respeto empleada para designar a la abuela y 'aita-jauna' al abuelo) permaneció a la vista del público dentro del féretro depositado en la capilla familiar de los Ocáriz. En 1946 sus restos fueron trasladados a un nicho situado a la izquierda del templo. No regresaría a su mausoleo familiar hasta finalizada la rehabilitación integral de la parroquia en 1998. Desde entonces, eximida ya de la devoción popular y oculta a los ojos de los curiosos, Inés Ruiz de Otalora ha alcanzado por fin el eterno descanso que anhelaba junto a su marido Rodrigo de Ocáriz.
Pero en su reposo le acompañan los restos de 4 niños cuyo origen e identidad constituyen un misterio. Amandre Santa Inés comparte su féretro con los restos esqueléticos de un niño de seis años y otros tres neonatos o fetos a término depositados en una caja-arqueta. Un estudio antropológico-forense realizado en 1994 por los mismos Herrasti y Etxeberria y otros autores entre los que se contaba el arrasatearra José Ángel Barrutiabengoa, constató la presencia de los restos infantiles, pero no desveló si se trataba de hijos de la difunta fallecidos a temprana edad. Se sabe, gracias al testimonio que dejó su coetáneo Esteban de Garibay, que Inés Ruiz de Otalora murió viuda y sin descendencia. Pero los análisis radiológicos a que fue sometida el cuerpo de Inés Ruiz de Otalora en el Hospital de Zumarraga revelaron que la «existencia de, al menos, un parto con bastante anterioridad al fallecimiento».
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Notables guipuzcoanos
Inés era la cuarta hija de Miguel Ruiz de Otalora, regente de la Audiencia de Navarra y miembro del Consejo de Indias bajo el reinado de Felipe II, y de su esposa Catalina de Zuazu y Lazarraga. Los Ruiz de Otalora eran originarios de la casa Otala-Azpi del barrio atxabaltarra de Azatza, y estaban emparentados con la casa-solar de Galarza, importante pariente menor de la citada localidad.
Por los cargos que el padre ocupa en Navarra, Valladolid o Madrid, la familia conoce probablemente cambios de residencia. Inés contrae matrimonio con Rodrigo de Ocáriz, natural de Mondragon, Grefier (secretario) de la Real Casa de Felipe II en Valladolid. En esta ciudad residirá el matrimonio.
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Para finales del siglo XVI había fallecido Rodrigo, e Inés quedó viuda y sin sucesión. Tuvo hijos pero ninguno le sobrevivió.
El 9 de octubre 1607, ya enferma, hizo testamento manifestando su deseo de ser enterrada junto a su marido en la capilla que los Ocáriz poseen en la parroquia de San Juan. Antes de finalizar el año murió, y fue enterrada en el convento de San Francisco de Valladolid. Algún tiempo después, puede que años más tarde, nadie lo puede precisar con rigor, se exhumó el cadáver para su traslado a Mondragon obedeciendo la última voluntad de la difunta. Los investigadores suponen que fue entonces cuando se descubrió el cuerpo incorrupto de Inés Ruiz de Otalora. Lo sorprendente del hallazgo suscitó la admiración desde el primer momento, y propició que «en torno a él se generaran rumores de santidad», señalan Herrasti y Etxeberria.
La momificación del cuerpo de esta mujer adulta madura de 1,67 metros fue «natural y espontánea, producida por la deshidratación progresiva en condiciones medioambientales de sequedad y aireación».
A su llegada a Mondragon, fue introducido en un féretro de 1,55 metros. «Para ello, hubieron de forzar las piernas y el cuello hasta acomodarla en decúbito supino con los brazos flexionados sobre el tronco tal y como estaba desde el primer momento», señalan los investigadores de Aranzadi.
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Virgen Dolorosa
El cadáver había sido amortajado con una camisa, esclavina y capa para vestir el cuerpo, y cofia y toca para la cabeza. Los investigadores no descartan que al menos la camisa y la cofia «fuesen prendas personales y empleadas en vida por la fallecida». El equipo encabezado por el forense Etxeberria cree que, «seguramente, su rostro fue cubierto por un velo, ya desaparecido, que dejó una impronta de la trama en la cara. Este velo formaba parte de la mortaja en el caso de las mujeres viudas, como símbolo de su condición. La capa y la toca componían el atuendo funerario característico de la iconografía de la Virgen Dolorosa».
El féretro de roble está tapizado de un terciopelo rojo burdeos, ribeteado por una cinta dorada que conforma una retícula. También se encontraron dentro monedas de la época. La 'incorruptibilidad' del cuerpo de Inés Ruiz de Otalora despertó tal devoción que afloró el deseo de hacerse con una reliquia de la 'santa'. Por ello, el tapizado exterior de ataúd y parte de la capa de la momia se hallan recortados y desgarrados. Con ellos se confeccionaban escapularios e incluso «se solía coser a los colchones para proteger el sueño. Algún trozo incluso llegó a Gran Bretaña» señalaba José Ángel Barrutiabengoa.
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