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Había pocas dudas sobre la condición de favorito de Almeida antes de que la Itzulia partiera de Vitoria y el portugués ha demostrado que existían ... razones fundadas para confiar en su candidatura. El último día le favorecieron incluso los incidentes sufridos por sus dos mayores rivales. Una avería en Arrate retrasó a Lipowitz, obligado a partir de ese momento a una persecución de muchos kilómetros. Una caída más próxima a la línea de meta dejó sin podio a Skjelmose. Aprovechó Enric Mas esas dos circunstancias para arreglar la carrera después de pasar cinco días prácticamente desaparecido.
La mala suerte es el elemento del ciclismo que escapa del control de los corredores y de los equipos. Esta vez condicionó la composición del podio. Solo un accidente habría privado de la victoria a Almeida.
Crecí como ciclista en la época en la que Miguel Indurain mandaba en las carreras de tres semanas. Su estrategia consistía la mayoría de las ocasiones en adquirir una ventaja reseñable y llevar tranquila la prueba. Centrado en la clasificación general, mostraba manga ancha a la hora de las victorias de etapa. Le acusaban de falta de ambición. Incluso le criticaban.
Aquel ciclismo pasó a la historia. Hoy en día, el primer mandamiento cuando tienes un compañero de equipo al lado es endurecer la carrera. No ocurre solo cuando corren Vingegaard y Pogacar. Nadie se conforma con ir tranquilo. Prefieren atacar y dejar atrás al coequipier en lugar de sentirte arropado con alguien de tu confianza al lado. Bonito de ver, me parece discutible desde el punto de vista de la estrategia. En la actualidad no basta con ganar. Si no lo haces con una exhibición de por medio, vale menos.
Esta Itzulia concluye con dos grandes nombres: Almeida y Aranburu. El ezkiotarra ha dado un salto de calidad que le va a dar moral para el futuro. A partir de ahora vamos a ver un ciclista más competitivo que debe aprovechar el mejor momento de su trayectoria.
El mal tiempo condiciona las carreras. Menos mal que solo una parte de la etapa se desarrolló bajo la lluvia, que favorecía a Aranburu. Hay que saber adaptarse técnicamente a los obstáculos que presenta el recorrido. Da pie a la sorpresa y las opciones de triunfo de otra gente aumentan.
Los jóvenes siempre han tenido que ganarse un sitio en los equipos donde recalan. Cuando llegué a Italia, al Gewiss, había varios capos en la plantilla al margen del director. Estaban Cenghialta, Furlan... Ellos decidían cómo iba a ir la carrera. Hablaban ellos en la reunión y los demás guardaban silencio como en misa. Ayudaban y te daban un montón de cosas, pero existía una jerarquía clara. Si un joven se veía con opciones, antes tenía que pedirles permiso. Por ahí se entienden aquellas palabras de Berzin después de no dejar ganar a su compañero Frattini en el Santuario de Oro. Cuando el ruso dijo que nunca le habían dejado ganar, se refería a su propio equipo más que a los rivales.
Esa época pasó. Estamos metidos de lleno en un ciclo más bonito para el espectador que se sienta ante el televisor, aunque como director y estratégicamente deje mucho que desear. Lo dicho. Érase una vez Indurain.
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