En la línea de meta de Kanbo pasea una leyenda. Su figura majestuosa impone. Es André Darrigade, desde la atalaya de sus 94 años muy bien llevados. El mejor sprinter francés de la historia y uno de los mejores velocistas de todos los tiempos asiste ... al desenlace de la segunda etapa de la Itzulia muy cerca de su casa de Biarritz, donde vive desde que se retiró del ciclismo. Donde pasó muchos años saliendo a pasear en bici con su amigo Louison Bobet como dos venerables jubilados. Ganar un sprint delante de Darrigade es lo mismo que recibir el premio Nobel, y el escogido fue Paul Lapeira (Decathlon), que a los 23 años sumó su tercera victoria profesional, todas en los últimos quince días. Tras ganar en Cholet y la Classic Loire Atlantique, el bretón dio una voltereta a su palmarés solventando muy bien un sprint reducido en el que se metió Alex Aranburu (Movistar), que busca su mejor forma tras la fractura de clavícula que sufrió en Mallorca. Fue quinto pero maniobró bien.
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Darrigade es el esplendor del ciclismo francés. Los años 50 y 60, la Francia que había dejado atrás la posguerra. Amigo y compañero de Bobet y de Jacques Anquetil, su cabello blanco y su sonrisa son el recuerdo de una época que a este lado del Bidasoa fue de esplendor, muy al contrario de lo que sucedía al otro. Muchos aficionados le reconocieron en las calles de Kanbo y se paró con todos. Fue campeón del mundo en 1959, ganó el Giro de Lombardía en 1956 y se anotó 22 etapas del Tour. La última, hace justo 60 años, en el sprint de Burdeos (la catedral de la velocidad) de la edición de 1964. Natural de Dax, la ronda gala le rindió homenaje el año pasado cuando transitó por estas mismas carreteras vascas.
La Itzulia volvió a Iparralde y la etapa dejó intuir que los detalles pueden tener una importancia grande en la carrera. Eso es lo que pensaron, al menos, Remco Evenepoel (Soudal) y Juan Ayuso (UAE) peleando por las bonificaciones en la segunda meta volante, en Ezpeleta, a solo ocho kilómetros de la meta. Primoz Roglic (Bora) explicó en la llegada que solo esprintó al final «para sobrevivir» y conserva el liderato. Jonas Vingegaard (Visma) tampoco se metió en esa pelea. Mantuvo la calma ante lo que se intuye como el inicio de una guerra de guerrillas por cada segundo.
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Todos llegaron en el primer grupo, de apenas 40 integrantes, roto el pelotón más de lo previsible en los repechos del tramo final. Dolieron esas rampas en apariencia inofensivas después de una etapa bajo la lluvia y en un recorrido más tenso que duro, pero que agarrota los músculos. Algunas caídas en los últimos cinco kilómetros por la calzada mojada también afectaron a la unidad del grupo y el más perjudicado por una de ellas acabó siendo Ion Izagirre (Cofidis), que se dejó 23 segundos al final y ahora cede 44 en la general. Con el ormaiztergiarra se quedaron cortados corredores como Carlos Rodríguez (Ineos), Jay Vine (UAE) -que cae del segundo puesto de la general al 14º-, Jai Hindley (Bora), David Gaudu (Groupama), Ethan Hayter (Ineos) o Isaac del Toro (UAE), entre muchos otros.
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Fue la clásica etapa fácil desde el sofá pero que deja huella en el cuerpo de los ciclistas. Con solo el puerto de San Ignacio en el trazado, la jornada fue una sube y baja constante por las carreteras de Lapurdi y Nafarroa Beherea, estrechas, incómodas, tipo Tour. Los parajes, eso sí, fueron extraordinarios bajo la figura imponente de Larrun. Una postal en cada curva. Roglic llegó sonriente a su comparecencia tras la etapa pero pidió brevedad, a ser posible, porque tenía frío. «Si no lloviera no sería el País Vasco», sonrió.
Se le ve relajado al esloveno. Como si hubiera sido ajeno a todo lo que se ha hablado y escrito de él tras su fichaje por el Bora, su calendario minimalista -solo París-Niza, Itzulia, Flecha, Amstel y Dauphiné antes del Tour- y su discreto arranque en la 'Carrera del sol'. Su triunfo en la contrarreloj de Irun define por el momento la Itzulia y todo el mundo trata de descifrar qué hay detrás de esa victoria, si un momento de inspiración o el regreso del gran Roglic. Él, ante todas estas cábalas, se ríe.
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Ganó la etapa Lapeira, ciclista profesional y seguidor de la Fórmula 1. No tanto de los pilotos, explicó, como de la tecnología y los métodos de trabajo, de la organización. Le encanta planificar las carreras, ese trabajo que tan tedioso encuentran la mayoría de sus compañeros, y es meticuloso con cada detalle. Los días de las cronos, que tan largos se hacen a muchos, se los pasa inspeccionado el recorrido y analizando cada dato. El lunes hizo una etapa apañada, 27ª a 37 segundos, lo que con los diez de bonificación de en meta le permite ser ahora undécimo. Y dice que la etapa de hoy le gusta. Al revés que Roglic, no dijo nada de tener frío, estaba encantado con su victoria.
Se encontró el tiempo típico del País Vasco y no le extrañó tampoco el calor del público, ya que es bretón y allí también llueve y está el corazón del ciclismo francés. La llegada sirvió para que Alex Aranburu confirmase que está de vuelta. Tras romperse la clavícula en Mallorca después de un prometedor inicio de año, el ezkiotarra rodó en Estella, hizo una buena crono en Irun y este martes se metió en la llegada. Aranburu fue el mejor en la colocación y llegó al momento de la verdad en el lugar exacto, pero la inactividad le pasó factura y las piernas no le alcanzaron para ganar. Pero la impresión fue excelente. Está de vuelta y el recorrido de este año de la Itzulia le abre posibilidades.
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La carrera sale este miércoles de Iparralde y pasa a Navarra por el puerto de Otsondo y el valle de Baztan. La llegada a Altsasu es propicia para los mismos ciclistas que este martes se enfrascaron en el final de Kanbo, porque la subida a Lizarrusti (se corona a 18 de meta) no parece terreno suficiente para una selección más agresiva. Terreno de nuevo para las tácticas, para abrir el abanico antes de llegar el sábado a Arrate, día que espera emboscado tras su casco y sus gafas, sin hacer medio gesto, Vingegaard. Escenario que también podría valer a Roglic, que lleva ventaja. Y que no sirve de nada para los demás. Y los demás son los más fogosos, Evenepoel y Ayuso, por lo que algo pasará.
Darrigade disfrutó en la llegada de Kanbo, aunque la Vuelta al País Vasco no es ni fue nunca una carrera para velocistas. En este 2024, la organización ha amaestrado un poco el perfil habitual y ha abierto la puerta a los finisheurs, distintos a los sprinters. La diferencia está en el matiz. Y el diablo, en los detalles. Los que buscan Evenepoel y Ayuso.
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La escapada ha tenido la imagen de ver a los hermanos Azparren, Xabier Mikel y Enekoitz, compartiendo la fuga que ha sido neutralizada a doce kilómetros de la llegada.
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