La ruta de los cárteles, de China a México
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La ruta de los cárteles, de China a México
Dámaso López-Serrano es ahijado de Joaquín el Chapo Guzmán, sanguinario fundador del cártel de Sinaloa. Hace un año este narcotraficante le contó a un periodista mexicano que los miembros de esta temida organización criminal visitaron varias veces China para saber cómo se fabrica el fentanilo, una droga, cincuenta veces más potente que la heroína, que el año pasado mató a 110.000 personas en Estados Unidos y Canadá. Durante la última década «enviamos a nuestra gente a China y allí les enseñaron cómo se hace, qué componentes tiene, qué dosis debes usar de cada uno...», relataba el narco, hoy confidente de las autoridades estadounidenses bajo un plan de protección de testigos.
Entre los detalles aportados por López-Serrano destaca la alegría de sus antiguos colegas cuando comenzaron a importar los químicos para producir su propio fentanilo y vieron que por cada dólar invertido obtenían 20. Es decir, que con un kilo de fentanilo ganaban lo mismo que con 50 de heroína. El narco mexicano comenzó así a sumar unos cuantos miles de millones más a sus ingentes beneficios.
El problema –no para sus productores y distribuidores, claro está– era que muchos de los consumidores no tardaban en morir. Su gran 'presentación en sociedad', de hecho, fue la muerte por sobredosis de Prince, el icono del pop. La droga ya llevaba tiempo causando estragos en Estados Unidos, pero aquel 21 de abril de 2016 millones de personas supieron de su existencia. Para entonces, sin embargo, ya era demasiado tarde. Ocho años después, su expansión masiva por el país ya ha provocado la crisis de drogas más mortífera del planeta, con más de 100.000 muertos por sobredosis en 2023 –200 al día–, cifra superada por tercer año consecutivo.
El origen de todo se remonta a 1996, cuando llegó al mercado de Estados Unidos un analgésico llamado OxyContin, con la oxicodona como principio activo. Hasta entonces, este potente opiáceo se usaba solo en pacientes críticos, pero la empresa que lo lanzó, Purdue Pharma, lo publicitó como analgésico inofensivo y convenció a miles de médicos para que se lo recetaran de forma masiva a personas con dolores cotidianos... Y eso hicieron.
El ejemplo cundió y pronto aparecieron fármacos similares con opioides como la hidrocodona y, sobre todo, el potentísimo fentanilo. Para 2012, ya se prescribían en el país 282 millones de recetas para este tipo de analgésicos mientras el número de adictos a opioides se disparaba en pocos años de forma exponencial. Y, cuando el acceso legal a los mismos se cortó, la gente comenzó a buscar otras opciones ilegales para sustituirlos. Fue la gran oportunidad para la expansión del fentanilo.
Fabricada esta droga con una combinación de hasta diez químicos –algunos habituales en pintura o pesticidas; o el borohidruro de sodio, un agente blanqueador–, la dosis que separa el evasivo efecto deseado de la muerte es de unos pocos miligramos.
Por eso, su expansión masiva por Estados Unidos ha degenerado en una crisis narcótica sin precedentes. Además de una muy cara. La Comisión para la Lucha contra el Tráfico de Opioides Sintéticos estima en un billón de dólares anuales el coste para la economía del país. Una tragedia nacional tras la cual Washington ve la mano de Pekín.
Lo denuncia un informe de la Cámara de Representantes que asegura que el Gobierno chino subsidia a empresas que trafican con drogas sintéticas ilícitas, advierte sobre decenas de miles de publicaciones en línea que anuncian sustancias precursoras de drogas ilegales, y afirma que empresas «de propiedad estatal» están involucradas en el tráfico. Acusaciones que China rechaza de plano: «Occidente trata de culpar a otros por su propia degeneración».
Con o sin la aquiescencia de su Gobierno –uno de los que más férreo control ejerce sobre su población y todos sus sectores productivos–, lo cierto es que el gigante asiático desempeña un papel clave en la producción de una droga entre cuyos numerosos apodos figura el de china girl. China, al fin y al cabo, cuenta con la mayor industria química del planeta, con una cuota de mercado del 45 por ciento.
Las Policías mexicana y estadounidense apuntan al cártel de los Zheng, organización criminal familiar con base en Shanghái, como precursora del tráfico de fentanilo y sus componentes químicos entre China y México. Según los informes, los Zheng comenzaron a operar en 2013 a través de una red de empresas fantasma y, en una década, han creado todo un imperio criminal apoyado en sus fuertes vínculos con los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación.
A los Zheng se los señala como 'sucesores' de Zhenli Ye Gon, el hombre –también nacido en Shanghái– que puso la primera piedra del narcotráfico entre China y México. Dueño de una farmacéutica, Zhenli está acusado de proporcionar al narco durante años los productos necesarios para fabricar metanfetamina, la droga que propició el salto comercial de las sustancias adictivas que no necesitan ser cultivadas, como ocurre con la cocaína, la heroína y el cannabis.
En 2007, la Policía mexicana asaltó la mansión de Ye Gon, en el elitista barrio capitalino de Lomas de Chapultepec, y encontró la friolera de 207 millones de dólares en efectivo. De él se cuenta que solía jactarse de haber perdido 126 millones en los casinos de Las Vegas. «Zhenli Ye Gon fue quien estableció la alianza entre los cárteles mexicanos y la industria farmacéutica china», señala Ioan Grillo, autor de Caudillos del crimen: de la Guerra Fría a las narcoguerras, un relato de la violencia impulsada por las drogas en América Latina.
A medida que el negocio crecía, también los vínculos entre los cárteles y sus proveedores chinos. Desde la extradición del Chapo Guzmán a Estados Unidos, en 2017, cuatro de sus hijos (los Chapitos) han intensificado la redirección del imperio paterno hacia el tráfico y la producción de fentanilo.
Lo han conseguido, sobre todo, gracias al puerto de Manzanillo, en el Pacífico, epicentro del flujo comercial entre el país azteca y Asia. Con 3,4 millones de contenedores anuales, en Manzanillo apenas se inspecciona una pequeña fracción de los mismos. Un hombre de negocios con información privilegiada señala a The Sunday Times que la situación se ha deteriorado en los últimos años en una ciudad donde cualquier persona encargada de hacer cumplir la ley es un objetivo potencial.
«La corrupción no ha dejado de crecer en las últimas dos décadas», señala. Según su testimonio, «apenas se requiere un 'modesto' soborno de 6000 dólares para dejar pasar cualquier mercancía». Y añade que los contenedores señalados para su inspección a menudo desaparecen al amanecer antes de que esta pueda realizarse. «Dicen que aquí las grullas se mueven solas por la noche», ironiza.
Esta sería una de las razones por las cuales se producen tan pocas incautaciones de drogas sintéticas en el puerto. La principal, sin embargo, es que la mayoría de los precursores químicos entra legalmente. Siguiendo el modelo creado por Zhenli Ye Gon, los cárteles cuentan con sus propias compañías farmacéuticas como herramienta para exportar sus productos químicos de China. Una laguna legal sobre la que ya ha llamado la atención el Departamento de Justicia de Estados Unidos, que en octubre pasado acusó a ocho empresas chinas con sede en Wuhan de enviar precursores de fentanilo a México y Estados Unidos.
Tras años negando las acusaciones, sin embargo, una puerta parece abrirse en este trágico y oscuro escenario tras la cumbre que los presidentes Joe Biden y Xi Jinping celebraron en California el pasado noviembre. Entre otras cuestiones, ambos mandatarios presentaron un plan conjunto para frenar el flujo de fentanilo a los Estados Unidos, con la promesa china de «hacer más» para perseguir a los productores de los precursores químicos. Acuerdo que deja dos preguntas en el aire: una sobre la credibilidad del compromiso de Pekín, y la otra sobre el verdadero significado de ese impreciso «hacer más». Está en juego la vida de cientos de miles de personas.