Viernes, 12 de Abril 2024, 11:04h
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Han provocado una ruidosa controversia unas declaraciones del humorista Joaquín Reyes donde afirmaba que en España no existe 'cultura de la cancelación'. Conste que la expresión me repugna, pues se trata de un neologismo que, además de utilizar abusivamente el término 'cultura' para referirse a realidades cochambrosas (acabaremos hablando de 'cultura de la masturbación' o 'cultura de tirarse pedos sin hacer ruido'), introduce ese neologismo de 'cancelación', que uno no sabe exactamente qué significa. La 'cancelación' pretende, al parecer, borrar la memoria del disidente que osa formular ideas inaceptables para la rampante zoquetería woke, o siquiera convertirlo en un apestado, desprestigiarlo, señalarlo ignominiosamente, para que nadie lo contrate, para que nadie lo lea, para que nadie lo atienda ni considere. Así pues, la llamada 'cancelación' puede definirse como una intentona de veto o boicot, o siquiera como un hostigamiento que anhela la demonización del disidente.
Aunque la rampante zoquetería 'woke' trata de demonizar al disidente, casi nunca lo consigue
Negar que existan estas maniobras infumables en la odiosa sociedad contemporánea es del género tonto (o, mucho peor, del género lorito sistémico). Pero tal vez el humorista Reyes más bien quería decir que en España tales maniobras no son eficaces. En lo que no le falta cierta razón; pues aunque la rampante zoquetería woke trata, en efecto, de demonizar al disidente, casi nunca lo consigue, porque por fortuna todavía es mayor el número de las personas cuerdas y no fanatizadas que se niegan a aceptar tales maniobras infumables. Habría que resaltar, sin embargo, que el número de estas personas cuerdas decrece peligrosamente; y que el gregarismo impuesto por las ideologías en boga está consiguiendo que cada vez más personas cuerdas acaten oprobiosamente las maniobras infumables de los 'canceladores'. Las intentonas de veto o boicot y los hostigamientos tienen, por lo demás, muy diverso resultado, según la víctima tenga mayor o menor fortaleza, mayor o menor predicamento, mayor o menor arrojo, etcétera.
También habría que especificar que la llamada abusivamente 'cultura de la cancelación', más allá de que haya florecido y adquirido carta de naturaleza en las cochiqueras de la izquierda caniche, es un método que emplean también desde otros ámbitos ideológicos. Quienes hemos sufrido diversas campañas de desprestigio desde sectores aparentemente antípodas (pero íntimamente hermanados, pues a fin de cuentas todas las ideologías modernas se alimentan de los mismos principios corrompidos) podemos atestiguarlo fehacientemente: la técnica que emplean los zoquetes woke en sus cochiqueras tuiteras es la misma que la utilizada por los predicadores radiofónicos de la derechuza de palo y tentetieso; y ambas anhelan exactamente lo mismo, que es la estigmatización y ruina personal de sus víctimas.
Otra cosa distinta es que la llamada 'cultura de la cancelación' logre sus propósitos siempre; pues todavía, frente a los zoquetes y los energúmenos, existe una porción de la población (cada vez más exigua, tristemente) con juicio crítico y capacidad de discernimiento que no está dispuesta a dejarse arrastrar por el rebaño. A esa porción de la población es a la que hay que dirigirse, extremando además las medidas de prudencia y adoptando incluso la disciplina del arcano cuando corresponda (según el público a quien uno se dirija). Esta es, al menos, la técnica que hemos adoptado en los casi treinta años que han transcurrido desde que escribimos en tribunas públicas y expresamos las ideas menos aceptadas por esta odiosa época. Evidentemente, hemos sufrido muchísimas campañas de desprestigio y nos hemos dejado muchos pelos en la gatera; pero, aunque magullados y descalabrados, hemos logrado sobrevivir. También debemos señalar que hemos tenido la inmensa suerte de contar con tribunas como este XLSemanal, donde se nos ha permitido escribir con una libertad inusitada.
Pero la llamada 'cultura de la cancelación' cada vez es más eficaz, porque se impone sistémicamente la 'indiscutibilidad' de muchos asuntos, bien porque se dictamina que son 'debates superados' (como se hace, por ejemplo, con el aborto y demás derechos de bragueta), bien porque se imponen 'versiones oficiales' (como se hace, por ejemplo, con todas las lejanas guerras que convienen a la OTAN) que las masas cretinizadas acatan por cobardía moral. Desde luego, quienes no denuncian esta 'cultura de la cancelación' son lacayos sistémicos; pero muchas veces quienes la denuncian para colgarse medallitas son falsos disidentes, tan partidarios de los derechos de bragueta y las lejanas guerras como cualquier lacayo sistémico.
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