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arrasate.
Domingo, 27 de septiembre 2020, 01:29
Las cubiertas de agua que tanto se prodigaron en construcciones grandes y pequeñas a mediados del siglo XX no están exentas de un encanto que Ramón Ugalde ha querido poner de relieve. En un trabajo recién presentado, este profesor de historia jubilado reivindica los valores arquitectónicos de estos elementos que pueblan nuestra geografía urbana y que sin embargo pasan inadvertidos cuando no abiertamente menospreciados.
Al modelo de cubierta plana preconizada por los 'padres' de la arquitectura moderna durante el periodo de entreguerras, como Le Corbusier o la Bauhaus, los vascos le añadimos una lámina de agua. Este modelo floreció aquí durante el franquismo. Dice Ugalde que la leyenda urbana atribuye la paternidad del 'invento' a los vascos, pero, cierto o no, la «realidad es que se desarrolló sobre todo en el valle de Deba», y en Mondragón afortunadamente se conserva un buen número de interesantes ejemplos en fábricas, caseríos, casas, laboratorios, salas de cine, depósitos de agua...
Pabellones industriales aún en activo como el de Amat y otros muchos ya desocupados, como el de Iraola en Axeri o varios más en Zalduspe, caseríos como Muxibar, el antiguo lavadero de Intxausti o incluso algunas casetas para almacenar aperos de labranza, se inscriben en lo que a mediados del siglo pasado se vino en denominar construcciones de estilo racionalista.
Sus cubiertas planas rompían con la tradición arquitectónica anterior. Y permitían aprovechar todo el espacio interior del edificio, sin desperdiciar volúmenes y alturas bajo cubiertas inclinadas. En las zonas industriales de Euskal Herria se hizo una «interpretación propia» de la cubierta plana y «así surgieron las cubiertas de agua», afirma Ugalde.
Rebate así las opiniones que desdeñan por 'exótica' esta característica arquitectónica. Fuera de nuestra geografía este tipo de estructuras «apenas se ven», según este investigador, lo que lleva a reivindicar su carácter «autóctono» y a añadir «una razón más para subrayar su interés arquitectónico-patrimonial».
Ya los nazis, al llegar al poder en Alemania, decretaron que las cubiertas planas no eran 'arias'. «Desgraciadamente entre nosotros este tipo de cubiertas tampoco han sido reconocidas como 'autóctonas' y la «mayoría de este tipo de edificios se hallan actualmente fuera de ordenación», asegura Ugalde.
Además, sobre estos edificios ha pesado el histórico menosprecio de que han sido objeto las construcciones de hormigón, su espartano diseño y su asociación con las obras sucias y ruidosas de las antiguas fábricas.
Sin embargo, Ugalde dice que la mayor parte de los materiales o recursos que se empleaban para la construcción de este tipo de edificios eran de la zona: arena, varillas de hierro, hormigón, tablones para los encofrados, clavos y, por supuesto, el agua, y los tubos y bombas para llevar el agua hasta el edificio, todo era de producción local, lo que a día de hoy se denomina 'Kilómetro 0'.
La cubierta de agua es además un ejemplo de sostenibilidad y eficiencia energética. «El aislamiento térmico y acústico son muy buenos. En invierno almacenan muy bien el calor y en verano no dejan pasar el calor excesivo del sol. En consecuencia, las condiciones climáticas en el interior del edificio son muy buenas y reducen considerablemente el consumo de energía».
Por si todo esto fuera poco, Ugalde atribuye a las cubiertas de agua una baja huella ecológica. Afirma que son «elementos vivos que compensan en cierta medida el suelo perdido con el edificio». En estas 'piscinas' se introducían carpas, unos peces que se «adaptan bien a las aguas bajas en oxígeno y que evitan el crecimiento de algas, mosquitos y demás insectos». En la vegetación que crecía en las esquinas anidaban aves, como un martín pescador que habitaba en Gamei.
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