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A.E.
BILBAO.
Martes, 22 de octubre 2019, 00:20
Un total de 105.000 personas han visitado la exposición dedicada al pintor eibarrés Ignacio Zuloaga (Eibar, 1870-1945) y que se cerró el pasado domingo, tras permanecer instalada desde el 29 de junio en el Museo Bellas Artes de Bilbao. El comisario de la muestra, Javier Novo, manifestaba ayer que «la exposición ha contado con una gran afluencia de personas, pero lo más importante es que hemos devuelto al pintor la repercusión internacional que había tenido en vida y que con el tiempo pienso que se había ido diluyendo». De ahí que gracias a numerosos préstamos inéditos se ha podido reconstruir con brillantez todo el amplio espectro temático que significó al autor y con el que consiguió fascinar a la crítica y al público internacional.
Compuesta por 100 obras y articulada en 15 ámbitos, la exposición Zuloaga ha sido primera gran exposición antológica organizada sobre el conjunto de la trayectoria del pintor. Compartimentada en tres grandes periodos biográficos, la selección arranca con un nutrido, y apenas conocido, grupo de obras de juventud que Zuloaga pintó en París en la década de 1890.
Un momento en el que se evidencian las influencias derivadas del naturalismo, el impresionismo y el simbolismo francés, y en el que temáticamente se interesó por un realismo de corte social que dio como resultado unas obras de paleta fría y atmósfera poética protagonizadas por figuras anónimas procedentes de los suburbios parisinos.
Su temprano éxito internacional hizo que sus lienzos mas icónicos se diseminaran por el mundo. Tras cinco de años de búsqueda e investigación, muchas se reunieron por primera vez en el museo bilbaíno para esta histórica retrospectiva comisariada por Novo, jefe de colecciones, y Mikel Lertxundi, historiador del arte e investigador. «Hemos partido de cero investigando cerca de mil cartas y documentos que escribió el pintor», decía Novo
En la época parisina, Zuloaga comenzó su trayectoria como retratista, género en el que Zuloaga terminará convirtiéndose en un auténtico maestro. En estos primeros retratos se reconoce una clara estética simbolista, así como la influencia concreta de pintores como Eugène Carrière o James Whistler.
Novo indicaba que los Zuloaga «fueron los introductores del impresionismo en España, una época que era poco más que marginal esta corriente artística, en nuestro país».
Zuloaga había llegado a París en 1890 y se había integrado en la sociedad La Palette, uno de los muchos centros libres que permitían a los aspirantes de artistas practicar la copia del modelo y contar con las correcciones y consejos de unos, más o menos, reconocidos pintores locales. Allí conoció a Gervex, Humbert, Carrièrre, Ramón Casas, Rusiñol y Maxime Dethomas, su futuro cuñado y una de las personas que le introdujeron encírculos, en los que trataría a Degas, Toulouse-Lautrec o Gaugin. «Esta academia fue determinante, más que para lo formativo, para la conformación de un entorno enriquecedor que fue moldeando al joven Zuloaga», decía Novo. Después de este primer periodo de tanteos y experimentaciones, en 1898, tras una estancia en Sevilla que le había llevado a replantear su obra y alejarla de la influencia y el cosmopolitismo parisino, Zuloaga descubrió Segovia, «un punto que se le reveló como un universo de inspiración creativa de tipos y escenarios genuinos. A partir de este momento, su pintura se apoderó de la arcaica identidad castellana, y mediante una particular fórmula estética que se valía del naturalismo y del simbolismo, inauguró una nueva manera de entender la figuración en el arte europeo.
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