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El pintor donostiarra Juan Luis Goenaga ha fallecido este martes en Madrid a los 74 años, a causa de una enfermedad y rodeado de su ... familia. Con una obra pictórica profundamente enraizada en el imaginario popular vasco, Goenaga deja una carrera artística sin la que es imposible entender el devenir de la pintura en Euskadi en las últimas décadas. Artista inclasificable, de mirada huidiza y de pocas palabras «porque donde yo me expreso es en el lienzo», encontró su lugar en el mundo en Alkiza, en donde en un caserío del siglo XV perdido entre los montes acogía su estudio.
Su pintura, por momentos ocre, matérica y con un halo rupestre y a la que le costó abrirse a la figura humana, se volvió más luminosa, en un viaje artístico con muchos recovecos marcada por distintas etapas y estancias en enclaves como Menorca. «Vivo un momento de trabajo intenso, de búsqueda de la luz, de colores vivos, estridentes, de fucsias y naranjas... Me siento libre, me pongo a trabajar y doy rienda suelta a mi imaginación, todo es posible», contaba el pintor por aquel entonces.
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Hermano de la actriz Aizpea Goenaga y padre de la también intérprete y diseñadora Bárbara Goenaga, sus cuadros se pueden contemplar en las principales instituciones artísticas del país: del Museo de San Telmo o el Diocesano de Donostia al Bellas Artes de Bilbao, pasando por las colecciones de Kutxa Fundazioa o del Grupo BBVA. A lo largo de sus casi seis décadas de trayectoria, ha protagonizado o participado en exposiciones, tanto colectivas como individuales, en Nueva York, París, Praga o Colonia, además de en Euskadi y el resto de España. En septiembre de 2020, aún en plena pandemia, la sala Kubo Kutxa del Kursaal le dedicó una gran retrospectiva, la segunda en Donostia después de la que protagonizó 25 años antes en la sala del Koldo Mitxelena. Fue también el autor del cartel de la 79 Edición de la Quincena Musical en 2018.
Nacido en 1950 en aquella Donostia aún de postguerra, Juan Luis despuntó pronto con los pinceles y ya con sólo diecinueve años ganó el XI Certamen Juvenil Nacional de Arte, celebrado en Málaga. Con Eduardo Chillida como miembro del Jurado, se llevó en 1975 el VI Gran Premio de Pintura Vasca y diez años después, el primer premio en la Bienal Donostia de pintura y también el Villa de Bilbao. Dos años más tarde, le fue otorgado el Gure Artea.
En el camino, había consolidado un estilo inconfundible que remitía a lo atávico, al impulso primigenio que había alumbrado las pinturas rupestres. También la resistencia a poner un título a sus lienzos para no condicionar al espectador ha sido marca de la casa. De formación autodidáctica, pasó de sus primeras series, como 'Itzalak' (1972-1973) o 'Belarrak' (1973-1975), a unos retratos más urbanos ya por los años ochenta, junto a retratos del ámbito íntimo, como los realizados a sus hijos Bárbara y Telmo. Pintor de «cuatro o cinco temas» según decía medio en broma, medio en serio, regresó a la abstracción y lo rupestre en un viaje de ida y vuelta que culminó en sus 'donostis', estampas en color de la ciudad alejadas de la autocomplacencia paisajística.
Siempre en proceso de mutación, aunque fiel a un trazo y una gestualidad únicos, aseguraba –en una de esas comparecencias públicas que calificaba de «suplicio»–, que «la pintura es autónoma, no siempre va de la mano del estado anímico del pintor. Si haces cuadros negros la gente piensa que estás deprimido, si apuestas por el color imaginan que estás feliz. Pero la pintura va por su lado, es libre».
Mikel Lertxundi, experto estudioso en la obra de Goenaga y comisario de la muestra de la sala Kubo, señalaba con motivo de la inauguración que «hay una serie de constantes en su obra de Goenaga que han permitido llevar a cabo una organización canónica de la exposición, en un recorrido cronológico por su carrera en seis ámbitos temáticos –'Inmersión en la naturaleza', 'Figura y revelación urbana', 'Un universo íntimo', 'La inspiración rupestre', 'Abstracción versus figuración' y 'De la cueva al paisaje, más una selección de obra en papel–. Es una exposición didáctica en la que el espectador puede ver lo que se va dejando atrás y lo que va a suceder y reflexionar sobre esas constantes que invitan a volver, a revisitarla para contemplar la expresión más profunda de cada pintura. que revela las inquietudes que lleva dentro el autor».
Y añadía: «El mensaje íntimo de Goenaga no surge de la necesidad de ser compartido, sino de expresar». Con matices: Goenaga aseguraba hace veinte años atravesar «una época en la que quiero disfrutar trabajando y busco que la gente disfrute viendo lo que hago». Lertxundi firmó en 2018 un libro monográfico sobre el pintor donostiarra, publicado por la Editorial Nerea, que recogía 178 ilustraciones a lo largo de más de 250 páginas.
Ni su timidez fue obstáculo para que el erotismo irrumpiera en su obra a comienzos de siglo con la serie 'Postura txinarrak', ni su carácter ensimismado le impidió dar también rienda suelta a su vocación didáctica en ciertas ocasiones. La última exposición guipuzcoana en la que colgaron sus obras fue la colectiva 'Udaberri 2024' que se pudo ver entre marzo y abril de este año y en la que también tomaron parte Chari Goyeneche, Iñigo Ormazabal, Lola Sarratea, Marian Aranburu o Aitor Sarasketa, entre otros.
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