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Las cosas no empezaron muy bien para la joven irlandesa Valerie Danby-Smith aquel día de 1959 en el que la agencia belga para ... la que trabajaba le envió a Madrid con un objetivo: entrevistar a Ernest Hemingway, que para entonces ya había ganado el Premio Nobel. Valerie, de 19 años por aquel entonces, llegó con un cuestionario plagado de errores, pero escritor y periodista encontraron en su admiración por James Joyce un nexo común y en aquella entrevista se fraguó una relación de dos años en los que Danby-Smith fue la secretaria privada del autor y posteriormente, ya como Valerie Hemingway, la esposa de su hijo Gregory. Ayer, a sus 84 años, estuvo en el Kursaal donostiarra para hablar de cómo era Hemingway en la intimidad y de paso, romper con los tópicos que rodean al escritor.
No es habitual que un autor fanfarrón, fallecido hace medio siglo tras encarnar todos y cada uno de los tópicos de lo que hoy se conoce como 'masculinidad tóxica' –machismo, aficionado a los toros, cazador y experto en la autopromoción–, y cuya biografía ha sido diseccionada como pocas, reúna a 300 expertos, estudiosos y admiradores a miles de kilómetros de su país. Y sin embargo, el Kursaal acoge desde el domingo y hasta hoy a cerca de 300 participantes de veinticinco países de los cinco continentes para proponer nuevos acercamientos a la figura de Ernest Hemingway, el escritor poliédrico, el hombre inabarcable.
Por las salas polivalentes del edificio donostiarra pasaron ayer expertos como John Beall, Ai Ogasawara, Elena Zoloritariov, Sam Kelly, Ellen Andrews Knodt, Julian Zabalbeascoa, Edorta Jiménez, Josu Jiménez Maia o Kirmen Uribe, entre muchos otros. Y aunque el motivo de esta 20ª Bienal es 'Ernest Hemingway y Euskal Herria', los temas abordados en las charlas fueron de lo más variopintos. Aunque quizás la invitada más interesante de la jornada de ayer fuera Valerie Hemingway.
Ahora se ríe, pero no lo tuvo que pasar bien, al menos, al principio en aquella entrevista de 1959. «Fue muy mal porque yo no sabía nada sobre Hemingway y todas mis preguntas estaban mal. Tuve que improvisar. Por ejemplo: '¿Por qué ha vuelto a España por primera vez, cuando había dicho tras la Guerra Civil que no regresaría, que nunca lo haría mientras viviera Franco?'». El problema es que Hemingway ya había pasado por España en 1953, 1954 y 1956. «Mi guion no servía para nada porque todas las preguntas eran sobre la Guerra Civil», explica Valerie entre carcajadas. La admiración compartida por James Joyce acudió al rescate de aquella conversación que amenazaba con irse al traste.
Ya no quedan muchas personas vivas que conocieran a Hemingway, no al menos con la cercanía con la que Valerie lo hizo. «Cuando me llega algún escrito que no se corresponde con la verdad, lo digo. 'Esto no está bien'». Y confirma algo que todo el que se haya acercado a la figura del escritor ya sabe o sospecha: «Era muy diferente de la proyección pública que tenía. Era muy serio y disciplinado. Cada día escribía y por la mañana, nadie le podía molestar. Después hacía algún ejercicio físico y por la tarde, si estaba en España salía con los amigos y si estaba en Cuba, su vida era más tranquila. Salía a pescar dos veces a la semana».
Como secretaria del autor, Valerie se dedicaba a acompañarle a todas partes, a transcribir las cartas que le dictaba y tomar los apuntes que le indicaba durante los viajes. «Cuando escribía no probaba el alcohol. De hecho, contaba que de joven alguna vez bebía y luego escribía algo, creyendo que era maravilloso, pero cuando lo veía al día siguiente lo tiraba a la basura. La gente piensa que estaba todo el día borracho y he tenido que enseñar que no era así».
Al socaire de estos encuentros, la Sociedad comenzó en 2011 la publicación en diecisiete volúmenes de 6.000 cartas de Hemingway. Este año ha aparecido el correspondiente al período 1934-1936 y en 2025 se lanzará la correspondencia de la época de la Guerra Civil. Sobre Hemingway, nunca se puede asegurar que se haya dicho la última palabra.
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