La recientemente fallecida Selma Huxley iluminó una importante parcela de la historia marítima europea con el descubrimiento en la década de los años setenta de los asentamientos balleneros vascos en Terranova durante el siglo XVI. El también historiador Michael Barkham, ... uno de sus hijos, reivindica su legado y repasa la singular trayectoria de una mujer que supo sobreponerse a la temprana muerte de su marido y criar a su familia sin renunciar a sus aspiraciones como investigadora. «Mi madre era una mujer muy luchadora pero también muy cercana», resume.
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El fallecimiento el pasado 3 de mayo de Selma Huxley a los 93 años es una buena excusa para recordar su figura de la mano de su hijo Michael (Canadá, 1959), doctor por la Universidad de Cambridge, depositario de la pulsión por la investigación histórica que caracterizó a su madre y también cómplice de muchas de sus pesquisas y aventuras. Selma, evoca su hijo, nació en Londres y se crió en un hogar poco común: «Su padre era Michael Huxley, primo del escritor Aldous Huxley y del biólogo Julian Huxley, que luego sería el primer director de la Unesco. Vivió sus primeros años rodeada de intelectuales, científicos y aventureros porque su padre, además de diplomático, había fundado la revista 'Geographical Magazine' y por su casa pasaban exploradores que regresaban de viajes por selvas remotas, desiertos o territorios polares».
El contacto con esa realidad, piensa Michael Barkham, moldeó la forma de ver el mundo de la que luego sería su madre. «Creo que le proporcionó un espíritu muy abierto y también le contagió una curiosidad intelectual que no le abandonó hasta su muerte». La irrupción de la II Guerra Mundial dio un vuelco a su vida. Su padre fue trasladado a la embajada de Washington. «Con solo 13 años tuvo que cruzar con su familia el Atlántico en un convoy amenazado por los submarinos alemanes». Selma Huxley permanecería hasta los 17 años en Estados Unidos. «En 1944 regresó a Inglaterra para echar una mano como enfermera en la última etapa de la guerra y volvió a cruzar el Atlántico en otro convoy, esta vez sola porque sus padres ya habían vuelto antes a Londres».
Al acabar la contienda se traslada a París, donde el primo de su padre acababa de ser nombrado primer director general de la Unesco. «Allí entra en contacto con supervivientes de los campos de concentración y conoce también el ambiente complicado de la ciudad en los años de la posguerra, además de estudiar ruso, un idioma que luego le sería muy útil». De vuelta a Reino Unido, entra a trabajar en la Real Sociedad Geográfica. «Mi madre -evoca Michael Barkham- tenía entonces solo 22 años pero había visto mucho mundo: la segregación racial en EE UU, los estragos de una guerra mundial, conocía los horrores de los campos de concentración, el temor a morir torpedeada por un submarino…».
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Selma Huxley viajó el año siguiente a Canadá, donde estaba asentada su familia materna. «Se afincó en Montreal con los parientes de su madre, cuyo abuelo había sido primer ministro de Quebec, y entró a trabajar en el Instituto Ártico de Norte América gracias en parte a su dominio del ruso». Frente a la sede de su nuevo empleo estaba la Facultad de Arquitectura, donde cursaba un posgrado un arquitecto británico que luego resultaría ser su marido: Brian Barkham.
Arrojo «Lo normales es que al enviudar se hubiese quedado en Canadá, pero escogió la aventura»
Viaje «Quería aprender español y nos fuimos en coche de Canadá a México; en Tejas nos moríamos de calor»
Revelación «En cuanto descubrió el archivo de Oñati se dio cuenta de que aquello era una mina sin explotar»
Fue allí donde surgió el embrión de la relación que Selma establecería años más tarde con Euskadi. El arquitecto resultó ser un entusiasta del País Vasco. «En 1950 había viajado a España con un amigo en moto con la intención de llegar a Andalucía para estudiar su arquitectura, pero tuvieron un accidente y terminaron en Alegi, donde les acogió el padre Pío de Montoya, un sacerdote cultivado que les abrió de par en par las puertas de la cultura vasca». Fue tal el flechazo que Barkham terminaría escogiendo los caseríos vascos como el tema central de su tesis de fin de carrera.
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El matrimonio se instaló en la capital de Canadá, Ottawa, donde Barkham pondría en marcha su estudio de arquitectura. Llegó el primer hijo y también la posibilidad de viajar de nuevo a Euskadi. «En 1956 mi padre trajo por primera vez a mi madre al País Vasco. Visitaron muchos lugares, entre ellos Pasaia, donde entonces operaban los bacaladeros de la empresa Pysbe que viajaban hasta Terranova. Y Pío de Montoya les comentó que en el pasado los arrantzales solían desplazarse hasta Canadá en busca de capturas». De vuelta a Ottawa, el joven matrimonio aumentó su descendencia mientras crecían el prestigio y los pedidos del arquitecto.
En 1964 ocurre lo inesperado: un cáncer fulminante acaba con la vida de Brian Barkham, que tenía entonces 35 años. De la noche a la mañana Selma Huxley pasa a ser una viuda de 37 años y con cuatro hijos: Thomas, Oriana, Michael y Serena. Encuentra trabajo en un departamento cultural del Gobierno de Canadá y vuelve a toparse con la conexión vasco-canadiense investigando sobre Louisbourg, una fortaleza del XVIII en la costa atlántica. «Descubrió -continúa su hijo Michael- que Champlain, el fundador de Quebec en 1608, ya hablaba en sus textos de su encuentro con unos balleneros vascos, pero no se sabía nada de sus expediciones».
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La idea de emprender una investigación 'in situ' ya se había abierto camino en su cabeza y es entonces cuando toma una decisión que marcará el resto de su vida: viajar a México para aprender español. «Hicimos el viaje de Canadá a México en coche, aún recuerdo el calor sofocante que pasamos cruzando Tejas porque no teníamos aire acondicionado», recuerda Michael.
La decisión de sustituir una existencia acomodada en Canadá por un porvenir trufado de incógnitas en un país y una cultura desconocidos habla de su determinación. «Lo normal es que se hubiese quedado en Canadá viendo crecer a sus hijos, pero mi madre tenía unas ideas muy claras y prefirió abandonar su zona de confort y lanzarse a la aventura». Durante los tres años que permaneció con sus hijos en el país azteca sobrevivió dando clases de inglés.
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Fue en 1972 cuando dio otro golpe de volante a su destino y se embarcó en Veracruz con sus cuatro hijos y siete baúles que reunían todas sus pertenencias en un carguero con rumbo a Euskadi. «Llegamos a Bilbao y al principio nos llevamos una muy mala impresión porque estaba todo lleno de fábricas humeantes». Sin apenas soporte económico y con dos de sus hijos -envió a los otros dos a Inglaterra con sus abuelos- se instaló en un bajo en el Puerto Viejo de Algorta y empezó a frecuentar los archivos de Bilbao mientras asistía a cursos de Paleografía en Deusto para aprender a descifrar documentos antiguos.
«Alguien le aconsejó que consultase los archivos de Burgos y allí descubrió miles de pólizas de seguros marítimos que cubrían navegaciones del siglo XVI, entre ellas muchas que se referían a las expediciones de naves vascas a Terranova». Era el primer indicio documental de que su intuición no le había engañado. «El siguiente paso -prosigue su hijo- era hallar los documentos sobre la organización de las expediciones. Fue entonces cuando oyó hablar por primera vez del archivo de Protocolos de Gipuzkoa en Oñati».
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Selma Huxley viajó a la localidad guipuzcoana en 1973. «Le preguntó al sacerdote que estaba al frente de aquello a ver si tenía algún documento del siglo XVI y le condujo hasta unas aulas que estaban a rebosar de papeles: había tres habitaciones llenas de documentos de ese siglo». No tardó en descubrir que el archivo era una mina sin explotar y decidió afincarse con sus hijos en Oñati. «El párroco nos consiguió un piso en la plaza del pueblo y allí nos instalamos», recuerda.
Fue en Oñati, donde permanecería durante dos décadas, donde desarrolló gran parte de su labor investigadora. Allí encontró miles de manuscritos sobre barcos, tripulaciones, rutas, destinos, temporadas de pesca, naufragios y hasta testamentos de los marineros. Una documentación que probaba que los vascos, además de pescar bacalao, habían puesto en marcha en el siglo XVI en Terranova la primera industria ballenera de la historia. «Eran factorías balleneras que ocupaban todos los años a dos millares de hombres y que capturaban unas 400 ballenas anuales con un reparto de las tareas perfectamente establecido. Aquella pesquería tuvo una escala industrial y abasteció de aceite de ballena, que era el combustible de la época, a todo Europa».
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El contraste de la documentación hallada en los archivos con mapas de la época le permitió situar con exactitud los asentamientos balleneros en América, radicados en la costa sur de Labrador y el Quebec contiguo. En 1977 organizó una expedición de reconocimiento arqueológico a esa costa. «Descubrimos en puertos como Red Bay los primeros indicios que avalaban las investigaciones de mi madre: restos de los hornos para fundir la grasa (incluyendo tejas), puntas de arpones y otros elementos». Animada por el resultado, consiguió que el Gobierno de Canadá pusiese en marcha al año siguiente una expedición para localizar restos de naves balleneras que tenía localizados a partir de sus investigaciones. «Ella fue la que tuvo que persuadir a los jefes de los arqueólogos: les decía que los barcos estaban allí pero no le creían del todo».
Cuando los buzos localizaron dos de los pecios las tornas cambiaron y Canadá no solo redobló su esfuerzo investigador, sino que declaró Red Bay Sitio Histórico Nacional. Posteriores campañas arqueológicas confirmaron punto por punto los resultados de las indagaciones de Selma, que vio recompensado su esfuerzo cuando años más tarde la Unesco reconoció el asentamiento como Patrimonio de la Humanidad y Red Bay acogió un museo que es el embrión de una incipiente industria turística en una zona en la que no abundan los recursos. Otros reconocimientos como las numerosas distinciones que recibió por parte de instituciones canadienses, vascas y españolas jalonaron los años finales de una mujer cuya singular trayectoria alumbró una parte casi desconocida de la historia de Europa y de América y que abrió además el camino a decenas de investigadores.
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