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Aquellas audiciones de discos en Bengoa

Aquellas audiciones de discos en Bengoa

A mediados de los años 70 el establecimiento donostiarra era un nido de actividad que reunía e impulsaba a melómanos, músicos y aficionados

Domingo, 24 de enero 2021, 07:16

Lo dice con su capacidad de seducción intacta: «Ven, te voy a llevar al sitio exacto donde te sentabas a escuchar nuestras audiciones». Eduardo Bengoa, a sus 81 años, fuerte y «feliz» según confiesa a pesar de algunos muy dolorosos reveses de la vida que le cambian el semblante al evocarlos, mantiene intactos su entusiasmo y su determinación, los mismos que le impulsaron a montar su tienda de música hace casi seis décadas, en el número 27 de la calle entonces denominada Víctor Pradera, luego ya Easo. Justo se cumplen ahora 30 años desde que entregó ese local a Telepizza, y sigue muy contento también por ello, que le permitió ampliar su ímpetu empresarial. Y sí, al bajar las escaleras del actual establecimiento reconozco el hueco de la planta baja en el que en la segunda mitad de los años 70 estaba en primer término la zona de venta de discos, y al fondo la sala de audiciones acolchada («¡con moqueta azul!», saltamos los dos a la vez), llena de equipos de alta fidelidad de ultimísima generación, con un espacio entre las columnas que podía albergar sillas para acoger a unas cincuenta personas dispuestas a escuchar lo nunca oído.

Hace diez años escribí en mi blog una entrada en la que recordé aquellas vivencias en la sala de audiciones de la tienda de pianos, órganos, hi-fi y discos de Bengoa, aquellas reuniones que tenían la emoción cómplice de quienes comparten una pasión ingobernable, incluidos los que apenas habíamos inaugurado nuestra adolescencia, y el sabor de lo clandestino, no porque hubiera allí nada prohibido en aquellos tiempos convulsos: quizás era el producto de la espera en la calle a que cerraran oficialmente la tienda y nos dieran permiso para bajar en tropel al sótano, a proceder a la escucha de principio a fin, cara A y cara B, sentados y en escrupuloso silencio, admirando al mismo tiempo la música que surgía de un disco que acababa de salir y que alguien milagrosamente había conseguido traer de más allá de las fronteras, y el sonido incomparable de aquel equipo.

En el sótano, a tienda cerrada

En el inagotable ramillete de iniciativas que Gregorio Gálvez impulsaba en ese nido de agitación cultural que fue su nocturno programa 'Club 44' en Radio Popular se incluyeron durante un tiempo las audiciones en Bengoa. Gregorio daba la alerta a sus oyentes, y allá nos presentábamos sus fieles, dispuestos a conocer aquello que estábamos ansiando oír, y que no podíamos soñar con escuchar con esa calidad y concentración comunal en ningún otro lugar.

«¡Que hombre tan generoso y entusiasta es Gregorio Gálvez!», salta de inmediato Eduardo Bengoa. «Cuánto aprendimos con él en aquellos años, y cómo nos liaba para hacer cosas». Y también otro ilustre y recordado compañero de aquella Radio Popular, Rafa Briz, organizaba esas audiciones, como atestigua el anuncio de prensa adjunto, «otro hombre encantador y muy amante de la música», añade Bengoa.

En esa sala también se organizaban conferencias sobre alta fidelidad, con aquellos bafles de más de un metro de altura que nunca habíamos visto antes, o una «audición estereofónica de música electro-clásica» como figura en el programa organizado por el conservatorio donostiarra, o recitales de piano.

La gente se agolpaba en el escaparate para escuchar el órgano.

Ahora Eduardo Bengoa rescata algunas fotos y me da la oportunidad de hacer visibles las memorias de aquella época. Donostiarra del barrio de Ategorrieta, con su borbotón de recuerdos, evoca su infancia en la posguerra: «Éramos más pobres que las ratas, recuerdo haber recogido por la calle una txustarra de manzana que había tirado una chica para comérmela». Eso forjó su carácter: «Yo era muy inquieto, veía la miseria que había en casa, y quería ayudar. Cerca estaban las vías del tren, a los mercancías se les caía a veces el carbón y yo iba a recogerlo para la cocina».

Así empezó lo que ahora se llamaría emprendimiento, pero construido a base de pura intuición, perspicacia y ojo para aprovechar las oportunidades. Y de confianza en los demás. «Ya de joven empecé a tocar el saxofón y tocaba en una banda». Cuando consiguieron un piso, con su mujer María Pilar, «que era una auténtica crack y tenía una visión del negocio increíble», empezaron a trabajar y a idear cosas. «Un día vi en aquella revista tan popular, 'Selecciones del Reader's Digest', unos órganos domésticos que tenían muchos sonidos distintos, y un montón de ritmos que imitaban a una batería. Pensé que tenía que conocer eso. Llamé a los del anuncio y eran unos de Barcelona, que me dijeron que tenía que ir allí, yo, que nunca había salido de Donosti. Resultaron ser unos tíos fabulosos». Le brindaron todo el apoyo, pero le advirtieron que tenía que conseguir un buen local para vender esos órganos. Instalados ya en su tienda, los Bengoa comenzaron a traer a San Sebastián los órganos Hammond del modelo Piper, que tanto se popularizaron en los años 60 y 70 para el salón doméstico.

El éxito de los órganos

Pero Bengoa también estaba cargada de pianos («la abrí con doce pianos de cola»), del escaparate a la planta baja, y de otros instrumentos que atraían a músicos y aficionados. Y tenía su tienda de discos para la que Eduardo contrató a la inigualable Esther Casares. Lo que empezó con el Piper luego pasó a órganos Hammond de mayor envergadura: el éxito de ventas no paraba. Y pronto Bengoa se convirtió en un referente imprescindible en Gipuzkoa, desde la colocación de la megafonía por todo el recorrido de la tamborrada, al alquiler de instrumentos y equipos de sonido. Luego, a la vuelta de la esquina, en San Martín, montaron Musikarte, que incluía un estudio de grabación.

«He ayudado a muchos artistas a salir adelante, como Ainhoa Arteta, que le abría la tienda para que ensayara con un pianista», recuerda Eduardo. «Había un chico que entraba y se ponía a tocar el órgano sin decir nada, hasta que un día le preguntamos qué intenciones tenía, y nos dijo que sus padres ya le comprarían uno. Hoy es el gran Óscar Candendo, organista del Buen Pastor».

Un pianista prometedor en el escaparate

«Creábamos un ambiente desconocido hasta entonces», reconoce Bengoa. En el escaparate, integrado en la tienda, «el que quería podía ponerse a tocar, yo no le ponía pega». Era un chaval Iñaki Salvador cuando fue a alquilar un acordeón a Bengoa, «para poder tocar con Mikel Laboa, que le había contratado». Y en la tienda solía estar tocando el piano Iñaki con la gente agolpada en la entrada. No faltaban las ideas. «Conocía a Alfredo Cocho, y le propuse coger un remolque con un generador eléctrico y llevarle tocando el órgano Piper por la Concha», recuerda Bengoa. «Tuvimos un éxito increíble. Éramos los que más vendíamos esos órganos de España».

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