El escritor Ramon Saizarbitoria (Donostia, 1944) contempla todo lo que acontece en torno a la crisis del coronavirus con la mirada perspicaz de siempre, la ... fina ironía que también le caracteriza y un punto de distancia. Mientras aguarda a que se levante el confinamiento para retomar sus paseos por el monte Ulía, el autor de 'Martutene' cree que frente a la falsas seguridades, «se nos debería meter en la cabeza que en cualquier momento nos puede ocurrir cualquier cosa». Y se muestra crítico también con el carácter caprichoso que se instala en la sociedad. «La gente está muy tonta, quiere estar en terrazas en enero, aunque haya que calentar la calle».
- ¿Cómo lleva el confinamiento un paseante como usted?
- Bueno, paseante de hora y media, y tampoco todos los días. Estoy acostumbrado a eso que ahora se ha convertido en normal y que es estar en casa un día entero sin salir. Muchas veces no salgo exceptuando esa hora y media en que voy a Ulía. Y sin embargo, ahora no lo llevo muy bien, es muy distinto. Estoy un poco inquieto. Ahora se me hace duro.
- ¿Quizás por la obligación? No es lo mismo quedarte en casa porque quieres que porque no hay más remedio.
- Probablemente, pero más por la inquietud que produce tanta noticia. No puedo cortar con el seguimiento de tertulias, el último parte, las bajas… Muy inquietante. Luego hay cosas que te cabrean: ahora, de repente, nos hemos enterado de que no tenemos el mejor sistema sanitario del mundo, cuando anteayer todos los discursos empezaban con eso. Ahora resulta que es una mierda, nos hemos enterado de que en las residencias de ancianos pueden pasar cosas…
- Pertenece a una generación que parecía que ya lo había visto todo: la postguerra, el franquismo, la violencia en el País Vasco… y ahora, esto.
- Ya. Eso es muy interesante, el tomar conciencia de que puede ocurrir cualquier cosa. En contra de lo que sucedió con otros de mi generación, a los que en sus casas no les hablaron de la guerra, sí que me contaron mucho. Y yo me preguntaba cómo pudo ocurrir aquello, una cosa que todo el mundo lamenta, tan destructiva y atroz, cómo no se pudo evitar. Cómo es que alguien no lo prevé y lo evita. Y entonces, tengo cantidad de entrevistas que hice a viejos que hicieron la guerra que no dan mucho de sí porque no era gente muy expresiva. Pero la pregunta era ésa: aquel verano, «¿no olías algo, no se pudo parar aquello?» Últimamente, he leído 'Testamento de juventud', de Vera Brittain, y ves a gente que hizo la I Guerra Mundial y no se podían ni imaginar que iba a vivir la segunda.
«Cuando hay alguna situación buena, siempre pienso que puede ocurrir algo. Y ha ocurrido esto»
- Salvando las distancias, ¿nos ha cogido la pandemia igual de desprevenidos?
- Eso es. Esto sí que he tratado de transmitir y se nos debería meter en la cabeza: en cualquier momento nos puede ocurrir cualquier cosa. Es la razón por la que soy pesimista: cuando hay alguna situación buena, siempre pienso que esto no va a durar, que puede ocurrir cualquier cosa. Y efectivamente, ha ocurrido esto también.
«Frente al neurótico, está el psicopatilla, del que se habla menos, esa gente que no teme a nada
- ¿Le está sorprendiendo algún comportamiento colectivo durante estos días?
- No, la verdad es que no… Bueno, sí. Es lo de siempre: un neurótico como yo, y ya esto harto de decir de mí mismo que lo soy porque a la gente o le hace gracia o piensan que uno está loco y es una manera de ser, un perfil psicológico, poco antes de que se declarase el estado de alarma tuve que mentir para excusarme de ir a una reunión social. Yo ya veía que no era bueno lo de dar la mano, por ejemplo. Y sin embargo, y frente a eso, que se hacen muchas risas, mucha literatura y mucho cine, como Woody Allen, se habla menos del psicopatilla, de la gente que no le tiene miedo a nada. Y no es que me extrañe, pero sí que he visto este comportamiento. Hasta que no le cuentan que verdaderamente hay centenares de muertos, la gente no piensa que pueda ocurrir nada malo. Gente que se quería ir a Japón y le costaba renunciar. Hay gente que no cree que le vaya a ocurrir algo mal. Eso me ha sorprendido: qué resistencia a aceptar que puede ocurrir algo mal y que hay que tomar medida.
«Pasé por la culpabilidad de ser vasco, luego por la de ser hombre y ahora por la de ser viejo»
- ¿Qué opina del papel que de repente, la sociedad ha adjudicado a los ancianos? Por ejemplo, cuando se habla de priorizar los tratamientos médicos.
- Sí, eso sí que me está pasando a mí. Lamentablemente, he pasado por el peso de ser vasco, que menudo rollo andar dando tantas explicaciones sobre que no todos los vascos somos malos; pasé aquello y ahora estaba en lo de ser hombre: si salgo de noche y pasa una joven la puedo asustar, qué salvajes los varones… En fin, la culpabilidad de ser hombre y ahora la de ser viejo. Y las tres las vivo sinceramente, es decir, que reconozco que los viejos somos un coñazo: ganamos más sin trabajar que la media de los jóvenes trabajando, ocupamos camas de hospital… Alguien escribió un tuit terrible: «¿Qué preferimos? ¿Media docena de ancianos inútiles muertos o toda la economía de un país absolutamente destrozada (de nuevo)? No sé vosotros, pero a mí me sobran momias por la calle». Que me parece un sentimiento que comprendo y me parece que los cribados médicos hay que hacerlos. Ante determinados estados, igual no interesa que esa vida siga. Que por cierto, los viejos estamos perdiendo conciencia de que esto se acaba.
- Pero, ¿no cree que abrir esa puerta supone entrar en una espiral peligrosísima?
- Sí, claro, muy peligrosa, pero lo que yo siento es que si me toca ir a mí y veo que estoy ocupando el sitio de otro que tiene más y mejor esperanza de vida, gustoso le cedería el sitio. En algún desastre nuclear, ese sentimiento lo tuvieron unos físicos nucleares jubilados que se ofrecieron para sustituir a los trabajadores en activo porque la radiación no les afectaría ya que sus consecuencias son a medio o largo plazo. Yo creo que ese sentimiento también lo debe de tener el viejo, aparte de que en nuestra sociedad los hay que parece que han descubierto el baile a los 70 años y el sexo, a los 75… Y qué sé yo, están todo el día de un glorioso en autobús, de aquí para allá, transmitiendo virus, por cierto. No sé cómo decirlo. Ya sé que es peligroso. El debate sobre la eutanasia tiene un contenido genésico y también económico, pero hay que hablar de eso en los foros adecuados. Y efectivamente es peligroso porque si abres la espita te vas cargando a los que son demasiado morenos, etcétera, pero entiendo que es un problema.
«Si aprendemos de esto que tenemos que lavarnos las manos antes de comer, yo ya me conformo»
- ¿Cree que saldremos de ésta, no ya mejores, pero si habiendo aprendido algo?
- Hombre, si aprendemos que tenemos que lavarnos las manos más a menudo, yo con eso me conformo porque parece mentira que nos tengan que estar diciendo que hay que hacerlo antes de comer, cosa que, no sé, que a los niños se les dice o se les decía. Alguien comentaba que «el español pierde cediéndose el paso en las puertas el tiempo que gana no lavándose las manos después de mear». Yo creo que no somos de aprender, que ésas cosas que se dicen de que saldremos mejores, de que en estas situaciones sale lo mejor de nosotros... En fin, sale lo mejor de los buenos y lo peor de los malos. Y no, no creo que aprendamos. De hecho, de cosas terribles de nuestra historia reciente no sé si hemos aprendido mucho. Tendemos a olvidar, la gente quiere vivir. Yo soy un muermo y comprendo que ser como yo también es un poco triste, pero la gente quiere vivir locamente, está muy tonta, quiere estar en terrazas en enero, aunque haya que calentar la calle. No renunciamos a nada.
- ¿Encuentra estos días la concentración necesaria para leer o está más disperso?
- Leo, pero ya antes de esto leía más de lo habitual. He dejado de escribir porque llevaba más de un año con un muerto, de eso que escribes y escribes y escribes, te das cuenta de que no vas bien, pero sigues, pensando que lo vas a arreglar. Y he estado así un montón de tiempo hasta que un día decidí que lo iba a dejar. Y entonces igual que me quité del tabaco ahora me he quitado del ordenador.
- Hace unos años, me comentaba que se arrepentía de no haber escrito más, con la mente puesta en que ya tendría tiempo de hacerlo cuando se jubilara y luego resultó que no es así.
- Ya y con el encierro pasa lo mismo. Alguno dirá que ahora lee mucho, pero yo creo que no es cierto, no en mi caso por lo menos. Si tienes un poco de disciplina encuentras tiempo para leer.
- Usted fue también fue editor. ¿Le preocupa cómo quede la situación del sector? Editoriales, librerías…
- No, la verdad es que no me preocupa mucho. Si se tiene que ir a la porra, que se vaya. No me importa mucho, la verdad. Mi corazón no está ahí. Me preocupan más otras cosas. Del encierro me preocupan los críos porque yo puedo salir al balcón, tengo una casa grande, pero pobres críos los que estén en cincuenta metros cuadrados. Y todos pedimos más y más y más y más. Yo pediría más para la escuela, a ver si de una vez se invierte en eso que decimos que es el futuro y que la enseñanza es lo básico y lo más importante. La cultura hay que meterla en la escuela. Tanta acción cultural para adultos… El adulto ya encuentra la cultura si la necesita. Por veinte euros te puedes llenar la casa de libros hoy en día y de buena literatura, además. Lo otro es un negocio. Fíjate cuántos 'Quijotes' de segunda mano habrá por el mundo. No me preocupa el sector, me preocupa la escuela y ahí también tendrá que pasar algo para que nos demos cuenta de que no tenemos unos buenos estándares y de que hay que mejorarlos. En esos paseos que me doy por Ulía oigo que empiezan a ensayar la tamborrada ya desde noviembre… Hombre, yo le quiero mucho a Sarriegui, pero no sé, conocer a Beethoven también está bien.
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