La cuestión energética es vital si Europa no quiere continuar perdiendo terreno respecto a la feroz competencia norteamericana y, sobre todo, china. El encarecimiento del ... gas, que continúa llevándose por delante los esfuerzos eólicos para abaratar los precios de la electricidad, es una desventaja estructural para la competitividad industrial europea, como subrayó el expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en su informe. Las principales electrointensivas y, sobre todo, gasintensivas con dificultades para adoptar procesos de descarbonización -por las dudas en torno al hidrógeno verde, entre otras cosas- pueden enfrentarse a una factura tres veces más cara que la de los gigantes americano y asiático. Además, en el caso concreto de Euskadi y España, la electricidad es incluso más cara que en Francia y Alemania por la mayor dependencia energética, el déficit de interconexiones eléctricas con otros países, mayores costes regulatorios y menores compensaciones. Un problema que lleva a las patronales del sector a alzar la voz de alerta ya que, de lo contrario, «nos enfrentamos a la deslocalización de fábricas o incluso al cierre de compañías».
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En concreto, la factura por el consumo de electricidad para un electrointensivo vasco y estatal es 2,4 veces el coste de la energía en Francia, y el triple del coste en Estados Unidos, según el último barómetro realizado por la patronal estatal de empresas consumidoras de energía. La guerra de Ucrania puso de manifiesto la gran dependencia europea al gas ruso, y la necesidad de fomentar el autoconsumo y la independencia energética, una cuestión que se ha convertido en absolutamente prioritaria en Bruselas. Aunque ahora los precios se han estabilizado, esta problemática no afecta de la misma manera a todos los estados miembros, como está quedando patente. En el país galo, la electricidad es más barata en gran parte gracias a su alto porcentaje de energía nuclear, que proporciona una fuente estable y de bajo costo. Además, al otro lado de los Pirineos existen más interconexiones entre los países europeos, lo que permite importar o exportar electricidad según lo que se necesite con más facilidad, equilibrando precios, además de ajustes fiscales, subvenciones y acceso a más contratos a largo plazo.
España, por su parte, está más aislada -la conexión del Golfo de Vizcaya, por ejemplo, no termina de arrancar-, y presenta ciertos déficits tanto en la red de transporte como en la red de distribución, como reconocen las distribuidoras a este periódico. La situación preocupa a las empresas, de todo tipo. Por ejemplo, desde la cooperativa oñatiarra Ulma manifiestan que la saturación de la red eléctrica en Gipuzkoa «es un desafío de primer orden que afecta al desarrollo y competitividad de la industria en el territorio» y, por ello, emplazan a que entre todos los agentes implicados «se priorice la búsqueda de soluciones que permitan compatibilizar el crecimiento industrial con la transición energética». Es verdad que el Estado cuenta con una gran capacidad de generación eólica -según un estudio de BBVA Research, los avances en renovables han abaratado la factura energética en un 20%-, pero sigue dependiendo del gas para cubrir la demanda en momentos en los que la generación 'limpia' no es suficiente. De hecho, un reciente informe de la CNMV reveló que Red Eléctrica se vio forzada a interrumpir el suministro eléctrico a la gran industria en tres ocasiones durante el año pasado por las malas condiciones climáticas, que castigaron la generación de energía limpia.
141%
La factura por el consumo de energía eléctrica para un electrointensivo en España es 2,4 veces el coste de la energía en Francia y 1,4 veces el coste en Alemania, o lo que es lo mismo, un 141% más caro que en Francia, y un 37% más caro que en Alemania.
El país continúa, además, importando gas ruso a través de buques metaneros gracias a su gran capacidad de regasificación, lo que genera recelos en Bruselas. Esto afecta directamente al precio de la electricidad porque el sistema eléctrico español funciona con un mercado marginalista, es decir, el precio final lo marca la última tecnología necesaria para cubrir la demanda, y cuando entra el gas, que es caro, arrastra el precio de toda la electricidad.
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Esta desventaja estructural es una de las mayores preocupaciones de las principales siderúrgicas vascas y estatales, con Arcelor Mittal a la cabeza. La multinacional, con plantas en Olaberria y Bergara, que ya acometió ambiciosos procesos de descarbonización, congeló a finales del año pasado inversiones por valor de mil millones, de los que 450 provienen de los fondos Next, por las dudas en torno a los precios del gas respecto a otros países. La operación multimillonaria prevé la construcción de plantas de reducción directa de mineral de hierro (DRI), que sustituyen el carbón y el coque -muy contaminantes- por el gas natural. Esta última fuente de energía se utilizaría a modo de puente hasta que el hidrógeno verde, que reduce hasta el 90% las emisiones de carbono, estuviera listo.
Pero como en muchas otras cuestiones, la teoría, a veces, va por delante de la práctica. El problema principal es que, pese a la presión fiscal de Bruselas a las emisiones de carbono y, en particular, a las importaciones del coque, el gas natural sigue siendo más caro, y su precio es muy inestable. El hidrógeno verde también se enfrenta a varios déficits estructurales, pese a que España haya acometido una decidida apuesta para situarse como potencia mundial de esta energía, y haya avanzado mucho al respecto. El gas 'limpio' es, por ahora, incluso más caro que el gas natural, pero existen también otras cuestiones igual de problemáticas, como la logística o el almacenamiento.
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En Bruselas, y también en el Gobierno estatal y vasco, son plenamente conscientes de este desafío, que afecta a la competitividad de toda la cadena de valor industrial. El daño por el encarecimiento del gas es una desventaja que las instituciones comunitarias ya intentaron corregir a través de herramientas legislativas y fiscales de emergencia en varias ocasiones, como la llamada 'excepción ibérica' de Sánchez, que topó el precio del gas para controlar la factura eléctrica de las empresas y hogares. Ahora, con el denominado paquete Omnibus europeo anunciado recientemente, se prevé una cierta relajación fiscal a los combustibles fósiles, en especial al carbón y al coque, además de una suerte de prórroga para que las electrointensivas y gasintensivas introduzcan procesos de descarbonización.
En los nuevos planes energéticos de la Comisión Europea se priorizan, precisamente, medidas para el suministro más resiliente, rentable y descarbonizado, así como la modernización de redes eléctricas, la agilización de permisos, y la reforma del mercado energético en temas como la desvinculación de los precios de la electricidad de la volatilidad del gas. Si bien los expertos marcan esta iniciativa como un punto de inflexión, su éxito dependerá de la ejecución, y en evitar los cuellos de botella en una «burocracia excesiva, y la fragmentación de políticas nacionales».
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