Maider, nombre ficticio de una auxiliar de enfermería vizcaína de mediana edad, ha sufrido un «calvario» durante una década. Según cuenta, acudir a su puesto de trabajo en un hospital de Bizkaia ha sido un suplicio. Y lo era porque soportó un trato «vejatorio continuado» ... por parte de un médico de urgencias, que ha sido condenado por acoso sexual a una pena de siete meses de multa, a razón de 12 euros diarios –unos 2.500 euros–, y a una indemnización de 42.800 euros. Una cantidad que de no salir de su bolsillo tendría que correr a cargo del centro sanitario, acusado como responsable civil subsidiario. El acusado, que sin embargo fue despedido por los mismos hechos de forma improcedente en una sentencia que es firme, tal y como subraya el abogado laboralista Javier Navea, sí tiene previsto recurrir por la vía penal, según anuncia el letrado Borja Simón.
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La sentencia del Juzgado de lo Penal nº1 de Barakaldo, a la que ha tenido acceso este periódico, recoge como hechos probados comentarios «groseros» y proposiciones sexuales que Maider tuvo que escuchar como «¿has traído las bragas hoy?», «¿has traído la braga limpia?», «vaya culo tienes», «voy a mear, a ver si me la sujetas», «ven aquí, ponte a cuatro patas» o «¿por qué no vienes aquí y haces el informe encima de mí?».
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Desde el otro lado del teléfono, Maider reconstruye para DV un relato plagado de dolor y aún sin cicatrizar. Habla con el corazón. Con el alma. Incluso hay dos ocasiones en las que se derrumba. Llora. «Ha sido muy duro y muy largo. Desde que denuncié hasta que sale la sentencia, han pasado cinco años. Intentaba sacar la cabeza al principio, pero nadie me ayudaba...».
Hay un momento especialmente amargo, cuando a su marido le detectaron un tumor en un testículo y el agresor le dijo lo siguiente: «mira lo que tengo aquí, ¿a que esto no lo tienes en tu casa? Si a tu marido le falta un huevo, ya tengo yo dos». Maider vuelve a llorar. Se le pregunta si quiere parar. Pero sigue.
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Maider quería «huir», pero no tenía «escapatoria. Comencé a trabajar en un servicio de telemedicina y el acoso se intensificó. Lo quería evitar, pero todos los días me hacía comentarios sexuales o me llamaba por teléfono para proponerme cosas».
Pese a que el galeno trabaja ahora en otro lugar, los recuerdos perduran en su memoria. También los olores: «Aún huelo su aliento. Era como el de la sangre digerida». Aunque nunca hubo tocamientos, Maider se confiesa abatida y, de hecho, estuvo de baja por depresión. Pero se vuelve a armar de fuerza para divulgar un último mensaje: «No hay que normalizar conductas así. Nos cuesta pedir ayuda, pero hay que denunciar».
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Su abogado, David Sainz de Rozas, muestra su satisfacción por el fallo aunque la condena le parece insuficiente. El letrado revela las dificultades para convencer a las compañeras de trabajo de su representada para que testificaran –sólo lo hicieron cinco– y asegura que más de una docena se alinearon con el denunciado. «Decían que no habían escuchado nada o que esos comentarios había que tomarlos a broma», agrega.
Desde la Asociación Clara Campoamor, que ha ejercido la acusación popular, su presidenta Blanca Estrella Ruiz, asegura que la mujer se ha sentido «muy desamparada». Al ver que la gerencia del hospital «no puso mucho interés» en tomar medidas, Ruiz se dirigió al Obispado –de quien depende el centro médico–, desde donde se activó una investigación de IMQ Prevención y sobre «la que el juez construyó los hechos probados».
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