Sábado, 23 de mayo 2020
Medio litro de leche
Un cuarto de litro de nata líquida 110 g de azúcar
Una astilla de canela
Un trozo de piel de limón o naranja
8 bollos suizos o de leche 1 pizca de harina
2 huevos batidos
Aceite de oliva o girasol para freír
Azúcar moreno Canela molida
De las torrijas: En un cazo al fuego colocamos la leche, la nata y el azúcar. Además deslizamos la piel de cítrico y la astilla de canela, arrimando a fuego suave, hasta que surjan los primeros hervores, momento en el que retiraremos la leche y la nata del fuego. Lo dejamos enfriar.
Mientras tanto, preparamos los bollos para el remojo. Con ayuda de un cuchillo afilado, los cortamos a lo largo en dos, de forma que cuando estén en el baño de leche, absorban mucho mejor la preparación y se inflen adecuadamente. Colocamos los bollos en una fuente amplia con el suficiente espacio. A través de un colador vertemos la leche y la nata sobre los suizos y dejamos que se empapen por lo menos durante 10 minutos, dándoles vuelta cuidadosamente. Ojo porque se vuelven muy quebradizos.
Una vez empapadas, con cuidado de no romperlas, manejándolas con atención, las pasamos ligeramente por harina y por el huevo batido. En una sartén con abundante aceite caliente, las freímos despacio, de forma que queden bien tostadas y con el corazón cremoso y caliente. Las escurrimos y las depositamos unos segundos sobre una hoja de papel absorbente.
Para comerlas las espolvoreamos con azúcar moreno y si nos gustan más aromatizadas, con un poco de canela molida. Es mejor disfrutarlas calientes o mejor aún, tibias.
Mi madre solía hervir, una vez hechas las torrijas, la leche que sobraba de remojarlas y sumergía en ella las torrijas ya rebozadas, sirviéndolas así mucho más jugosas, casi para comerlas con cuchara. Además podemos aromatizar la leche con vainilla natural, abierta en dos y rascados sus granos o incluso con una pizca de clavo o unos pistilos de azafrán. Tengo que confesar que mi debilidad es acompañar las torrijas con una crema inglesa y rematar la sobremesa con un buen whisky de malta. ¡El dulce me pierde!
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