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La espectacular bodega de Campillo entre viñedos.
Bodegas de la Rioja alavesa, catedrales del vino

Catedrales del vino

Rioja alavesa. Las bodegas, surgidas casi siempre en el corazón de familias de agricultores, dan forma al paisaje de Rioja Alavesa y a una cultura arraigada en la tradición y en el cuidado de la tierra

GAIZKA OLEA

Viernes, 25 de junio 2021, 08:54

Primero fueron los lagares tallados en la roca y cerca de los viñedos; más tarde, los calados excavados bajo las viviendas y los nuevos barrios de bodegas; hoy son esos templos de aire señorial a veces, industrial en otros casos, diseñados con frecuencia por arquitectos de renombre y siempre con intención de deslumbrar a quienes se acercan a ellos.

Las bodegas son desde hace siglos el símbolo de las comarcas vitivinícolas y Rioja Alavesa no podía ser menos. Son su seña de identidad, un emblema de su cultura y su economía, y por eso sus propietarios las han cuidado con tanto mimo: no sólo para legarlas a sus herederos, sino también porque supieron que ahí quedará una parte fundamental de su Historia. Así, en mayúsculas.

La Denominación de Origen Rioja tenía censadas en Álava en 2019 un total de 361 bodegas, aunque la cifra real es algo más elevada y ronda el medio millar, que en la vendimia finalizada el 8 de octubre pasado cosecharon unos 93 millones de kilos de uva, un 8% más que el pasado año.

La historia de las bodegas tal y como las conocemos hoy tiene su punto de partida hace unos 160 años, cuando Marqués de Riscal, de la mano del experto fichado de Burdeos Jean Pineau, trae a Rioja Alavesa (y a toda España) una tecnología que favorece la crianza, la elaboración de vinos de más calidad, más duraderos y, ojo, transportables.

El tren ha llegado a nuestras vidas y permite llevar el vino más allá de «las Vascongadas» (Vitoria, Bilbao...), sus destinos iniciales. Al ferrocarril está ligado el primer auge de las bodegas riojanas, con la creación del Barrio de la Estación de Haro, pero también a la entrada masiva de capital foráneo. Pero este empuje inicial no debe ocultar un hecho objetivo: las grandes empresas, las marcas más famosas, no representan el 10% del total. Según datos de la DO Rioja, el 75% de las bodegas tienen una capacidad de un millón de litros; otro 13% posee espacio para hasta 3 millones.

Es, por tanto, un microcosmos de agricultores que en las siguientes líneas iremos conociendo con algunos ejemplos para ilustrar la diversidad de Rioja Alavesa. Algunos, como los agrupados en Bodegas y Viñedos de Labastida, decidieron unir sus fuerzas allá por 1964, cuando 175 viticultores aliaron sus fuerzas para producir y comercializar su vino. Hoy la cooperativa cuenta con 84 socios que cultivan unas 300 hectáreas, de las que obtienen unos 2 millones de uva, 1,7 millones de botellas al año, casi todo tinto (tempranillo y garnacha), un 11% blanco (viura, tempranillo blanco y malvasía). Como socio fundador de ARAEX (alianza de bodegas para la exportación) hasta un 70% de la producción de la cooperativa se vende en el extranjero (no este año, cuando se ha reducido al 50%).

En cooperaa

«Que sea una cooperativa es algo que no gusta a algunos posibles compradores, pero cuando se explica que el objetivo es el bien común, la transparencia y la calidad de vida de los viticultores se valora mejor», explica Iñigo Rubio. Solagüen es la marca principal de la cooperativa, bajo la que se amparan sus tintos (Reserva, Crianza), blancos y rosados, pero buscan un salto de calidad y excelencia con Quintano, apellido del religioso que trató, antes que Riscal y Pineau, introducir a finales del siglo XVIII las técnicas bordelesas... con poco éxito, por aquello de que nadie es profeta en su tierra. «Es la gama premium de la cooperativa y nuestro homenaje a Manuel Quintano, con elaboraciones más personalizadas que huyen de las recetas».

Esa búsqueda de la excepción está también detrás de la filosofía de Luis R, una bodega familiar fundada por Luis María Rodríguez y Charo Urarte en Lanciego, y que hoy siguen sus hijos Luis y Alfredo. Fundada en 1983 y con unas 40 hectáreas de gran diversidad geológica a alturas que oscilan entre los 400 y los 700 metros, la familia basa el grueso de su producción en un vino joven, un crianza y un selección, pero busca nuevos espacios con tres proyectos de microvinificación: Alturas de Erre, El Huerto del Fraile y Erre Doble (graciano), de los que elaboran 3.000, 2.500 y 600 botellas. Nada más.

«Nos gustaría que cada bodega fuera una DO en sí misma, como en Borgoña, que cada viñedo pueda producir un vino diferente», explica Luis Rodríguez. «Hace unos 50 años se buscó la máxima producción, se desnaturalizó la tierra y se perdió la emoción. Queremos recuperar el equilibrio entre las plantas y el viticultor, que el vino se desarrolle por su cuenta, con la mínima intervención en la bodega».

Luis Rodríguez se expresa con pasión sobre su oficio, «como la mayoría de los productores, que aman su trabajo, porque el vino es un transportador de felicidad; sirve para compartir y sentir emociones. Detrás hay una enorme dedicación; las bodegas se hacen grandes gracias al esfuerzo de la gente».

Viticultura sostenible

Algo parecido se percibe de las palabras de Juan Luis Cañas, que colgó su pasado industrial para regresar a Villabuena y al oficio de su padre, Luis. Tenía 33 años y abandonó el asfalto para «volver a mis orígenes, al amor de la tierra, para dar valor a lo que hacían mis padres y mis abuelos». La bodega Luis Cañas no se parece, en cuanto a tamaño, a los dos ejemplos anteriores, pues trabaja sobre 150 hectáreas propias y otras 250 de proveedores. Tampoco su producción: unos dos millones de botellas bajo su marca y otras 300.000 bajo el sello Amaren, fundado en 1995 para elaborar vinos de viñas de más de 60 años. Un tercio del stock se destina a la exportación.

Cañas apuesta por una viticultura sostenible (biomasa, placas solares), la biodiversidad y la investigación. «Estamos trabajando sobre 30 variedades que nadie sabía qué eran. Nos hemos acostumbrado a lo fácil, a replantar las viñas con el tempranillo que compra todo el mundo». Sin olvidar «el aspecto social, porque una bodega no puede funcionar a base de explotar al viticultor. Queremos dejar un futuro mejor a nuestros hijos. No queremos crecer en número de botellas, sino hacerlo mejor para que el proyecto tenga valor añadido y que se pueda pagar bien al proveedor».

Cerramos la ronda por las bodegas con el gigante de Rioja Alavesa, un grupo asentado en las sólidas raíces plantadas hace 160 años por Eleuterio Martínez Arzok. El Grupo Faustino ampara en Rioja Alavesa tres bodegas (Faustino y Marqués de Vitoria en Oyón y Campillo en Laguardia), más otras en Ribera de Duero (Portia), Navarra (Valcarlos) y La Mancha (Leganza), que componen la herencia que Julio Faustino Martínez, fallecido el 30 de octubre pasado, legó a la cultura y la industria del vino del país.

Don Julio, tercera generación de viticultores, basó su proyecto en tres pilares: la compra de viñedo para disponer de uva propia, la diversificación de bodegas y la apertura al exterior. «Don Julio era un visionario emprendedor que cambió la dimensión del grupo», explica Francisco Honrubia, director del Grupo Faustino. Gracias a su visión, la empresa dispone hoy de más de 750 hectáreas en propiedad (unas 650 de Faustino, entre Oyón y Laguardia) y una apuesta clara por una «viticultura sostenible para hacer frente al reto climático; todo es diferente ahora: el cuidado de la vid, la vendimia o la elaboración del vino».

Con un 53% de la producción volcada hacia el exterior y un stock de más de nueve millones de botellas de Rioja para ser comercializadas como Reserva o Gran Reserva, el grupo tiene a gala ofrecer «soluciones completas a cualquier cliente que busque calidad», añade su director. Para Honrubia, el conocimiento y la tradición de Rioja Alavesa son bases sólidas para resolver problemas como los que se derivan de la pandemia. «No es fácil para nadie, pero estamos en una Denominación de Origen con arraigo».

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