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Violencia machista
«Mi agresor tiene una orden de alejamiento pero le traen a mi lugar de trabajo»Martes 2 de mayo. 22.00 horas. Gipuzkoa está pendiente del estadio de Anoeta, donde la Real Sociedad juega ante el Real Madrid un ... partido trascendental en su lucha por lograr una plaza para la próxima Liga de Campeones. Justo cuando el árbitro pita el comienzo del partido, a escasos metros del campo de fútbol, en el alto de Errondo, Cristina fija su atención en algo muy diferente. Uno de los jóvenes que cada noche duermen en Errondo Gure Etxea, un centro de atención integral para personas en situación de exclusión social grave, desea salir del recurso. Se trata de W.L., un joven de 20 años. Al ser mayor de edad, tiene libertad para pasar la noche fuera del centro si lo desea. Eso sí, si sale una vez que se cierran las puertas a las 22.00 horas, no puede volver a entrar hasta la reapertura del recurso por la mañana.
Este encuentro, en principio inocente, acaba desembocando en una agresión sexual, una denuncia, una orden de alejamiento, quebrantamientos de esa medida de protección, nuevas denuncias, la detención ayer del joven, su puesta en libertad, y la apertura de un debate sobre si en un caso como este debe primar la seguridad, protección y bienestar de la víctima o el cuidado, tratamiento y atención de una persona en situación de exclusión social.
Porque W.L. es un joven marroquí sin hogar y con problemas de salud mental. Por eso acude a diario a Errondo Gure Etxea, un centro promovido por la Diputación de Gipuzkoa, abierto en octubre y especializado en la atención a personas de este perfil: sin hogar y con patologías mentales. Está ubicado en un anexo del Hospital San Juan de Dios. Cristina trabaja de noche como vigilante de seguridad del hospital, lo que incluye la supervisión de Gure Etxea.
Desprotección «Ni el centro ni la Diputación me apoyan; parece que la mala soy yo y se coacciona a mi empresa para que me trasladen»
Disconforme con la solución «Ya no va de noche, pero sí de día; eso es incumplir la orden de alejamiento. Vivo angustiada ante la idea de poder cruzarme con él»
Recuerda al detalle lo sucedido aquel 2 de mayo. Conoce bien a W.L. Sabe que es un joven «muy complicado, en situación de vulnerabilidad, que consume y trafica con drogas», y que «tiene una treintena de antecedentes por robos con fuerza y agresiones». Pero no se imagina lo que está a punto de hacer.
Mientras le acompaña a la salida para cumplir su deseo de abandonar el recinto, W.L. se abalanza sobre ella, la agarra del pelo y trata de besarla. Ella logra escabullirse, pero él vuelve a la carga, la agarra de nuevo e insiste en la agresión diciendo «'te quiero mucho, Cristina, te quiero mucho'».
La vigilante es capaz de zafarse de nuevo y se defiende, desembocando el ataque en un forcejeo que concluye cuando ella logra sacarle del recinto y él se escapa corriendo «con una sonrisa en la cara y diciéndome '¡que pases buena noche!'».
Con el susto aún en el cuerpo, Cristina llama de inmediato a la integradora social del centro para contarle lo sucedido. Mientras habla con ella, observa a su agresor agachado junto a uno de los muchos coches que, como cada vez que hay partido, aparcan en el camino que hay entre Anoeta y San Juan de Dios. Cristina le increpa desde lo lejos por «estar robando, como se pudo verificar después» y W.L. huye corriendo gritando «'Cristina, por favor, no has visto nada'».
A la mañana siguiente la vigilante relata lo sucedido a la directora de San Juan de Dios, adelantándole que tiene pensado denunciar a W.L. por agresión sexual. «La respuesta no me pudo sorprender más», exclama. «Me instó a que no denunciara, que tuviera en cuenta que es un chico enfermo. Yo le respondí que qué habría pasado si en lugar de a mí, que me pude defender, hubiera atacado a una chica en la calle, y que debía denunciarle, más que por mí, por lo que puede llegar a hacer. Es un chico enfermo, sí. Pero también peligroso», subraya.
Cristina mantuvo su idea y al día siguiente fue a poner la denuncia. A resultas de ello, W.L. fue detenido y puesto a disposición judicial.
Ante el juez, el agresor reconoció los hechos. Fue condenado a una multa y se le ha impuesto una orden de alejamiento. Durante doce meses no puede acercarse a menos de 200 metros de «Cristina, su domicilio, lugar de trabajo o cualquier otro que frecuentare».
La sorpresa de Cristina fue mayúscula cuando «a las 7.48 de la mañana del día siguiente me llama mi compañero para advertirme de que mi agresor había ido al centro. Menos mal que ese día trabajaba él y yo no, porque me habría dado un ataque de nervios».
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Fue la primera de muchas otras veces que W.L. ha acudido a su lugar de trabajo. A pesar de la orden de alejamiento, la Diputación y el Hospital han convenido que el joven siga siendo tratado y atendido en Errondo Gure Etxea, aunque evitando que coincida con su víctima. Interpretan que la orden de alejamiento «afecta solo a que no puede acercarse a ella, pero sí puede venir al centro cuando ella no esté». Un extremo que rebate Cristina, que asegura que «la propia Policía les ha advertido de que mi agresor no puede ir a mi lugar de trabajo, este yo presente o no».
Tanto San Juan de Dios como el departamento de Políticas Sociales alegan que «se trata de un caso muy particular, en el que al problema de la falta de un hogar se suma una enfermedad mental, y este es el único centro especializado en Gipuzkoa en tratar este perfil de persona vulnerable. La alternativa para W.L., al menos de día, es la calle», recalcan.
Como Cristina trabaja de noche, la solución que han buscado es que el joven duerma en otro recurso, pero que de día siga siendo atendido en Errondo Gure Etxea, «donde tiene un itinerario personalizado y necesita seguimiento especializado». «Entra y sale del recinto con un margen de dos horas y media sobre los horarios» de Cristina, explican fuentes de la Diputación. Por ahora, víctima y agresor no han coincidido.
Pero la solución no convence a Cristina, que vive «en tensión constante» ante la posibilidad de encontrarse con su agresor. Incluso ha tenido que «pedir a los educadores, que quedaban con él en la estación de Euskotren de Anoeta, que queden en otro sitio porque yo voy en Topo a trabajar. No debería andar todo el día pendiente de si puede estar o no mi agresor en mis rutinas diarias», pide.
La presencia continuada de W.L. en Errondo Gure Etxea ha hecho que Cristina haya presentado en el último mes hasta tres denuncias en los juzgados. Una cada vez que tenía constancia de que acumulaba tres quebrantamientos de la orden de alejamiento.
Ayer, W.L. fue detenido por agentes de la Policía Municipal de San Sebastián «en las inmediaciones del centro» por quebrantar la medida de protección. Fue puesto a disposición judicial y quedó en libertad.
La vigilante lamenta que si el pasado día 2 experimentó una situación de «angustia» con la agresión sexual, lo que vive desde entonces es «una pesadilla». Afirma sentir «desamparo» por parte de la dirección del centro, la Diputación y de algunos de los trabajadores sociales. «Parece que la mala soy yo, cuando soy la víctima». «Me dicen que le quiero fastidiar la vida porque es marroquí. ¿Yo? ¡Que he sido 18 años voluntaria de Cruz Roja y he estado en Algeciras ayudando en el Paso del Estrecho y a los que llegan en patera a las playas. No es una cuestión de racismo, sino de seguridad».
También denuncia que la dirección del centro está «coaccionando» a su empresa, «que sí me está apoyando mucho», para que la cambien de destino «o amenazan con rescindir el contrato». Algo a lo que ella se niega. «¿Por qué tengo que cambiar yo cuando el agresor es él?», se pregunta.
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