Domingo, 29 de mayo 2022, 07:22
Los bosques que conocerán las futuras generaciones de guipuzcoanos serán diferentes a los actuales. La banda marrón, una enfermedad provocada por el hongo 'Mycrosphaerella Dearnessii', ... se está comiendo los pinos. En concreto el pino radiata o insignis, el más presente en el territorio. La plaga explotó en 2018 y, lejos de aminorar, ha seguido expandiéndose estos años, hasta alcanzar en la actualidad niveles de afectación récord. Las últimas mediciones realizadas en otoño del año pasado por la fundación HAZI del Gobierno Vasco señalan que el 41% de los pinos guipuzcoanos tienen una afección severa, otro 38% presenta niveles de contagio intermedios y apenas un 21% estarían afectados de forma leve o nula. No es un problema menor, teniendo en cuenta que esta especie ha llegado a representar más de la mitad de la masa forestal de Gipuzkoa.
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Semejante presencia es ya cosa del pasado. El pino radiata sigue siendo todavía el árbol más común, pero su peso ha caído a la mitad. Hoy representa el 22,6% de la superficie arbórea. Esta debacle obedece a que la banda marrón se ha llevado por delante en apenas tres años cerca de 9.000 hectáreas (90 kilómetros cuadrados), el equivalente a la extensión que suman San Sebastián e Irun, los dos municipios más poblados de Gipuzkoa. De las 36.476 hectáreas de pino insignis que existían en Gipuzkoa en 2018, en 2021 quedaban 27.591.
Esta situación está teniendo dos consecuencias principales. La primera, y más preocupante, el paulatino abandono de los montes arbolados. La segunda, el cambio de fisonomía del entorno natural, con la introducción de nuevas especies como la secuoya o la cryptomeria japónica (sugi o, también llamado erróneamente cedro japonés).
Gipuzkoa es la provincia más arbolada del Estado, con un 61% de su superficie compuesta por masa forestal. El 80% de esa extensión está en manos privadas, unos 9.000 propietarios que trabajan desde hace décadas el bosque obteniendo a cambio rendimiento maderero. Obvia decir que tras la explosión de la banda marrón, «en los últimos tres años no se ha vuelto a plantar un solo pino radiata», recalca Ione Maioz, directora de la Asociación de Propietarios Forestales de Gipuzkoa (GEBE, por sus siglas en euskera), que aglutina a 2.800 socios.
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Alerta de que en una actividad que ya sufre desde hace años un serio problema de falta de recambio generacional, si además tener un bosque supone un quebradero de cabeza y una gran incertidumbre respecto a su posible rendimiento con la «inversión terrible» que representa, «el abandono de los bosques se está disparando».
De hecho, el 16% de la superficie arbórea de Gipuzkoa está ya en situación de abandono. Son cerca de 20.000 hectáreas «sin ningún tipo de cuidado ni gestión. Pastizales y antiguos pinares que no han sido repoblados y son ahora una amalgama de especies acorraladas por la maleza», advierte Maioz, quien subraya que esta situación es «combustible para posibles incendios y vías muertas para los vehículos de emergencia». La forestalista apunta que la superficie de bosque abandonado ha aumentado un 61% en 25 años, desde las 12.223 hectáreas que sumaba en 1996. Hoy hay más superficie abandonada que de hayedos (la segunda especie más común en Gipuzkoa).
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La llegada de la banda marrón ha acelerado ese proceso. Maioz explica que de la superficie de pino talada anticipadamente por el hongo, «la mitad se abandona y la otra mitad se repuebla con nuevas especies».
Primero se apostó por el eucalipto, muy común en otras comunidades del Cantábrico al ser, como el pino insignis, una especie de crecimiento rápido, resistente, adaptable a diferentes climas y suelos, y con una madera muy valorada por las industrias maderera y papelera. Pero este árbol está en el punto de mira de las organizaciones ecologistas, que aseguran que «perjudica la biodiversidad», y la Diputación decidió el año pasado elevar de 15 a 25 años la edad mínima para su tala, desincentivando así su plantación. Hoy ocupa apenas el 1,3% de nuestros bosques, mientras en el conjunto de Euskadi su peso asciende al 6,2% de la masa arbórea.
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Las nuevas alternativas están siendo el sugi japonés, la secuoya y el pino marítimo, como el que abunda en Las Landas. Por el momento apenas representan entre las tres poco más del 4% del bosque guipuzcoano, pero constituyen la primera etapa de un proceso de mutación medioambiental de imprevisibles consecuencias, tanto para los forestalistas que ignoran el rendimiento que pueden obtener con estas especies, como para el conjunto de la sociedad por los imprevisibles efectos que conllevará en el entorno la introducción de nuevos árboles.
Esta evolución ha provocado que ya, por primera vez en muchas décadas, las especies frondosas (50,2%) hayan superado a las coníferas (49,8%), cuando hace 25 años la relación era 40%-60%.
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