«Ya nadie paga ni quiere la lana»

Zaldibia. El pastor Gerardo Garmendia cumple con la cita anual de esquilar su rebaño de ovejas con un grupo de esquiladores profesionales, para después llevar la lana a Idiazabal

Domingo, 29 de noviembre 2020, 07:26

El balido de las ovejas se mezcla con el silbido de las máquinas esquiladoras en el caserío Aizporraga de Zaldibia. Unas diez personas trabajan duro para esquilar las ovejas de Gerardo Garmendia que hace solo unas semanas ha bajado de los pastos de Aralar. Antes de que las ovejas paran, el pastor de Zaldibia quiere que sus animales se 'quiten' el manto que les cubre. «Las ovejas estabuladas están mucho mejor sin la lana, por eso las esquilo ahora y no en primavera. Además es mucho más higiénico, los corderos maman más fácil y ocupan mucho menos espacio en el interior de la granja», explica.

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Muchas ventajas que se mezclan con las horas de trabajo, sudor y cansancio que los esquiladores y sus ayudantes deberán superar a las faldas de Larrunarri. Garmendia sabe perfectamente el esfuerzo que deben realizar los esquiladores. Durante años Gerardo se dedicó a esquilar los rebaños de diferentes pastores. «Entonces lo hacíamos a mano. Esquilar era un trabajo todavía más duro porque cortabas la lana con unas enormes tijeras. Ahora, los esquiladores cuentan con máquinas eléctricas. Sufren menos de las manos y es más fácil y rápido». Todo ha cambiado mucho, cuenta el pastor de Zaldibia, ya que cuando comenzó con su propio rebaño hace unos 25 años «me pagaron un euro por cada kilo de lana. Ahora pagas tú por esquilar y por poder depositar en un punto establecido la lana. Nadie paga ni quiere la lana».

Las cosas han cambiado totalmente para este producto que dejó de ser utilizado en los caseríos para la elaboración de colchones, almohadas, lana para tejer o ser vendido a los tratantes que recorrían los caseríos con sus furgonetas o camionetas, a ser un producto residual. «Antes venían hasta casa para recoger la lana y recuerdo que los últimos años los tratantes que se dedicaban a comprarla, comentaban que la vendían a Portugal donde hacían alfombras». Ese mercado desapareció hace años y con él, la opción de sacar un dinero, con el que «los pastores pagaban las rentas de los terrenos en los que permanecían los rebaños los meses de otoño, invierno y comienzo de primavera antes de subir otra vez a los pastos de Aralar», recuerda Gerardo.

«Nos afecta la globalización»

Hoy Gerardo cuenta en su explotación con seis esquiladores a los que pagará «unos 600 euros, más el almuerzo y la comida» a lo que deberá sumar «unos 85 euros por depositar la lana en el punto de recogida que a nosotros nos corresponde en Idiazabal». Para el pastor de Zaldibia «son todo gastos porque hay que llevarlos hasta allí, tienes que contar con el medio de transporte adecuado o pedir a alguien que te lo lleve en un remolque, cuando antes la lana, mucho o poco, pero aportaba algunos ingresos».

Gerardo reconoce que la globalización ha llegado hasta este sector y por supuesto hasta este hermoso rincón del parque de natural de Aralar que, aunque alejado, no vive ajeno a la realidad económica mundial. «Las cosas están mal para todos según dicen. Incluso la lana de la oveja Merina ha debido de perder mucho valor y al parecer no se vende como antes. Dicen que esta lana de esta raza de ovejas es mucho más fina que la de las nuestras. La lana de las ovejas Latxas es mucho más gruesa y no sirve para elaborar ropa como la de las Merina», comenta Gerardo. «Según dicen, en Nueva Zelanda existen explotaciones ovinas que se dedican únicamente a la venta de lana. Sus ovejas son utilizadas para la obtención de este producto, pero son rebaños de entre 4.000 y 5.000 cabezas de ganado», que al parecer acaparan todo el mercado mundial en este momento.

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Ante esta situación, toca resignarse ya que «hay que esquilar todos los años, una vez por lo menos, el rebaño, y mientras podamos lo seguiremos haciendo», concluye Gerardo Garmendia.

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