![Víctimas del Covid: «Contagié a mi madre y falleció»](https://s2.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202104/24/media/cortadas/1436267995-Rz0Xcztjm5j1XMaIP2I7YsO-1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
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Han pasado ya más de cuatro meses desde el 5 de diciembre, pero Belén Zabaleta, de Beasain, todavía se siente culpable cuando recuerda a su ama. Sabe que tiene que luchar contra ese sentimiento hasta vencerlo, pero no puede evitar pensar en que fue ... ella quien metió el Covid a casa. «Me contagié, probablemente en el trabajo, y después le transmití el virus a mi madre. Ella falleció», resume con la voz entrecortada esta trabajadora de residencia. Ya se lo dijo su hermano el primer día: «No ha sido tu culpa, Belén». Y sabe que tiene razón, pero ella todavía se siente responsable de lo sucedido y esa sensación hace el duelo «aún más difícil». Precisamente fue esa losa la que le empujó a acudir al programa de apoyo psicológico para el duelo Betirak0, puesto en marcha por el Gobierno Vasco y que en lo que va de pandemia ya ha atendido a más de 600 personas en Euskadi, unas 110 en Gipuzkoa.
Auxiliar de enfermería, esta beasaindarra se enteró de que tenía Covid por un control rutinario. El centro donde trabaja esquivó el coronavirus en la primera ola, pero no en la segunda, cuando varios usuarios y profesionales dieron positivo. Entre ellos, Belén. Una mañana, cuando se tomó la fiebre antes de comenzar su jornada laboral, vio que tenía «dos décimas. Entonces supe que estaba enferma». Perdió el olfato, pero apenas tuvo ningún otro síntoma, aunque le costó 21 días dar negativo. Su marido y su madre, de 83 años y que vivía en la casa junto a ellos, también se contagiaron. Su marido solo tuvo algún «leve síntoma», pero el Covid se cebó con su madre, Águeda, que además de ser paciente de riesgo por la edad había sufrido un ictus y padecía diabetes. «Los primeros siete días estuvo estupenda. O, al menos, no nos decía lo contrario», explica Belén, que recuerda aquellos días como si fueran ayer. A la semana de dar positivo, el 12 de noviembre, ingresó en el hospital «después de pasar una mala noche, con 39 de fiebre. Ojalá hubiera estado vacunada». Falleció tres semanas después.
Fueron más de veinte días en los que Belén no se separó de su madre. Al principio, por protocolo y porque ella aún era positivo, no pudo verle, pero pronto los sanitarios le permitieron entrar en su habitación, «siempre con los EPIs». Su madre debía de haber ingresado en la UCI por su situación de gravedad, aunque Belén, conocedora «a la perfección» de lo que ello implica al haber vivido antes este tipo de situaciones en la residencia, consideró que intubarle no era la mejor opción. «Estaba en una unidad llamada semiUCI, conectada a un respirador», aclara. «Se suponía que así aguantaría unos siete días, aunque estuvo 21», apunta orgullosa de su ama, que hizo todo lo posible para seguir con vida mientras su cuerpo lo soportara. Aguantaba, pero llegó un momento en el que ya no comía.
600 personas, 110 de ellas en Gipuzkoa, han sido atendidas por el programa Betirako de apoyo al duelo.
La despedida «Un día me agarró de la mano y me dijo que hasta ahí había llegado, que no podía más»
El duelo «Lo he pasado muy mal para regresar al trabajo. Me contagié ahí y volver me removía todo»
«Un día me agarró de la mano y me dijo que hasta ahí había llegado, que no podía más», rememora su hija apenada. Con el «corazón encogido», lo único que pudo decirle es que «aguantara». A los días la conversación entre Águeda y Belén se repitió. «Ahí ya le respondí que era su decisión», por muy difícil que resultara afrontarlo. Tres horas después de que le desconectaran de aquella máquina, falleció.
Entre otras cosas, el apoyo recibido por toda su familia, en especial por su marido y su hermano, ha servido para que Belén salga adelante, además de la atención psicológica que recibe gracias a Betirako. Pero, si hay algo que realmente le ha servido para calmar el dolor causado por la repentina pérdida, eso ha sido poder despedirse de ella. «Si el momento en el que me despedí de ella en urgencias por primera vez hubiera sido el último, no sé cómo habría reaccionado. No puedo ni pensarlo. Habernos despedido de ella -habla en plural porque su hermano también estuvo presente- ha sido mi gran alivio».
Desde aquel fatídico 5 de diciembre, Belén solo ha visto a su hermano cuatro veces. La última, ayer, en el homenaje en Vitoria a las más de 4.100 víctimas de Covid-19 de toda Euskadi. Él vive en la capital alavesa y sus encuentros se han visto limitados por las restricciones de movilidad. «Está siendo terrible, muy duro», admite. Todavía le cuesta aceptar que su madre no está con ella. Hay una frase que le dijo su terapeuta que, «aunque cuesta», ya empieza a interiorizar. «Te tienes que dar cuenta de que la ama es un recuerdo». Fue su consejo, y en ello está.
Hasta ahora, el reto que más trabajo le ha supuesto, por todo lo que le ha «removido», ha sido la vuelta al trabajo. «Lo he pasado muy mal. Era repetir lo que había sucedido, recordarlo... Como volver a empezar, porque estoy segura de que me contagié ahí». Al otro gran desafío se enfrenta a diario. «Que la gente no tenga cuidado e incumpla las normas me enfada. Un día muy malo fue el de la final de Copa de la Real Sociedad contra el Athletic. Lloré mucho en casa al ver cómo se estaba comportando la afición», reconoce, a sabiendas de que «si hubieran pasado por una situación similar se lo pensarían dos veces».
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