Una cuidadora, tres criminales y un final atroz para Rogelia
1o AÑOS DEL asesinato de Rogelia Chivite en Donostia ·
Mañana hará diez años del crimen de la calle San Martín, en Donostia. Una mujer de 93 años fue asesinada por el hijo de su cuidadora, menor de edad, y dos chicos más para robarle
Diez años se cumplen mañana del crimen de la calle San Martín, en pleno centro de Donostia. Por las circunstancias que concurrieron, tocó la fibra de buena parte de Gipuzkoa. La edad de la víctima apuñalada, Rogelia Chivite Ayensa, viuda de 93 años; la intención ... de robarle en su vivienda como móvil del asesinato; y el hecho de que uno de los tres jóvenes inculpados fuera menor de edad e hijo de la mujer que cuidaba a la anciana varias horas al día, subrayaron la perfidia de los hechos. El caso quedó resuelto un mes después, tras la confesión del chaval de 16 años, el único de los tres que se encuentra ya en la calle tras cumplir su internamiento. Los otros dos, que entonces tenían 18 años, permanecen en prisión, con sendas condenas de 22 y 23 años.
Rogelia residía en la quinta planta del número 36 de la calle San Martín. Natural de la localidad navarra de Cintruénigo, llevaba media vida en Donostia. Se había mudado a este piso propiedad de su hermano Moisés unos años antes. Dadas sus edades, optaron por convivir juntos y hacerse compañía. Cuando él murió con 90 años en agosto de 2008, la anciana gozaba de buena salud y siguió viviendo ahí. «Era una mujer autónoma, muy presumida, se valía por sí sola. Estaba perfectamente lúcida», apuntó su hijo Francisco Javier, médico, durante el juicio. Él visitaba a su madre varias veces a la semana. Era quien más lo hacía porque su hermana, María Lourdes, se afincó en Cádiz. Solo una caída de la señora unos meses antes, llevó a «contratar a una mujer interna» a la familia, que ahora ha preferido no hablar y «pasar página» a un libro cerrado de golpe y antes de tiempo.
Las claves
Las tres detenciones
El hijo de la cuidadora, de 16 años, se entregó al mes del crimen a la Ertzaintza, que ya les investigaba
El menor de edad
Cumplió 7 años y medio de internamiento en el centro de Zumarraga, y destacó su «buen comportamiento»
Los dos mayores de edad
En 2015 fueron castigados a sendas penas de 22 y 23 años de prisión por los delitos de robo y asesinato
Ruth R. fue la segunda asistenta de Rogelia, quien no empatizó con ella tan bien como con la anterior, Doris. La trabajadora disfrutaba de seis horas libres entre las dos y las ocho de la tarde, circunstancia que sabía su hijo, un adolescente hondureño de 16 años figura clave del crimen perpetrado junto a los otros dos chicos, José Alexander A. F., alias 'Colocho', y Jorvic Fernando F. B., ambos naturales de Honduras. Según explicaron durante el juicio a estos dos últimos, el hijo de la cuidadora conocía que la nonagenaria guardaba algunas joyas y cierta cantidad de dinero en casa. Junto a José Alexander, idearon el robo y decidieron que para ejecutarlo necesitaban «de una tercera persona», Jorvic. Un mes antes de perpetrar el asalto, el 11 de septiembre, el chaval se ocupó de coger a su madre las llaves de la vivienda y hacer una copia.
El día de los hechos, los tres quedaron a las 15.00 horas en las inmediaciones de los jugados de Atotxa para ir directamente hasta el portal de Rogelia, a la que suponían echando la siesta tal como solía acostumbrar. 'Colocho' relató que fue él «quien abrió la puerta de la calle» con la copia de las llaves. Una vez dentro, se cambiaron de ropa «en las escaleras» para que «no se nos pudiera identificar». Él se puso «una gorra y unos guantes», que también emplearon los demás porque la Ertzaintza no halló sus huellas digitales en el análisis posterior de la vivienda.
Su intención era la de cometer el robo, coincidieron. Pero todo se complicó en el interior, ya que al parecer Jorvic desconocía que la casa estuviera habitada. «Si lo hubiera sabido, no habría ido», declaró. Al enterarse intentó huir, pero sus compañeros de grupo se lo impidieron cerrando la puerta de la entrada con llave. Tranquilo, «no va a pasar nada», aseguró que le dijo José Alexander, que portaba un cuchillo.
Tanto este joven como el menor se adentraron en el dormitorio donde descansaba la mujer. En sus declaraciones, ambos se acusaron mutuamente sobre la autoría material del asesinato. Al igual que el chico de 16 años, Jorvic también aseguró que el agresor fue José Alexander, de quien en el examen forense se encontraron trazas de su perfil genético en las uñas de la mujer. Según quedaría acreditado durante la vista oral, la anciana fue objeto de seis puñaladas y varios golpes en la cara. Uno de ellos, «brutal». Sufrió varias fracturas de los huesos faciales que le provocaron un shock hipovolémico que resultó letal. Durante el ataque, Jorvic permaneció «impasible», lo que motivó que el tribunal situara su grado de responsabilidad casi a la misma altura que la del agresor material.
A continuación, los tres arramplaron con algo de dinero y las joyas y objetos de valor que encontraron y se aseguraron de revolver también la habitación donde solía pernoctar la asistenta. La fechoría apenas les llevó «unos quince minutos» en el piso. A continuación, huyeron por el paseo de La Concha, remontaron el río Urumea, adonde arrojaron las llaves y el cuchillo, y se dirigieron a un parque en la zona de Aldakonea, donde escondieron parte del botín, al que no pudieron añadir los 4.000 euros que la mujer guardaba y ellos no localizaron. «Mi madre era hija de la posguerra y ya se sabe que eran muy dados a acumular», señaló al respecto su hijo.
Sobre las ocho de la tarde, la cuidadora regresó a casa. Al no sentir a Rogelia, creyó que habría salido a pasear con su hijo y permaneció en la cocina, donde vio las dos maletas que los jóvenes dejaron en el suelo. «Una estaba rajada, y pensé que la señora me las había dejado para limpiarlas», justificó. Alertada por la supuesta tardanza de Rogelia, sobre las diez de la noche decidió entrar en su habitación, donde la anciana yacía en la cama. Así, dio el aviso a través del botón de la telealarma y alertó al hijo para que acudiera «cuanto antes». Al llegar, este se sorprendió por «la cantidad de coches» con sirenas ante al portal.
Una de las líneas de investigación que siguió la Ertzaintza se limitó al entorno de la anciana, ya que ni la puerta del portal ni la de casa habían sido forzadas: o ella abrió la puerta o lo hizo alguien con llave. El lazo se estrechó sobre el hijo de la asistenta y sus compinches, a los que investigaron al descubrir que vendieron en locales de compraventa de oro algunas de las alhajas robadas.
Casi un mes después del crimen, la cuidadora logró la confesión de su hijo. Según testificó, fue después de que una prima le contara que había soñado que la policía detenía al menor. Consultó qué hacer a su pastor evangélico, quien le instó a acudir a la policía. El 8 de noviembre fue a comisaría con su hijo, que lo contó todo. Al día siguiente, la Ertzaintza detuvo en Egia a Jorvic y dos días después a José Alexander. Una semana antes habían apuñalado a un marroquí por un tema de faldas.
Durante sus pesquisas posteriores, la Ertzaintza trasladó a 'Colocho' hasta la desembocadura del Urumea, donde habían arrojado las llaves y el cuchillo. La búsqueda de estos objetos por parte de los buzos no dio resultado, como recuerdan hoy los tres reputados abogados de oficio a los que tocó ejercer la defensa y aquel día hacían guardia junto a la barandilla en la calle República Argentina: Mikel Mazkiaran, el del menor; Eneko Olano e Iñigo Arozamena, los de Alexander y Jorvic, respectivamente.
El juicio del hijo de la cuidadora se desarrolló en abril de 2013 en el Juzgado de Menores de Donostia. No tuvo misterio, porque el chico lo reconoció todo y pidió perdón a la familia de la víctima. Tres semanas después, fue condenado a siete años y medio de internamiento en el centro de Zumarraga y tres más de libertad vigilada, que es su situación actual. Fuentes conocedoras de su caso afirman que en este tiempo ha destacado su «buen comportamiento» e incluso ha dado alguna charla.
La vista oral de los adultos fue en diciembre de 2014, en la Audiencia de Gipuzkoa. Sus declaraciones fueron contradictorias, pero el tribunal lo tuvo claro: culpables de asesinato y robo. Alexander fue condenado a 23 años de cárcel y Jorvic a 22. El Supremo ratificó las penas por Rogelia.
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