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Esta pandemia nos ha cambiado muchas cosas, y algunas de ellas pueden permanecer con nosotros durante un tiempo. Por ejemplo, la distancia social, ese espacio físico bajo el que se producen los nuevos intercambios sociales. Si en la relación de pareja, la proximidad se ha visto poco o nada afectada, lo mismo que en nuestra unidad familiar cotidiana, en las relaciones familiares más extensas esta distancia preventiva es muy posible que perdure algo más en el tiempo. Sobre todo, entre las personas de más edad. Y no digamos algunas de las rutinas que hemos adoptado cuando se trata de interacciones con personas desconocidas. Me refiero a la separación en las colas de los comercios, al espacio que establecemos cuando nos cruzamos con extraños en la calle, a la cautela del contacto físico al saludar a viejos conocidos o nuevas presentaciones... En esos casos va a costar volver a reducir distancias.
A veces, incluso, me sorprendo a mí mismo llamándome la atención la poca distancia y poco cuidado que tienen algunas personas en las películas. ¡Qué imprudencia besar a una recién conocida!
Pero iremos recuperando -poco a poco las personas de más edad, y mucho a mucho las de menos- nuestras rutinas de socialización en las plazas de los pueblos y en las barras de los bares, en reuniones familiares sin cortapisas, en festejos de cuadrilla desinhibidos, a la hora del bailoteo, en macroconciertos o celebraciones futboleras...
El recuerdo y los efectos de esta pandemia nos durarán un tiempo, pero tenemos muchas ganas de volver a la normalidad previa e iremos andando el camino.
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