35 años de las inundaciones de 1988

«Ese día salvé la vida pero perdí la fe»

Iñaki Aiastui sobrevivió a la gran riada de 1988 en Gipuzkoa al agarrarse a una ventana hasta que un primo lo rescató en Urretxu. Murieron su amona y dos tíos tras una tormenta que dejó otras 12 muertes

Oskar Ortiz de Guinea

San Sebastián

Martes, 18 de julio 2023, 02:00

«¿Fue el 18 de julio? ¿O el 19?». Iñaki Aiastui duda sobre la fecha pero no de que hace 35 años volvió a nacer. Y sin embargo no es una efeméride que celebre. Estaba con sus tíos Jose y Bittori y su amona Juana ... en el ya desaparecido caserío Fermiñene de Urretxu, a pie de la vieja carretera de Deskarga, cuando una increíble tormenta de verano convirtió el asfalto en un río. La fuerza de la corriente se llevó para siempre a sus familiares, y él, que tenía 20 años cuando también se vio arrastrado por la inundación, pudo aferrarse a la vida y agarrarse a la verja de una ventana del baserri. No sabe cuánto tiempo duró su angustia abrazado a los barrotes. «¿Quince minutos, veinte?». Mientras, veía su vida pasar por su mente a la misma velocidad en la que contemplaba cómo bajaban «troncos, ramas...» sobre una masa de agua de un metro de altura. Lo salvó su primo Jose Mari, hijo y nieto de los fallecidos, que fue a buscar una cuerda y se la lanzó desde el otro extremo del torrente. «Gracias a Dios que te han salvado, me decía la gente. Y yo pensaba: ¿Y mis tíos?, ¿y la amona? Yo hasta entonces tenía fe, pero esa tarde me cambió. Dejé de creer», cuenta ahora Iñaki en el mismo lugar donde sucedió la tragedia.

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El escenario en el barrio Elbarrene ha cambiado, ya no queda nada de Fermiñene, pero hoy resulta tan inconcebible como entonces que la regata Mendiaratz –o Deskarga erreka–, pudiera algún día siquiera desbordarse. Sin embargo la tarde de aquel martes de julio, los arroyos, regatos y afluentes de la cuenca de los ríos Deba y Urola fueron incapaces de asumir la tromba que cayó durante casi dos horas, lo que provocó unas fuertes inundaciones que se cobraron 14 vidas en Gipuzkoa –nueve en Elgoibar, tres en Urretxu, una en Bergara y otra en Deba–. En menor medida, fue castigado el territorio de Álava, donde en Amurrio desapareció una mujer cuyo cuerpo fue arrastrado hasta Bilbao.

Aquel 19 de julio de 1988, como tantos días, Jose Izagirre y Bittori Ayastuy, de 56 y 57 años, la madre de esta, Juana Sasieta, de 80, y los dos menores de los siete hijos del matrimonio, Iñaki y Xabier, de 16 y 14 años, fueron desde su casa en Urretxu a la huerta que conservaban en el caserío Santiñene (o Santienea). Allí había vivido la familia y nacido varios de sus miembros, apenas 100 metros más arriba que Fermiñene, pero en el otro borde de la vieja carretera de Deskarga. Los mayores fueron en un Citroën Dyane 6 rojo, y los dos menores, en bicicleta. A media tarde, el cielo ennegreció y dio la hora de recogerse en el campo. «Chavales, tirad para casa con las bicis. Y mientras vosotras termináis de prepararos, voy a visitar a Iñaki y me recogéis luego con el coche», vino a indicar Jose Izagirre.

El hombre bajó a pie hasta Fermiñene, donde Iñaki había estado con su hermano menor, quien cogió la moto y se fue a casa, en Legazpi, ante la amenaza de tormenta. El dueño del caserío le dejaba a este legazpiarra una bajera en el que él enredaba con la madera, haciendo muebles y moldes. «Al tío le gustaba mucho la madera, hacía sus rastrillos, y siempre paraba a charlar conmigo o ver qué hacía», aprecia el sobrino. Comenzó a jarrear, «una tormenta más», pensaron Jose, Iñaki y, como ellos, toda Gipuzkoa. Llegaron las dos mujeres, pero permanecieron en el Dyane 6 para guarecerse del aguacero. Dentro de Fermiñene no eran «conscientes de la que se estaba montando fuera», confiesa Iñaki. De pronto, «empezó a entrar algo de agua y el osaba me ayudó a elevar el mueble que estaba haciendo y alguna cosa más» para evitar que se mojaran. «Hala, vete ya que están la tía y la amona esperándote en el coche», le apremió Iñaki. Cuando fueron a salir, la fuerza de la riada impedía abrir la puerta. Empujaron, y nada.

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«Se nos cayó el tejado encima»

Optaron por «intentar salir por el desván». Al subir a la planta superior, se presentó por el prado Jose Mari, que iba a Arrasate y se topó con la catástrofe en el camino. Desde el otro lado de la carretera, convertida ya en una torrentera marrón de un metro de alto, preguntó por la ama y la amona. «En el coche», gritó el aita. Pero el vehículo había ya desaparecido. «En ese momento se nos cayó el tejado encima y caímos al agua», recuerda Iñaki. «A mi tío se lo llevó la corriente y a mí también me arrastraba pero puede agarrarme a la verja de esta ventana», indica sobre una fotografía de los días posteriores, donde se aprecia el metro de altura que alcanzó aquella trampa fluvial. «Eso me salvó. Eso y mi primo», puntualiza.

Lodazal. La familia arrimó el hombro para extraer la cantidad de piedras, barro y demás objetos que dejó la inundación dentro del caserío.
Pala eta aitzurra. Iñaki Aiastui, de rojo junto a su tío, el apicultor urretxuarra Luzio Leunda, durante las labores de limpieza los días posteriores a aquel 19 de julio de 1988.
Maquinaria pesada. «Fueron tales los restos que dejó el agua en el caserío, que tuvimos que recurrir a un camión y una excavadora», recuerda el legazpiarra.

Jose Mari Izagirre corrió entonces «al otro caserío, Santiñene, a por una cuerda. No sé cuánto pudo tardar. Entre que fue, buscó la cuerda y volvió... ¿quince minutos? ¿Veinte? No lo sé, fue un buen rato, o eso me lo pareció ahí agarrado», relata Iñaki con el sosiego que otorgan los 35 años transcurridos. No lo dice, ni tampoco hace falta para imaginar el drama que vivió pegado a la fachada. «Solo veía bajar agua y agua, con troncos, ramas...». La corriente le fue despojando de «las katiuskas, los pantalones...». Estaba ya «medio desnudo» cuando apareció su ángel de la guarda con la cuerda. Pese a la tensión del momento, lanzó el cabo con precisión e Iñaki lo asió a la primera. Jose Mari ató su extremo a un poste del tendido eléctrico, y el primo se ayudó de la soga para atravesar la lengua de agua y lodo.

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Iñaki recuerda que al poco llegaron sus primos Mirari e Iñaki, a quienes no hubo que explicarles demasiado. «Al ver la que estaba cayendo en la zona del caserío, salimos de casa para ver cómo estaba aquello y ayudar en lo que fuera». Estaban llegando al cruce entre Urretxu y Legazpi, cuando vieron a un allegado de la familia que venía corriendo desde Deskarga. «Al verle, ya supimos que algo había pasado, y nos contó todo», recuerdan ambos. A través de la vía del Urola accedieron a Santiñene. Mirari, la última que nació en el caserío, asegura que, 35 años después, tienen la tragedia mascada pero «fue un palo tremendo» para los siete hijos, que tenían entre 14 y 27 años.

Los días después

Los días siguientes fueron «difíciles», cuentan los hermanos. Y las primeras horas, demasiado crueles. El cuerpo de la amona Juana apareció esa tarde-noche, cuando el nivel del agua descendió, varios cientos de metros más abajo, en Aparicio auzoa. El aita y la ama lo hicieron ya al día siguiente: Jose fue arrastrado por el Urola hasta Azkoitia, y Bittori fue recuperada pasada la medianoche, en un pozo cerca de su madre.

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Iñaki Aistui mira la regata que se desbordó en Deskarga y sembró el drama en el caserío Fermiñene, que estaba al final de la recta. José Mari López

La tragedia conmovió a Gipuz-koa, en especial a Urretxu, Zumarraga y Legazpi. Un mundo acudió al funeral oficiado por el obispo José María Setién. Mirari y Ion recuerdan verse «sobrepasados» aquellos días. «Nunca» habían imaginado que podría suceder semejante catástrofe «en ese errekatxo» donde jugaban de críos. «Era una zona sin secretos para nosotros, y menos para los aitas».

Aquella tragedia unió aún más si cabe a los Izagirre-Ayastuy. «Hicimos piña, y así seguimos». Tanto, que, meses después, cuatro de ellos crearon la empresa de albañilería Izagirre, en Urretxu. Su primo Iñaki confiesa que tampoco ha querido dar «demasiadas vueltas» a lo que sucedió, pero es consciente de que su tío se entretuvo en el caserío para ayudarle a él. «Es algo que te pesa pero tampoco tengo sentimiento de culpa. Por suerte, tenía y tengo una estrecha relación con mis primos, y eso ayuda. Seguimos pasando la Navidad juntos, aunque nunca hemos hablado de aquello».

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