Vivimos en la capital con el mayor número de viviendas con empleadas de hogar y este es solo uno más de los parámetros que justifican que nos situemos casi siempre en la cima del ranking de ciudades con mayor calidad de vida. Las cuentas salen ... así de bien porque las citadas empleadas, casi seguro, viven fuera del término municipal. Por no hablar de las cadenas de cosmética, otro parámetro, establecidas a barullo en el centro; yo he contado siete, algunas de tres pisos. Es normal si tenemos que usar todos los días sérum, mañana y noche, producto que hace poco todavía no era obligatorio, así como protector solar (haga sol, haga sombra, esté nublado o llueva). ¡Menudos sacacuartos!, diría mi ama, una rebelde.
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Pues aquí donde nos ven, de ser un paraíso urbano nos hemos convertido en el Bronx del Cantábrico: Así nos titulaba hace unos días un periódico de Madrid y después en las subsiguientes teles, entrando más en la carnaza.
Hago una encuesta en la calle, pongamos a tres personas. Una de ellas está muy de acuerdo: «Esto está fatal, cada vez peor». Y cuenta lo que le pasó a una conocida y tal. Alguien le recuerda que ya hubo un tiempo muy duro, de atracos protagonizados por yonkis y así. Pues mira, es verdad, resulta que ella es farmacéutica jubilada y recuerda que le «entraban» para robar todas las semanas, concretamente piensa en uno muy habitual, que una vez incluso pasó a felicitarle las navidades, sin ánimo de robo ni hurto.
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