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Una advertencia. La hacen unas chicas tras el concierto del viernes en Estocolmo de Taylor Swift. Ellas, con su entrada VIP y todo, que les ahorró un tiempo de cola para entrar, utilizaron pañales para no tener disgustos: no podían ir al WC y perder ... su buena posición junto al escenario. Tres horas de concierto más otras tres de espera entre pitos y flautas «y bebiendo agua para no deshidratarte», eran un desafío para su vejiga. Es un aviso para los que tienen entradas para el día 30 en Madrid: «Lo mejor, pañales nocturnos de yaya».
Son muy directas, las chicas. Sin embargo yo tengo un runrún aquí dentro y no sé si acusar de edadismo a la persona que, muy directamente, me dijo hace unos días que tuviera cuidado con las escaleras, que estaban mojadas y que «a ciertas edades son muy malas las fracturas de cadera». Un inciso para la gente que a veces me pregunta si son verdad las cosas que cuento aquí. Anticipo la respuesta: sí.
Será por la avanzada edad, será por mi cara de buena persona, pero soy un imán para ser preguntada en la calle por todo tipo de cuestiones. El sábado: «Señora, ¿sabe dónde hay alguna tienda por aquí cerca que venda jamón de york?». Pueeees... pienso. Me interrumpe: «Pero que sea jamón de york al corte, no al vacío. Es para mi perro y el envasado no lo come».
Le sigo dando vueltas a lo otro: a su edad yo no necesité pañales, solo mecheros encendidos en pleno fervor político mientras escuchaba emocionada a Serrat.
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